Madrid ha dejado de crecer hacia los extremos y lo hace ahora hacia el cielo
Los ciudadanos, esa extra?a raza humana nacida poco despu¨¦s que el propio hombre y que dice -enga?¨¢ndose a s¨ª misma un poco- que quiere dejar de serlo, recorren a diario su medio sin fijarse en nada de lo que les rodea. Su visi¨®n de la ciudad se reduce, en un 99% de los casos, al suelo que van a pisar Pero pocas veces, muy pocas, se atreven a mirar hacia arriba; muy pocas veces saben c¨®mo son lo edificios que est¨¢n a su lado cuan do pasan por la calle. Y, en esas condiciones, muy pocas veces, demasiado pocas, saben c¨®mo es la ciudad, su ciudad; muy pocos son los madrile?os que saben c¨®mo es hoy Madrid, y a casi nadie le preocupa ya saber c¨®mo era Madrid hace unos a?os y c¨®mo ha evolucionado -o estropeado, que dir¨ªa alguno- hasta llegar a ser como es hoy d¨ªa.Una ciudad sin perspectivas para mirar
Muchas ciudades espa?olas tienen atalayas desde las que con templar la ciudad, inmensos mira dores que ofrecer a los ocasionales turistas para que se den cuenta de c¨®mo es la ciudad, la urbe, el mamotreto que visitan. Pero ese no es el caso de Madrid. De siempre se ha dicho que la nuestra es una ciudad sin perspectiva, que no es posible verla entera desde ning¨²n sitio. Aqu¨ª no existe un Tibidabo barcelon¨¦s o un Montmartre parisiense. Por eso hemos tenido que esperar a que las torres de hormig¨®n afeasen la ciudad para poder verla desde lo alto. Las torres de Jerez han servido para satisfacer en parte ese deseo.
Desde ellas podemos ver en qu¨¦ ha quedado reducido Madrid o c¨®mo se ha visto ampliado, aunque nost¨¢lgicos y abuelos varios lo hubieran querido ver siempre como antes. Podemos ver, por ejemplo, c¨®mo lo que era anta?o un precioso edificio, el de la F¨¢brica de la Moneda, se ha convertido, por obra y gracia de alg¨²n alcalde que quiso dejar su huella definitiva para el futuro, en unos jardines, los del Descubrimiento, que a pocos han llegado a gustar y a muy pocos a convencer. Joaqu¨ªn Vaquero Turcios se encarg¨® de poner un monumento escult¨®rico en la nueva plaza, en homenaje a los descubridores. Pero lo cierto es que su simbolog¨ªa para el castizo qued¨® reducida al poco tiempo a un nombre que le resultaba mucho m¨¢s inmediato: el pisapapeles.
Un Madrid que va creciendo sin parar
Pero no s¨®lo de torresdemadrid o de pisapapeles ha ido creciendo la ciudad. No se ha tratado, desde el principio de los tiempos, de sustituir un edificio por otro. La evoluci¨®n madrile?a ha sido algo mucho m¨¢s complejo. Aquella ciudad que mor¨ªa a principios de siglo en los Altos del Hip¨®dromo o un poco m¨¢s all¨¢ de la Puerta de Alcal¨¢ perdi¨® su miedo al desarrollo y cre¨® su barrio de Salamanca, para admiraci¨®n de los estudiosos de un urbanismo que Ildefonso Cerd¨¢, en Barcelona, ya hab¨ªa demostrado posible: las calles rectas y despejadas sustitu¨ªan a los barrios de v¨ªas tortuosas, dise?adas ¨²nicamente en funci¨®n de qui¨¦n era el propietario de un terreno sobre el que se iba a construir. Una especulaci¨®n inmobiliaria como la de tiempos posteriores, pero sin tecnificar.
Pero el lento crecer de Madrid hacia el Norte o hacia el Este, la superaci¨®n del antiguo hip¨®dromo, que estaba donde hoy se levantan los Nuevos Ministerios, o el dejar la Puerta de Alcal¨¢ relegada al centro de la ciudad, se vio de repente convertido en un juego de ni?os. Lleg¨® un momento en que Madrid -o sus interesados arribistas, qui¨¦n sabe- se cans¨® de crecer en horizontal y se decidi¨® por las alturas. Fue el momento en que la Gran V¨ªa parti¨® en dos el centro de la ciudad y el edificio de la Telef¨®nica se convirti¨® en el, hasta ese momento, m¨¢s alto de Espa?a. Despu¨¦s vendr¨ªa el Edificio Espa?a, con su nuevo r¨¦cord de pisos, superado al poco por su vecina Torre de Madrid.
Y desde entonces hasta hoy nadie se hab¨ªa atrevido, al parecer, a superar esa barrera de pisos. Y ahora, de repente, Madrid contin¨²a su crecimiento hacia las alturas. Primero, la torre del complejo Azca, que ha levantado ya su pol¨¦mica por su falta de est¨¦tica; despu¨¦s, la torre de televisi¨®n, al final de O'Donnell, que ser¨¢, hasta que alguien se decida a romper su marca de metros y pisos, la m¨¢s alta de Espa?a, aunque no habitada.
Un intento de emular a Manhattan
Y ah¨ª en medio, en torno a la torre de Azca, el gran complejo comercial madrile?o. Visto as¨ª, a alguien le ha parecido incluso que se Arata de una r¨¦plica del Manhattan neoyorquino, en la panor¨¢mica que ofrece desde el barco que traslada al turista camino de la isla de la Libertad, en la bah¨ªa del puerto. Pero, sin exageraci¨®n chovinista, lo cierto es que Madrid, ese Madrid de teja marr¨®n y mesa camilla, se va quedando, poco a poco, casi sin darse cuenta, arrinconado, empeque?ecido junto a los monstruos nacidos del desarrollismo y del amor que -a la vejez, viruelas- le ha entrado a esta ciudad nuestra por las alturas.
Los abuelos de todos nosotros siguen pensando que el Madrid que ellos conocieron en su juventud era mejor, m¨¢s bonito, que el de ahora. Otros piensan que ese Madrid moderno, con vocaci¨®n de hacer verdad lo de que de Madrid, al cielo, supera con creces al otro. Pero lo cierto, se diga lo que se diga, nos agobie la ciudad lo que nos agobie, andemos mirando al suelo o al cielo, los dos madriles han aprendido -a la fuerza ahorcan- a convivir y -?por qu¨¦ no decirlo?- Madrid nos gusta.
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