Lech Walesa fue trasladado a Varsovia en un avi¨®n militar para negociar con las nuevas autoridades
La reuni¨®n de la comisi¨®n nacional del sindicato polaco Solidaridad se desarrolla apasionadamente en una sala de los astilleros Len¨ªn, de la ciudad portuaria de Gdansk. Son las nueve de la noche del s¨¢bado 12 de diciembre. Los debates son duros, tensos. Los moderados hacen llamadas in¨²tiles a la sensatez, pero las resistencias iniciales al proyecto de refer¨¦ndum acaban por desaparecer. Los dirigentes sindicales leen las preguntas que habr¨¢n de ser consultadas a los trabajadores polacos en el pr¨®ximo 15 de febrero. La euforia de la mayor¨ªa hace oscurecer el miedo de los minoritarios moderados.
?Dar¨ªa Usted un voto de confianza al general Wojcech Jaruzelski?. No, dicen en silencio algunos de los reunidos. ?Se muestra partidario de un Gobierno provisional y de realizar elecciones libres para los principales ¨®rganos del pa¨ªs? Si, sonr¨ªen para sus adentros algunos delegados. ?Est¨¢ Usted de acuerdo en que Polonia otorgue garant¨ªas militares, dentro de su territorio, a la URSS? No, suena potente una voz. ?Puede el Partido Obrero Unificado de Polonia (POUP, comunista) ser el instrumento de tales garant¨ªas en nombre del conjunto de la sociedad polaca? ?No!, sale de numerosas gargantas a la vez.Los abrazos contrastan con la preocupaci¨®n. Es medianoche. La reuni¨®n ha terminado. Todos los rostros se hielan en la calle con el viento que sopla del B¨¢ltico. En la cabeza de Lech Walesa se agolpan desordenadamente muchos presagios.
Una llamada telef¨®nica. Posiblemente la ¨²ltima desde Gdansk. Los telex y los tel¨¦fonos de la sede de Solidaridad en Varsovia enmudecen. Lo mismo sucede con los de las agencias de Prensa extranjera en la ciudad del V¨ªstula. En Gdansk, la milicia ha ido a buscar a sus hoteles a los miembros de la comisi¨®n nacional de Solidaridad que, en autobuses guiados por milicianos, desaparecen en la noche.
Las calles desiertas de Varsovia ven irrumpir junto a sus muros grupos silenciosos de hombres que arrancan los carteles de llamada a la huelga para el pr¨®ximo d¨ªa 17. Sobre los que no ceden, se pegan otros que anuncian un circo sobre hielo para los pr¨®ximos d¨ªas. Las ¨®rdenes se dan en voz baja.
Son las tres de la madrugada. La c¨²pula del Ej¨¦rcito se ha reunido apresuradamente y el general Jaruzeslki se retira a preparar un discurso. Las instrucciones, terminantes, ya est¨¢n dadas.
Un grupo de miembros de la milicia acaba de cercar la sede del sindicato Solidaridad, donde muy pocas luces permanecen encendidas. M¨¢s tarde irrumpe en el edificio de la calle de Mazowsze y sube planta por planta. Sus porras y sus cascos de plexigl¨¢s brillan tenuemente.
Los milicianos han ido a buscar a sus casas a los principales dirigentes de Solidaridad. Carros blindados ocupan algunos puntos claves de Varsovia, muy poco antes de que el mismo despliegue se produzca en las principales ciudades polacas.
Son las cuatro de la ma?ana. Un autom¨®vil vuela hacia el aeropuerto de Gdansk. Lech Walesa es introducido en el avi¨®n, fletado por el Gobierno de Varsovia. Tres cuartos de hora m¨¢s tarde es conducido a un lugar de las afueras de la capital polaca. All¨ª, presumiblemente, es puesto al corriente de lo que a partir de ese momento aguarda a su sindicato y a toda Polonia. Fuentes oficiales aseguran que no est¨¢ detenido, sino negociando.
El general JaruzeIski, jefe del Gobierno y del partido comunista polaco, anuncia a las seis de la ma?ana por radio y televisi¨®n que desde medianoche rige en toda Polonia el "estado de guerra". "Los dirigentes extremistas de Solidaridad han sido internados", dice con firmeza el general, "al igual que otros miembros de organizaciones ?legales, que comparecer¨¢n ante la Corte marcial".
Su intervenci¨®n, donde informa de la detenci¨®n del ex dirigente comunista Edward Gierek, "responsable de los errores cometidos en los a?os setenta", ha durado 23 minutos. Con la frase "Polonia no perecer¨¢ mientras nosotros vivamos", del himno nacional polaco, Mazurca de Dombrowski, cierra sus palabras.
Las gasolineras permanecen cerradas. La radio repite cada hora el discurso del general-presidente, y los intermedios se amenizan con sones de mazurcas de Chopin.
Al avanzar la ma?ana, las instrucciones son m¨¢s detalladas. Todos los vuelos de la compa?¨ªa a¨¦rea Lot quedan anulados. Son prohibidas todas las manifestaciones y los organizadores se exponen a penas de cinco a?os de prisi¨®n. Los trabajadores de las trescientas principales empresas y servicios del pa¨ªs, transportes, correos y comunicaciones, siderurgia, energ¨ªa, se encuentran militarizados. Cualquier transgresi¨®n de esta norma ser¨¢ juzgada por tribunales militares, con sanciones entre las que se incluye la pena de muerte.
Queda terminantemente prohibido el uso de cualquier arma. Sus propietarios deber¨¢n entregarlas inmediatamente en las comisar¨ªas. La correspondencia y las comunicaciones podr¨¢n ser censuradas si atentan contra la "seguridad del Estado". A excepci¨®n del ¨®rgano del POUP, Tribuna Ludu, y del diario de las fuerzas armadas, la Prensa no saldr¨¢ a la calle.
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