Di¨¢logo Fuerzas Armadas-periodistas
LOS DOS d¨ªas de conversaci¨®n y debate entre miembros de las Fuerzas Armadas y periodistas, la buena disposici¨®n de varios oficiales para responder sobre la marcha -en el programa radiof¨®nico Directo, directo- a las preguntas de los oyentes y el coloquio televisivo del viernes por la noche en La clave han constituido un comienzo de ese di¨¢logo que la sociedad espa?ola desea con sus Fuerzas Armadas.La frecuencia y fluidez de las comunicaciones entre el mundo militar y la sociedad civil ser¨¢ la mejor garant¨ªa de la solidez del ordenamiento constitucional y de, la Monarqu¨ªa parlamentaria. La tolerancia, entendida como aceptaci¨®n del derecho de los dem¨¢s a pensar y sentir de modo diferente, es la base sobre la que descansa una sociedad civilizada. Y tan s¨®lo, los comportamientos penados por las leyes deber¨ªan ser apartados de ese ¨¢mbito de respeto por las opiniones ajenas.
Este di¨¢logo tiene que versar no s¨®lo sobre los malentendidos entre militares y periodistas, sino tambi¨¦n sobre los desacuerdos, a la hora de valorar y enjuiciar las tareas de las Fuerzas Armadas y los trabajos de la Prensa. De nada valdr¨ªa ocultar que esos desacuerdos existen y seguir¨¢n existiendo, ya que la unanimidad es una fruta que s¨®lo se cultiva en los huertos de la hipocres¨ªa y del temor. El objetivo, por tanto, no puede ser otro que disminuir en lo posible las discrepancias y, sobre todo, ejercer la tolerancia. Las vocaciones y los oficios engendran necesariamente h¨¢bitos corporativos, estilos mentales y peculiaridades de car¨¢cter que los distinguen de los dem¨¢s. Es l¨®gico que incidentes como el ocurrido en una discoteca de Vic¨¢lvaro, por ejemplo, sean valorados e incluso percibidos de forma distinta por un periodista que por un militar. Siempre resulta dif¨ªcil que el enjuiciamiento de los hechos no sesgue de alguna manera su descripci¨®n, y ser¨ªa imposible que, a la hora de calificar unos sucesos coincidieran, plenamente quienes parten de distintas, aunque compatibles, escalas de valores.
En cualquier caso, resulta indispensable poner en guardia contra la homologaci¨®n, como interlocutores, de la Prensa y las Fuerzas Armadas. Estas no son dos instituciones, sino dos realidades sociales de muy distintas naturaleza. A veces los periodistas se enga?an a s¨ª mismos aceptando a pies juntillas la piadosa f¨¢bula seg¨²n la cual la Prensa ser¨ªa el cuarto poder y se sienten orgullosos por su fuerza y abrumados por su responsabilidad. Sin embargo, el poder de los ¨®rganos y de las instituciones del Estado, sea el Parlamento, el Gobierno, la Justicia, la Administraci¨®n civil o la Administraci¨®n militar, no es comparable con el que puede alcanzar un medio de comunicaci¨®n que reviste m¨¢s bien el car¨¢cter de un contrapoder y un medio de poner l¨ªmites y control a los abusos de los dem¨¢s poderes. Este contrapoder lo ejercen los medios de comunicaci¨®n a trav¨¦s de la influencia de que son capaces. El poder se tiene, se ejerce y se aplica con arreglo a normas y a procedimientos que pueden convertir en obligatoria una conducta y que sancionan con la privaci¨®n de la vida o de la libertad a quien se resista a sus mandatos. La influencia, en cambio, s¨®lo la posee quien la alcanza mediante su propio esfuerzo, y su campo de actuaci¨®n se limita a quienes voluntariamente la admiten.
De a?adidura, la alusi¨®n a la Prensa como un todo es una abstracci¨®n que oculta la pluralidad y hasta la contradictoriedad de quienes la integran -periodistas y medios de comunicaci¨®n-. Las Fuerzas Armadas constituyen en cambio una instituci¨®n vertebrada y organizada seg¨²n los principios de unidad, jerarqu¨ªa y disciplina. En Espa?a hay, afortunadamente, un solo Ej¨¦rcito, aunque la ultraderecha trate de escindirlo para poner a su servicio a la fracci¨®n dispuesta a romper sus juramentos de disciplina al Rey y al ordenamiento constitucional. Pero existen en cambio muchos peri¨®dicos -desde El Alc¨¢zar a Egin- y revistas -desde El Heraldo a Punto y Hora que no se hallan sometidos a ninguna cadena de mando ni a ninguna disciplina. Es l¨®gico, en consecuencia, que los periodistas tengan entre s¨ª v¨ªnculos emocionales ycorporativos mucho m¨¢s d¨¦biles que los que unen a los hombres de la milicia. Por esa raz¨®n, las Fuerzas Armadas, instituci¨®n jerarquizada y disciplinada del Estado, no est¨¢n manteniendo un di¨¢logo con otro poder instituciorializado, sino con peri¨®dicos y periodistas concretos.
Pensamos que estas meditaciones son ¨²tiles en un momento en el que, qui¨¦rase o no se quiera reconocer, este pa¨ªs tiene planteado un problema militar que debe aprender a resolver sin violencias y con respeto, pero sin dilaciones y con energ¨ªa tambi¨¦n. Este problema se resume insistentemente en dos aseveraciones: la necesidad de que el poder militar se subordine al poder civil y la inexistencia de un campo acotado para las Fuerzas Armadas que escape a las decisiones de los ¨®rganos representativos de la pol¨ªtica. La suposici¨®n, por eso, enarbolada reiteradas veces en el coloquio televisado el viernes, de que debe erradicarse de la Prensa la cr¨ªtica o el an¨¢lisis de determinados fen¨®menos militares -"ya nos encargaremos nosotros de que la disciplina se cumpla"no tiene sentido en una sociedad libre y democr¨¢tica. La Prensa tiene el derecho y el deber de ejercer sus opiniones -dentro de la legalidad- sobre todo el espectro de las cuestiones nacionales. Es l¨®gico y hasta comprensible que la pasada historia de cerraz¨®n y silencio no hayan acostumbrado a este fen¨®meno como es debido a la sociedad espa?ola, y no son s¨®lo los militares, sino tambi¨¦n otros funcionarios quienes se resisten a aceptar este papel cr¨ªtico de los medios de comunicaci¨®n. Pero forzoso es reconocer que habr¨¢n de aceptarlo si queremos seguir viviendo en democracia. El di¨¢logo abierto es, en cualquier caso, interesante y beneficioso para todos.
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