Tradici¨®n y actualidad del pacifismo europeo
Las recientes y multitudinarias manifestaciones que han tenido lugar en las principales capitales europeas como protesta por eI proceso armamentista mundial en el que nos encontramos y, m¨¢s concretamente, por la pol¨ªtica militar del presidente Reagan y su insistencia en la instalaci¨®n en Europa de los misiles Pershing II y Cruise, ha puesto de manifiesto un viejo fen¨®meno que en Europa se remonta a los albores de la era cristiana.En efecto, durante m¨¢s de dos siglos, los primeros cristianos vivieron en medio del gran Imperio Romano ajenos a todo af¨¢n de conquista y de empleo de la espada, incluso pira su propia defensa como grupo. Desde su sentimiento universalista, su idea de fraternidad y su conciencia clara de que la vida humana era un valor sin excepciones, nada les era m¨¢s ajeno que ese contempor¨¢neo adagio militar -que a¨²n adorna fachadas de. los cuarteles- "si quieres la paz, prepara la guerra" y que, de ser cierto, estar¨ªamos en la m¨¢s id¨ªlica de las paces. Para este concepto militar de paz, la uniformidad y el orden son valores que priman sobre el de la justicia y la libertad, y no es casual que quienes m¨¢s en serio se han tomado este adagio hayan sido y sigan siendo quienes sue?an con dominar el mundo.
Aunque el pacifismo de los primeros cristianos no estaba basado en principios estrat¨¦gicos sino ¨¦ticos, su r¨¢pido crecimiento y oposici¨®n a participar en cualquier campa?a militar hizo temer por la, seguridad de las fronteras del Imperio. En el siglo II, el fil¨®sofo Celso les acusaba de insolidaridad, de ser beneficiarios y no colaboradores del Imperio, y argumentaba que si todos hicieran lo mismo caer¨ªan en manos de los b¨¢rbaros.
Constantino, liquidador
La respuesta de Or¨ªgenes es idealista y generosa, pero no pol¨ªtica: no habr¨ªa b¨¢rbaros si todos hicieran como nosotros y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, la soluci¨®n ser¨¢ el martirio colectivo o una intervenci¨®n sobrenatural. La falta de una respuesta al problema de la defensa hizo que muy pronto los cristianos vieran con buenos ojos el que otros defendieran las fronteras con las armas. La habilidad del pol¨ªtico Constantino de unir en la batalla el emblema imperial y el cristiano supuso la liquidaci¨®n total del pacifismo.
Pero de nuevo, cuando el militarismo fan¨¢tico acaudillado por la Iglesia se encuentra en plena campa?a de las guerras santas, hay una vuelta a los or¨ªgenes del evangelio: franciscanos, c¨¢taros y valdenses se lanzan a predicar en Europa una vida sencilla y un amor universal, sin ninguna pretensi¨®n de poder, conscientes de que no es posible una renuncia a la violencia sin renunciar tambi¨¦n al acomodamiento de la riqueza y a la gloria del poder.
Cuando las guerras de religi¨®n vuelven a asolar Europa, a lo largo de los siglos XVI y XVII, grupos cristianos como los anabaptistas, hermanos bohemios y cu¨¢queros representan de nuevo la protesta contra los abusos de la guerra y su glorificaci¨®n, que ya hab¨ªa tenido su cr¨ªtica en humanistas como Erasmo de Rotterdam. Tampoco en nuestro siglo han faltado voces autorizadas, como Hermann Hesse, Bertrand Russell o el mismo Albert Einstein, que despu¨¦s de cada gran guerra han abogado para que fuera la ¨²ltima.
Caracter¨ªstica com¨²n a todos estos movimientos es la increencia de que la paz pueda ser fruto de una confrontaci¨®n armada o del car¨¢cter disuasorio de su preparaci¨®n. Esta increencia se funda, por una parte, en la realidad de las guerras que, te¨®ricamente, se presentan como un ¨²ltimo recurso y un mal menor y se convierten en el primer recurso, generando males muy superiores a los que pretend¨ªa evitar y sirviendo a intereses ajenos a su justificaci¨®n. Por otra parte, se funda en el contenido ¨¦tico de la paz, cuyo logro queda moralmente descartado cuando es a costa de la vida de los otros.
