La voluntaria jubilaci¨®n de un escritor
Es importante la lista de escritores valencianos que en nuestro siglo han realizado su obra en castellano: Azor¨ªn, Blasco Ib¨¢?ez, Gabriel Mir¨®, Arniches, Max Aub, Gaos, Miguel Hern¨¢ndez. Y, junto a ellos, excelentes todos, el ¨²nico que, venturosamente a¨²n vivo, muestra tambi¨¦n su obra acabada: Juan Gil Albert. Y, sin embargo, este escritor mayor se da a conocer, en ¨¢mbitos normales de lectura, en 1972, al tiempo que los nov¨ªsimos. Deja entonces pr¨¢cticamente de escribir. Desde ese a?o se han sucedido -se dir¨ªa que precipitado- en sorprendente n¨²mero y variedad los libros gilalbertianos: una obra tan amorosamente escrita como pacientemente guardada.Gil Albert fundi¨® en uno dos exilios: el exterior, que transcurri¨® en la Am¨¦rica espa?ola desde el final de la guerra, y el interior, que, iniciado en 1947, pr¨¢cticamente lo vive enclaustrado en su amplia casa de Valencia. Estos a?os oscuros son para ¨¦l a?os luminosos, puesto que en ellos se realiza, con plenitud, el creador. En un ¨¢mbito f¨ªsico tan limitado, se dispone al descubrimiento de su persona y a lo que la rodea.
La obra de J. G. A. es enteramente autobiogr¨¢fica, de una vida en la que apenas parece haber sucedido nada, y que quiz¨¢, por ello, es tan interiorizada, minuciosa y rica. Surge una de las prosas m¨¢s personales de nuestro tiempo: prosa amplia (lo era tambi¨¦n la de santa Teresa), en la que las frases nos vienen de lejos, como olas que se levantan y rom pen repentinas, y reaparecen, y luego semejan a las que las reemplazan.
Es un escritor que, desde el asombro, se exalta al contemplar el desarrollo de su sensitivo e inacabable razonamiento; el lector recibe la emoci¨®n creadora de doble manera: como resultado que est¨¦ticamente se le comunica, y como contemplaci¨®n de la viva andadura del acto creador.
Desde lo personal y natal, por gracia del arte y la hondura del sentir, alcanza Gil Albert la universalidad. Y desde casi todas las soledades, habitando en el silencio y asistiendo al olor menudo de unos jazmines, Gil Albert se desvela a s¨ª mismo, acompa?ado de un invisible, y presumiblemente joven, lector. Nace un hondo moralista de ra¨ªces paganas, un hedonista que concilia el lujo con la austeridad. Se nos muestra el modelo de un humanismo anarquista. El autor de Breviarium vitae nos habla siempre desde la salvaci¨®n de la vida, pues sabe que todo deber¨ªa conducir a la consecuci¨®n de la felicidad terrena, y ello exige una defensa conjunta de la libertad y de la justicia: estamos ante un pedagogo de la autenticidad.
De este largo per¨ªodo de su exilio interior quisiera hoy destacar tres libros: Homenajes, que le sit¨²a entre los tres o cuatro poetas mejores de su generaci¨®n (la escindida del 36), y que se se?ala como uno de los libros m¨¢s logrados de la posguerra. Heracl¨¦s, quiz¨¢ el m¨¢s l¨²cido tratado que sobre la homosexualidad se haya escrito en lengua espa?ola, y superior, en mijuicio, al Corydon, de Gide. Y Valent¨ªn, un relato en el que todo es intimidad y delicadeza: uno de esos raros libros que hacen que sus lectores se reconozcan entre ellos.
La Diputaci¨®n de Valencia ha decidido, al Fin, romper el denso e injusto silencio con el que la ciudad rode¨® durante tanto tiempo a su escritor: con la publicaci¨®n de su Obra completa ha querido honrarse a s¨ª misma. Los tres primeros vol¨²menes, que va tenemos en nuestras manos, encierran en su muy cuidada y hermosa impresi¨®n la totalidad de su poes¨ªa. El autor tlene a¨²n largos y pl¨¢cidos a?os ante s¨ª, pero ha elegido, para esta etapa final de su vida, no el ocio del trabajo gustoso, sino el de la contemplaci¨®n complacida. La decisi¨®n de asistir, desde el reposo atento y en la cima a¨²n de su lucidez, a lo que los cl¨¢sicos hacen desde la profunda (por ciega y sorda) paz de la eternidad: ver c¨®mo los vivos atienden y gustan, como las abejas las ramas de un ronaero en flor, una de las obras mas libres que estos tiempos, de tan escasa libertad, han producido. En las portadas, tomada de un vaso griego de Exequias de Atenas, se reproduce una vi?eta: en ella se ve a Dionisos navegando sobre un mar de dulzura.
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