Signos de identidad
La Corona es el mayor s¨ªmbolo de identidad nacional, a juicio del autor de este articulo, quien propone la celebraci¨®n de un gran concurso para dotar al himno espa?ol de una letra que complemente su m¨²sica. Sugiere tambi¨¦n que se establezca el 6 de diciembre, D¨ªa de la Constituci¨®n como fiesta nacional.
Hace tiempo hemos dejado atr¨¢s los dif¨ªciles interrogantes sobre el ser de Espa?a, y m¨¢s mueven a la complacencia intelectual que a la preocupaci¨®n irresuelta las apasionadas pol¨¦micas sobre c¨®mo se fue configurando el existir de quienes, hace siglos, nos precedieron. El ¨¢spero debate entre Am¨¦rico Castro y S¨¢nchez Albornoz parece clausurar tiempos de reflexi¨®n enfrentada con el devenir del pa¨ªs y cuyos postreros Jalones anteriores se vinculan a los hombres del 98, los institucionistas, Ortega y Aza?a.En el actual per¨ªodo abundan las razones para superar los planteamientos abstractos que, morosamente, contin¨²en empe?ados en explicar los supuestos que nos marginaban de esa modernidad a la que iban accediendo los distintos pueblos occidentales. La modernidad no se cuantifica, no es susceptible de aparecer cual producto elaborado por ordenador a partir de datos convencionalmente admitidos. Sobreviene cuando los ciudadanos convergen en algunos principios fundamentales, que han de ser subrayados por constituir el entramado de la insoslayable convivencia. Tales son: la libertad; la democracia; el respeto al semejante; la tolerancia como talante colectivo; el comprender que nadie est¨¢ en posesi¨®n de la verdad, sino de verdades parciales y complementarias; el mantenimiento de las coincidencias con pluralidad y de las discrepancias sin desgarramientos. Entonces el ¨¢mbito de naci¨®n se trasciende en sentimiento de patria com¨²n e indivisible y los s¨ªmbolos adquieren su pleno sentido, al ser reconfortadoramente interiorizados en cada uno y colectivamente manifestados por todos.
Habiendo alcanzado ya Espa?a este nivel, conviene examinar cuatro signos indudables de nuestra identidad nacional.
La Corona
Asumir como hecho natural que el Rey sea el s¨ªmbolo de la unidad y permanencia del Estado obliga a superar el pragmatismo operativo con que sectores de opini¨®n contemplan el entramado institucional. Si el pragmatismo fuera Prioritario, aquel hecho dif¨ªcilmente trascender¨ªa a un epifen¨®meno que al menor impacto se debilitar¨ªa. Si la conveniencia constitucional o los pasados sucesos de febrero fuesen los estrictamente determinantes de la adhesi¨®n a la Corona, ¨¦sta carecer¨ªa de la fortaleza con que aparece y tiene. El talante regio no es s¨®lo circunstancia y razonable respuesta a peripecias concretas, sino producto de una historia que se ha ido acumulando desde los a?os que siguieron a la guerra civil.
Antes de que finalizara el conflicto europeo, y en contraposici¨®n con el acervo dogm¨¢tico y la pr¨¢ctica de la dictadura, se fue constituyendo, a trav¨¦s de progresos ambiguos e inciertos retrocesos, la doctrina de la Monarqu¨ªa desterrada. Desde que don Juan dictara los Manifiestos de Lausanne y Estoril, la Monarqu¨ªa del conde de Barcelona, al margen del testimonialismo y de la generosa utop¨ªa de los vencidos, se convirti¨® en puntual alternativa al franquismo. El actual reinado no viene, por ello, solamente. suscitado por la compenetraci¨®n entre el inter¨¦s colectivo y el de su titular, sino, asimismo, por la continuidad patri¨®tica del reinado en la sombra de su predecesor, magistralmente descrito ahora por Pedro Sainz Rodr¨ªguez en un libro ineludible.
Mas no se trata meramente de un lado del espectro pol¨ªtico. De parte de los vencidos surgir¨¢n interesantes premoniciones. As¨ª, un a?o despu¨¦s del Manifiesto de Lausanne, Largo Caballero, en marzo de 1946, poco antes de fallecer, en una carta incluida en Mis recuerdos, escribe: ?Hace a?os, si se me preguntara qu¨¦ quer¨ªa, mi respuesta hubiera sido esta: ?Rep¨²blica, Rep¨²blica, Rep¨²blica! Si hoy se me hiciera la misma pregunta, contestar¨ªa: ?Libertad, Libertad, Libertad! Luego que cada cual ponga el nombre que quiera?. Caballero, que pose¨ªa buena informaci¨®n de cuantos pasos se daban para la recuperaci¨®n democr¨¢tica, probablemente intu¨ªa que la salida no ser¨ªa la afirmada por casi todos los derrotados y por ello no pon¨ªa el acento en la formalizaci¨®n del sistema de derechos, sino en su contenido.
