Ser comunista en los ochenta / y 2
Se comprende que en tiempos de crisis como los que vivimos, la tentaci¨®n de construir un n¨²cleo s¨®lido y restringido de certezas sea grande. Se comprende que esa tentaci¨®n, junto con el papel hist¨®rico jugado por la clase obrera en nuestro pa¨ªs y en la historia de Occidente, lleve en algunos casos al espejismo de la necesidad de un partido comunista puro (?), de un partido obrerista. Y, sin embargo, se olvida que as¨ª no s¨®lo se sustrae el apoyo para el socialismo de sectores sociales no obreros, sino tambi¨¦n el de ampl¨ªsimos sectores obreros, probablemente mayoritarios, que se sit¨²an fuera de un proyecto pol¨ªtico que tiende a considerar la sociedad en grupos sociales homog¨¦neos, a introducir una dimensi¨®n de confrontaci¨®n frontal en las que el capitalismo sigue teniendo todas las de ganar.Por todo ello, hay que tener tambi¨¦n muy presente que el partido no es de nadie en particular. Y tampoco es una herencia, ni siquiera espiritual, que se supone que sus verdaderos due?os deben defender de imaginarios arribistas al acecho; es una estructura organizativa, entre otras, de car¨¢cter pol¨ªtico, que labora por el socialismo y por el comunismo y que, como tal, ha de ser una estructura viva, abierta a la readecuaci¨®n, a las condiciones que cambian y a una continua renovaci¨®n de sus equipos de direcci¨®n.
En este sentido, quiero tambi¨¦n observar que no es socialmente cre¨ªble un partido que, afirmando que su finalidad ¨²ltima es acabar con la divisi¨®n entre gobernantes y gobernados, mantiene durante a?os y a?os a los mismos dirigentes en los mismos puestos de gobierno. Se dir¨¢ que es muy costosa la formaci¨®n de un buen dirigente y que, igualmente, lo es conseguir su penetraci¨®n y aceptaci¨®n por la sociedad. Pero me parece que no son estos argumentos aceptables, ya que en un partido cuyo fin es el socialismo, se supone que un elemento central ser¨¢ la propia socializaci¨®n de la acci¨®n revolucionaria, lo que implica, como es l¨®gico, una diversidad funcional del papel de cada uno en la organizaci¨®n, pero no una diversidad en conocimiento y en poder, en jerarqu¨ªa, en suma. Por otro lado, si de verdad se quiere conquistar el apoyo social para una sociedad sin clases, sin gobernantes ni gobernados, nada mejor que predicar con el ejemplo y mostrar que una organizaci¨®n comunista es un colectivo en el que muchos pueden desempe?ar los puestos de m¨¢xima responsabilidad, que la diferencia entre sus miembros depende s¨®lo de las funciones que en cada momento desempe?an, y que no hay ning¨²n tipo de apego burocr¨¢tico al poder.
Pero, ?sucede esto as¨ª? Por desgracia, est¨¢ muy lejos de suceder. No es peque?a paradoja hist¨®rica el hecho de que sean los partidos comunistas (repito: cuya finalidad estrat¨¦gica es acabar con la divisi¨®n gobernantes/ gobernados) los que presentan un grado mayor de mantenimiento burocr¨¢tico en el poder de las mismas personas y grupos dirigentes, que sean organizaciones en las que la renovaci¨®n de los equipos de direcci¨®n resulte con tanta frecuencia traum¨¢tica, en lugar de considerarse algo natural.
El partido es una organizaci¨®n laica
Al considerar el partido como un fin en s¨ª mismo, y no como un medio, se produce con frecuencia una identificaci¨®n entre la trayectoria personal, la entrega y en tantas ocasiones heroico comportamiento de los dirigentes y la trayectoria e intereses del colectivo. Este aspecto produce una gran cohesi¨®n ideol¨®gica y emocional de los dirigidos con los dirigentes, que poco a poco van adquiriendo una dimensi¨®n carism¨¢tica, por la que sus opciones o propuestas se imponen por v¨ªas diversas de exhortaci¨®n y no de exposici¨®n y discusi¨®n cr¨ªtica y racional.
Curiosamente, se encuentra uno entonces no s¨®lo con un partido convertido en esencia y, en fin, en s¨ª, sino tambi¨¦n con un partido que tiene mucho en su funcionamiento de fe religiosa. En el que se busca en tantas ocasiones suscitar la mera identificaci¨®n emocional (?Est¨¢s conmigo o contra m¨ª, y yo, por mi historia, soy la personificaci¨®n de los intereses del partido?), y no la discusi¨®n cr¨ªtica y racional de las propuestas.
Cuando el inolvidable Alfonso Com¨ªn afirmaba el car¨¢cter laico del partido nos daba una de las claves centrales de lo que significa hoy ser comunista en un partido. El car¨¢cter laico de la organizaci¨®n quiere decir no s¨®lo que el partido no entre en cuestiones de creencias o de religi¨®n. Debe querer decir tambi¨¦n que, en nuestros d¨ªas, el partido comunista no puede ser concebido como la propagaci¨®n (?bajar a las agrupaciones?) de f¨®rmulas e ideas elaboradas desde arriba. Tiene que ser un aut¨¦ntico ¨®rgano de propuestas, debates y acci¨®n pol¨ªtica colectivo. Y esto supone, de nuevo, no una estructura jer¨¢rquica, no la escisi¨®n entre direcci¨®n y militantes, sino buscar la existencia de militantes cr¨ªticos e informados, y tambi¨¦n evitar un modo carism¨¢tico de hacer pol¨ªtica.
