Reagan y la invasi¨®n de Angola
LA DENUNCIA realizada simult¨¢neamente por la Rep¨²blica, Surafricana y Estados Unidos de la presencia de militares del bloque comunista en Angola no descubre nada nuevo. Angola mantiene en su territorio, adem¨¢s de un contingente de soldados cubanos, unos importantes grupos de t¨¦cnicos de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana y de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, encargados principalmente del montaje de armas modernas y del adiestramiento de angole?os en su uso. No es tampoco una situaci¨®n ¨²nica: la presencia de armas, y t¨¦cnicos y soldados de un pa¨ªs en otro es una pr¨¢ctica internacional que forma parte, sobre todo, del, enfrentamiento de bloques. Ser¨ªa un gran progreso para el mundo que este sistema terminase de una manera global; pero no parece posible en tanto no termine el sistema de imperios enfrentados. No es, sin embargo, suficiente para justificar invasiones como la que todav¨ªa est¨¢ perpetrando Sur¨¢frica en el territorio angole?o. Si la ayuda de un pa¨ªs grande a uno peque?o, en t¨¦rminos militares -y econ¨®micos y comerciales-, no est¨¢ condenada por los textos internacionales, las invasiones s¨ª lo est¨¢n. No es preciso recordar el caso de la URSS en Afganist¨¢n, porque est¨¢ vivo. La URSS ha aludido para su violaci¨®n del derecho internacional a la existencia de bases de guerrilleros en Pakist¨¢n, a la ayuda de todas clases que los pa¨ªses extranjeros, como el propio Pakist¨¢n, China y Estados Unidos prestaban a los enemigos del r¨¦gimen establecido. Este pretexto no ha sido admitido por nadie, y el rechazo a la invasi¨®n de Afganist¨¢n ha llegado al ptinto de tratar de paralizar toda la pol¨ªtica de coexistenci¨¢.No se ve raz¨®n para que el acto de la Rep¨²blica Surafricana sea considerado de otra manera; y en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas esta condena ha sido pr¨¢cticamente total por todos los miembros incluido el voto de Espa?a- menos uno: Est¨¢dos Unidos. Un solo voto con calidad de veto, capaz, por tanto, de evitar condena o sanciones. El tema se debate ahora en la Asamblea General, donde el derecho de veto no existe.
Estados Unidos es coherente con su pol¨ªtica definida desde la llegada de Reagan al poder: no importa nada m¨¢s que la contenci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y el comunismo. El r¨¦gimen de la Rep¨²blica Surafricana, objeto desde a?os de la repulsa n-iundial por su racismo, puede ser un buen aliado si ayuda a combatir la presencia comunista en Africa. No puede excluirse la idea de que esta invasi¨®n haya sido por lo menos fomentada desde Estados Unidos, corno puede pensarse que uno de los est¨ªmulos al golpe de Estado en la Rep¨²blica Centroafricana est¨¢ inspirado por el cerco y contenci¨®n de Libia.
Hay riesgos evidentes, varias veces se?alados, en todo este simplismo efectista de Reagan. Uno de ellos es la p¨¦rdida continua de los valores morales y ¨¦ticos de la pol¨ªtic¨¢ de Occidente, so pretexto de la defensa de esos mismos valores. No es pos¨ªble caer en la ingenuidad de sostener que la ¨¦tica inspira la pol¨ªtica intemacional o de cada naci¨®n; pero es preciso defender a toda costa la validez de esos principios, precisamente como. diferenciales de otros sistemas pol¨ªticos que no aceptamos. El esp¨ªritu, la letra y la pr¨¢ctica del derecho intemacional no pueden tener pesos y medidas distintas seg¨²n sus objetivos finales.
Otro riesgo es el aislamiento intelectual y moral de Estados Unidos en el contexto general de Occidente. Su soledad en el Consejo de Seguridad, la minor¨ªa en que pueda quedarse en la Asamblea General, vienen a continuaci¨®n de la declaraci¨®n conjunta de Francia y M¨¦xico en favor de la resistencia en El Salvador; declaraci¨®n que no solo ata?e a las dos naciones firmantes, sino a una generalidad de opiniones mundiales. El aislamiento de Estados Unidos en estos grandes temas no es bueno para el propi¨® Estados Unidos, pero tampoco para las naciones que forman con ¨¦l el conglomerado occidental. La idea que quiz¨¢ tenga Reagan de que s¨®n los otros los aislados o los disidentes puede estar basada en una excesiva seguridad en su ftierza propia, y no s¨®lo militar, sino econ¨®mica y pol¨ªtica. Una realidad que, sin embargo, es mucho m¨¢s compleja de lo que parece.
Pero el peligro m¨¢s grave de todos ¨¦s que uno de esos incidentes en los que se ven envueltos el poder y el prestigio americanos llegue a envenenarse. Es el riesgo del paseo al borde del abismo, lema pol¨ªtico que Reagan aprendi¨® de Foster Dulles en su juventud. Podr¨ªa haber sucedido con el incidente armado en el mar frente a Libia, puede suceder todav¨ªa en Angola, donde una guerra generalizada con Sur¨¢frica podr¨ªa convertirse en nada menos que una guerra general, con car¨¢cter incl¨²so revolucionario, en Africa. Puede producirse en Latinoam¨¦rica. Reagan tiene una valent¨ªa considerable -y, a lo que parece, un suficiente apoyo nacional- al tratar de conjurar el espectro de Vietnam que tanto asust¨® a sus predecesores. Pero el tema de Vietnam no es s¨®lo un espectro; fue una realidad hist¨®rica: y una guerra perdida por Estados Unidos y por Occidente. Nadie puede estar seguro de que algo as¨ª sea irrepetible. Pero hasta ahora todos los golpes planeados y dados por Reagan se han resuelto a su favor. Quiz¨¢ habr¨ªa que reconocer tambi¨¦n esta circunstancia como un peligro: el de que todo ello le estimule a ir demasiado lejos.
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