Esta reflexi¨®n se va abriendo paso en el partido socialista. Y as¨ª, en el VII Congreso del PSOE, celebrado en el exilio desde el 14 hasta el 17 de agosto de 1958, Luis Araquistain, tras recordar que para el partido ?en los primeros treinta a?os de su existencia lo esencial no era la forma de gobierno, monarqu¨ªa o rep¨²blica, sino las libertades pol¨ªticas?, insin¨²a la sospecha de ?que, de no haber ca¨ªdo la Monarqu¨ªa, no hubiera habido aquella guerra atroz en Espa?a, y que si volviese a haber una Rep¨²blica, podr¨ªa repetirse la historia?. Araquistain, entonces, no s¨®lo con audacia, sino con la firmeza que le confiere su propia experiencia y la responsabilidad ante el futuro, termina afirmando que ?en la candidatura mon¨¢rquica el factor decisivo no ser¨ªa la persona, sino la instituci¨®n misma, cuya ausencia, a juicio de muchos ahora a posteriori, produjo una espantosa guerra civil, y cuya presencia podr¨ªa evitar otra?.
Paulatinamente, desde horizontes ideol¨®gicos distintos se va operando el acercamiento a la institucionalizaci¨®n de la vida espa?ola con capacidad para establecer la convivencia bajo el signo de la concordia. Lo que estamos presenciando como inequ¨ªvoca salida a fecundos presentimientos ense?a que en la Monarqu¨ªa de don Juan Carlos se enra¨ªzan, complet¨¢ndose, la trayectoria liberal de su padre y la ejemplaridad previsora de quienes, siendo republicanos, comprendieron que lo fundamental era consolidar el proyecto democr¨¢tico. Por esto la Corona es el s¨ªmbolo mayor de la identidad nacional, com¨²nmente asumida, quedando a sus m¨¢rgenes los sustentadores de la violencia con anclaje en el pasado o con crispaci¨®n de ma?ana imposible.
La bandera
Cuando en la naci¨®n por ella representada se perturba la convivencia y grupos minoritarios se la apropian excluyentemente, se parcializa tambi¨¦n la adhesi¨®n que convoca, transformando el s¨ªmbolo en problema. Solamente cuando la naci¨®n se vertebra nadie pone en duda su car¨¢cter integrador. Las peripecias por las que la bandera nacional ha pasado no se han producido ¨²nicamente en Espa?a. La de las barras y estrellas, ante la cual se presenta como paradigm¨¢tico el saludo de la mano en el coraz¨®n, fue impugnada por los Estados del Sur al alzar la ense?a confederal en su rebeli¨®n esclavista. La que hoy pasea los colores de Francia no fue acatada por todos hasta casi un siglo despu¨¦s de que la Revoluci¨®n la empu?ara con arrogancia, y se dice que en la d¨¦cada de los setenta del pasado siglo el conde de Chambord, entre otras razones, no, consigui¨® restaurar se como monarca, al empe?arse en mantener la blanca con flor de lis.
All¨ª, antes que aqu¨ª, las cosas se adecuaron con serenidad. Hic et nunc, la ense?a roja, amarilla y roja cobra la universalidad necesaria para ser asumida como signo de nuestra identidad nacional.
Lo mismo pod¨ªamos decir del himno. En este supuesto, sin embargo, la m¨²sica, adem¨¢s del sentido identificador que conlleva y de su capacidad para acotar un espacio emocional, ha de poseer la virtud pedag¨®gica de alentar, a trav¨¦s de la letra transmitida de generaci¨®n en generaci¨®n, una sensibilidad integradora que manifieste ideas y tradiciones colectivamente sostenidas. El caso de la Marsellesa es revelador al respecto. En Espa?a, por el contrario, el himno no puede cumplir id¨®neamente su papel por carecer de palabra. Hace m¨¢s de cuarenta a?os, Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n redact¨® unas estrofas que, por su artificiosidad y calidad coyuntural, tuvieron corta vida.
Para obviar esta dificultad y conducir el himno a su destino se requiere la convocatoria de un gran concurso, dotado con amplia generosidad, para que, mediante participaci¨®n masiva, se premie un poema a fin de convertirlo en la letra del himno nacional. As¨ª, vinculando valores hist¨®ricos con el presente sentido de libertad, el himno nacional, aprendido desde la escuela, alcanzar¨ªa su plenitud de signo identificador.
La fiesta nacional
Un pa¨ªs a la b¨²squeda de su solidaria identidad requiere conmemoraciones l¨²dicas en las que el entendimiento de la naci¨®n como un todo se anteponga a las distintas perspectivas sugeridas por el Gobierno mayoritario del Estado. De aqu¨ª la doble exigencia de la fiesta nacional y de su inserci¨®n en la comunidad sin discusi¨®n o con m¨ªnimo debate.
En Espa?a existen la del 25 de julio -Santiago- y la del 12 de octubre -Hispanidad-, heredadas por convenci¨®n o por convicci¨®n. Se necesita que sea este segundo talante el que aliente y se plasme en una fecha integradora de todas las opiniones y consecuentemente,se se?ala la del 6 de diciembre, D¨ªa de la Constituci¨®n, como fiesta nacional.
Espa?a ha comenzado una nueva singladura, en la que se enlazan tradici¨®n humanista y vigencia de libertades. La crisis la dificulta, mas no la enturbia, pues despu¨¦s de varios siglos ha renacido una comunidad convencida de que existen valores que deben ser integrados sin exclusi¨®n. Los cuatro signos concitados expresan su profunda identidad.
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