La extra?eza ante la legimitidad de la guerra queda de manifiesto en todo este proceso con la expresi¨®n que san Cipriano, en el siglo III, recoge de S¨¦neca: "El mundo chorrea sangre y llama homicidio a un crimen cuando es cometido por un particular, pero le llama virtud gloriosa cuando es cometido en nombre del Estado. No es la inocencia, sino la enormidad de la salvajada, lo que asegura la impunidad".
Como podemos ver, no han faltado en la historia nobles deseos de paz ni argumentos de tipo moral y humano para estar contra la guerra, pero a la vez constatamos tambi¨¦n que los deseos de paz y la cr¨ªtica de la guerra no generan por si mismos una paz real. El pacifismo ha hecho a lo largo de la historia una gloriosa marcha testimonial al margen -en gran medida- de la pol¨ªtica; y ¨¦sta, a su vez, ha caminado al margen de aqu¨¦l.
Que alguien est¨¦ contra la guerra es una simple molestia para quienes la preparan; por ello, si el nuevo pacifismo que surge en Europa quiere ser una contribuci¨®n a la paz evitando la guerra, ha de realizar un profundo an¨¢lisis de las causas de la guerra : ha de tener un perfecto conocimiento de los intereses de quienes manteniendo esta paz hacen inevitables las guerras, y ha de poder dar raz¨®n de una defensa no armada de los intereses de los pueblos. De lo contrario, amenazas reales o creadas nos har¨¢n descubrir que no tenemos vocaci¨®n de m¨¢rtires y que con el "enemigo" s¨®lo estamos dispuestos a ir a la muerte: "de morir, morir matando", y esta parece ser tambi¨¦n la l¨®gica que anima los grandes bloques militares, empe?ados en asegurar la posibilidad de destrucci¨®n del planeta cuantas m¨¢s veces, mejor.
Situaciones como la guerra de Vietnam, la realidad armamentista de Europa o los 50 millones de vidas que cada a?o, por hambre, se cobra la carrera de armamentos podr¨ªan ser en s¨ª iri¨ªsmas motivo suficiente para unirnos a la protesta de esta locura, pero no podemos seguir pensando que toca a quienes han hecho esto posible poner la soluci¨®n.
Estamos con Lanza del Vasto en que: "Hay qu¨¦ abandonar la imagen de un pacifismo balante, sentimental e indeciso. Quien quiere la paz por la justicia no puede conformarse con ser un ciudadano tranquilo. Puede contar con la hostilidad de todas las potencias de este mundo. Tendr¨¢ que oponerse no s¨®lo a cuantos quieren la guerra y la preparan, sino adem¨¢s a los que por su forma de vivir, de trabajar y de pensar la hacen inevitable. El que quiere la paz y no est¨¢ dispuestc a los sacrificios que otros afrontan para la guerra, no podr¨¢ hacer nada por la paz".
No-violencia activa
El nuevo pacifismo resultar¨ªa tan est¨¦ril como los anteriores en la consecuci¨®n de la paz si no es capaz de incorporar a la protesta la puesta en pr¨¢ctica de una no violencia activa, que tiene su aparici¨®n m¨¢s visible en la historia en la lucha de liberaci¨®n animada por Mahatma Gandhi. Un pacifismo que quiera ocultar los conflictos es un flaco servicio a la paz. El reto est¨¢ en una superaci¨®n justa de los conflictos y pasa, como en Luther King, por desenmascarar las f¨®rmulas de una paz social que perpet¨²an las injusticias. De no presentar tales alternativas, el pacifismo puede de nuevo ser asumido, convirti¨¦ndose en una fuente de votos para subir al poder a quienes siguen confiando en las armas.
Como en momentos anteriores de la historia, este nuevo movimiento viene con una gran carga moralizante y populares argumentos f¨¢cilmente asumibles por el gran p¨²blico, que en nada son despreciables si llegan a tocar fondo. Pero, precisamente por ello, no son las grandes masas concentradas las que nos hacen pensar que nos encontramos ante una nueva realidad, sino los grupos que llevan a?os trabajando por la objeci¨®n de conciencia, por la reconversi¨®n de industrias militares y un control obrero de los fines de la producci¨®n, por una educaci¨®n no violenta, por la defensa de la tierra frente a las expropiaciones militares, por la puesta en pr¨¢ctica de una defensa popular no violenta..., conscientes de que no basta con querer la paz: hay que saber c¨®mo llegar a ella y poner los medios adecuados.
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