Esa loca ...
Un humor sadomasoquista. Con buenas ra¨ªces jud¨ªas -probablemente el apellido Pavlovsky tiene mucho que ver con ello-, de vago sentimiento de culpabilidad, de una especie de distanciamiento de s¨ª mismo, y de ambig¨¹edad. Un cinismo simp¨¢tico, una provocaci¨®n medida y limitada al p¨²blico -en la noche del estreno hubo hasta un espont¨¢neo que salt¨® al escenario: poco afortunado-, un juego continuo al que convendr¨ªa la vieja palabra, hoy devaluada, picante: o sea, malicioso, atrevido; verde, con otra vieja palabra casi perdida.Pavlovsky se rodea de una orquesta de se?oritas; canta con ellas dos, tres canciones no m¨¢s. Le sirven de objetos para su verbo incesante. Objeto, a veces, de escarnio: como ¨¦l mismo, que est¨¢ siempre aludiendo a la escasez de sus dotes art¨ªsticas. Naturalmente, porque su objetivo est¨¢ en otro lugar: en el hablar y hablar, enrrollarse, improvisar sobre las frases que le lanza el p¨²blico. Dura tres horas: quiz¨¢ demasiado. En esas tres horas, Pavlovsky est¨¢ todo el tiempo en el escenario -o entre el p¨²blico- sin cesar de actuar.
Cualquier profesional del espect¨¢culo sabe que s¨®lo con una personalidad y un esfuerzo ¨ªmprobos se puede conseguir que esta soledad se convierta en compa?¨ªa: esto es, en la compenetraci¨®n con el p¨²blico. No todos los momentos son buenos, no todas las frases son certeras ni todas las respuestas adecuadas: es comprensible. El p¨²blico recibe muy bien a Pavlovsky; le corea, le aplaude, hace lo que le pide y le dice adi¨®s con ovaciones. C¨ªnico, desgarrado, ambiguo, charlat¨¢n, picante, atrevido, Pavlovsky trata de adaptarse al nivel del p¨²blico que le escucha; generalmente lo consigue.
Babelia
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