La f¨®rmula del intelectual colectivo se usa mucho, pero vaciada de sentido. Porque uno se asombra de c¨®mo esa f¨®rmula puede conciliarse con las estructuras organizativas jer¨¢rquicas y con la jerarquizaci¨®n de la verdad y del conocimiento, aspectos tan caracter¨ªsticos de las iglesias. O con la restricci¨®n de la informaci¨®n y de la capacidad de decisi¨®n a un n¨²mero restringido de dirigentes. Y por eso uno se asombra de c¨®mo los dirigentes carism¨¢ticos se arrogan para s¨ª mismos una supuesta capacidad para acertar siempre, para no reconocer nunca errores, para no necesitar discutir y debatir de igual a igual con todos los hombres y mujeres que, en lugar de ser considerados compa?eros pol¨ªticos, pasan a ser considerados como meros hijos espirituales.
?Se est¨¢ muy lejos con ese conjunto de aspectos del funcionamiento pol¨ªtico de la burgues¨ªa? ?Se est¨¢ muy lejos de un funcionamiento pol¨ªtico que tiende a profundizar y ahondar la diferencia entre los que saben (los que gobiernan) y los que no saben (los gobernados)? ?Se busca acaso otra cosa que acabar con el militante inc¨®modo, discutidor y cr¨ªtico, e ir reproduciendo la figura del militante adormecido, que cree en el valor religioso de la palabra del dirigente carism¨¢tico, al que considera casi como un santo?
Es ya hora de cambiar. Y el cambio, en mi opini¨®n, no es una mera cuesti¨®n de relevo generacional. y mucho menos de ?cambiar a unos por otros?. La cuesti¨®n es ajustar la idea del comunismo al tiempo hist¨®rico que vivimos. Y eso supone ir por delante. y no a remolque de los acontecimientos. Eso supone no entender el centralismo democr¨¢tico como una forma burocr¨¢tica y autoritaria de asegurar la unidad de acci¨®n pol¨ªtica del partido, sino conseguir esa unidad de acci¨®n por la v¨ªa de la libre discusi¨®n y el convencimiento pol¨ªtico. Eso supone tambi¨¦n cambiar la disciplina (una virtud militar o eclesial de nulo valor y capacidad de atracci¨®n en la sociedad civil de nuestros d¨ªas) por la asunci¨®n cr¨ªtica y de forma colectiva de aquello que debe o no debe hacerse, y de los motivos por los que se debe o no hacer.
Eso supone una flu¨ªdez continua en la composici¨®n de los equipos de direcci¨®n. y en las relaciones de estos con el resto del partido, que no deben ser nunca jer¨¢rquicas, sino s¨®lo estar basadas en las diferencias de funci¨®n. Eso supone tambi¨¦n una circulaci¨®n sin restricciones de la informaci¨®n y evitar los comportamientos que buscan la mera adhesi¨®n carism¨¢tica. Eso supone tambi¨¦n no aislar el partido en un gueto del tipo que sea: ideol¨®gico o social, sino abrirlo a los fen¨®menos de la vida cotidiana.
En el caso del PCE esto supone, aprovechando la ocasi¨®n que brinda el pr¨®ximo congreso, comenzar una aut¨¦ntica revoluci¨®n cultural en el seno del partido, que haga de ¨¦ste la organizaci¨®n din¨¢mica e inserta en la vida que permita poner en pie hoy, en los ochenta, la idea del comunismo. Una revoluci¨®n cultural, una ?reforma intelectual y moral?, como dec¨ªa Gramsci, capaz de suscitar en todos los miembros del colectivo el entusiasmo y el esfuerzo para el nuevo partido y la nueva sociedad que se propugna. Y si el partido es incapaz de poner en marcha esa revoluci¨®n intelectual en su interior, ?de qu¨¦ iba a ser capaz de cara a la sociedad? Eso supone una transformaci¨®n en profundidad del partido, de sus estructuras y de la composici¨®n de sus ¨®rganos de direcci¨®n. Pocas cosas menos marxistas hay que la p¨¦rdida del sentido de la historia.
Pues bien, y aqu¨ª acabo, este es el gran peligro que si no se resuelve puede llevar al languidecimiento y a la progresiva marginalizaci¨®n del PCE despu¨¦s de su X Congreso. Los hombres y mujeres que en algunos casos han sido aut¨¦nticos h¨¦roes, dentro y fuera de nuestro pa¨ªs, deber¨ªan hoy ser la m¨¢s firme base para la renovaci¨®n del partido. Lo que est¨¢ en juego es ni m¨¢s ni menos., que perder o no perder el tren de la historia, quedarse o salir de una v¨ªa muerta: la que consiste en contemplar complacientemente el pasado como meras estatuas de sal.
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