La desolaci¨®n de Pablo Porta
Despu¨¦s de nueve a?os, la guerra ha terminado. Y como en todas las guerras, si se miran las cosas a largo plazo, no est¨¢ claro qui¨¦n es el vencedor. La incomparecencia del atacante confiere a este alto el fuego definitivo -incluso aunque por otros medios contin¨²en algunos escarceos- una peculiaridad de no f¨¢cil interpretaci¨®n simbolista.La. espada con que se bati¨® Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa era poderosa; ahora ha quedado reducida a un cortaplumas. ?Con qu¨¦ arma ha sostenido Pablo Porta su duelo de nueve a?os? ?Bastaba con sentarse delante de su casa a esperar el paso del cad¨¢ver adversario?
La respuesta es compleja. Estamos ante un tipo de persona (?esta Espa?a eterna!) que ha sido capaz no s¨®lo de durar, sino de permanecer. Ha atravesado las m¨¢s diversas circunstancias sin romperse ni mancharse, y yo dir¨ªa m¨¢s, cada vez con mejor color. Esa manera actual de manejar el cigarrillo de Porta es toda una uve de la victoria, artificial y despreciativa. He aqu¨ª el m¨¦rito: c¨®mo detentar el mismo poder bajo la dictadura y bajo la democracia adapt¨¢ndose simplemente a base de introducir los m¨ªnimos cambios imprescindibles. Comprender este suceso es comprender en buena medida por d¨®nde han ido los aires de esta inacabable transici¨®n espa?ola.
Seg¨²n sus bi¨®grafos, el joven Porta, delegado del SEU en Barcelona, repart¨ªa bofetones con fruici¨®n. Incluso se ha hablado de "una checa donde Porta intentaba erradicar contundentemente los afanes catalanistas e izquierdistas de j¨®venes progresistas". Pero hace poco el personaje presentaba otra imagen de s¨ª mismo: "Como intelectual que soy, practico la autocr¨ªtica. Soy un hombre de mucha lectura, con inquietudes". Tales inquietudes debi¨® trasladarlas al mundo del deporte, que hasta entonces no se hab¨ªa caracterizado precisamente por.su intelectualismo (a menos que Moscard¨®, Elola, Suevos, etc¨¦tera, tuvieran esas inclinaciones ocultas). Y ya ah¨ª, en la casa del f¨²tbol, Porta encuentra una parcela de poder de gran relumbr¨®n y f¨¢cil de gobernar para un hombre de mucha lectura como ¨¦l. Los directivos futbol¨ªsticos ya se sabe que son gente de escasa cultura, salvo excepciones, y as¨ª Porta, dosificando sabiamente la labia y el despotismo, ha conseguido transformar el cotarro federativo en un disciplinado colegio de EGB.
Pablo Porta, por otro lado, navega elegantemente por los nuevos mares de la transici¨®n. Nadie ignora que el deporte fue una de las ¨¢reas que el r¨¦gimen hizo suyas con mayor fervor, hasta el punto de llevarla hasta el sanctasanctorum del Movimiento. Desmantelado ¨¦ste, ?qu¨¦ hacer con el deporte, c¨®mo quitarle el marchamo de instrumento totalitario al servicio del Estado? Los sucesivos ministros culturales, carentes de todo sentido de la orientaci¨®n, dejaron hacer. Y a Pablo Porta le bast¨® con poner -imagino- un retrato del Rey en su despacho oficial para que todo siguiera siendo igual.
Y las cosas hubieran marchado sin chirridos si no llega a ser por un periodista, incordiante como un moscard¨®n, que se cruz¨® en su camino. Primero hubo amistad; luego, un curioso contubernio b¨¦lico. Porta habr¨ªa sido un directivo m¨¢s, sin pena ni gloria, de no haber sido porque un d¨ªa Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa le sac¨® a bailar al centro de la pista convirti¨¦ndole en blanco de todas las miradas. A Porta debi¨® de fascinarle esa mezcla de poder y popularidad. El caso es que han estado bailando durante nueve a?os ante los ojos de millones de espa?oles, y ahora nos damos cuenta de que su guerra no arreglaba nada del deporte espa?ol. Si acaso, nos ha servido de diversi¨®n.
?Con qu¨¦ deleite cada cual representaba su papel! El alto y el bajo, el bueno y el malo, don Quijote y Sancho Panza, el ¨ªntegro y el chup¨®ptero. Uno atacaba ferozmente, el otro encajaba con estoicismo, sin dejar escapar ni un quejido.
El espect¨¢culo quiz¨¢ empezaba a fatigar. Es dif¨ªcil aguantar la misma funci¨®n durante un decenio. Algunos de los dos ten¨ªa que caer, aunque s¨®lo fuera por extenuaci¨®n. El cese de Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa a m¨ª me parece que ha sido motivado por el cansancio. La comedia ya no daba m¨¢s de s¨ª. Luego, Porta ha sido glorificado con una reelecci¨®n abrumadoramente mayoritaria, su cota de popularidad nunca hab¨ªa alcanzado cotas tan altas, est¨¢ a tope de su exultante poder. Y, sin embargo, Pablo Porta necesariamente ha de estar desolado, al borde de la desesperaci¨®n. Una etapa decisiva de su vida ha concluido. Sin Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa ya no puede seguir siendo el mismo. La ficci¨®n ten¨ªa dos personajes y uno de ellos ha hecho mutis por el foro. ?Ah, qu¨¦ tiempos aquellos en que el espect¨¢culo dramatizado paralizaba el coraz¨®n de media Espa?a.' Tiempos que ya no volver¨¢n. ?Ser¨¢ verdad que ha terminado la transici¨®n espa?ola?
Es comprensible la desolaci¨®n de Pablo Porta. Cuando alguien se sienta a la puerta de su casa a ver pasar el cad¨¢ver de su enemigo y, finalmente, al cabo de tanto tiempo, se produce el evento, la angustia ha de ser enorme porque ya no tendr¨¢ objeto seguir sentado a la puerta de la casa, que era lo bueno. Habr¨¢ de levantarse y hacer algo. ?No es desolador?.
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