Una aventura disparatada
Que en 1981 se haya querido resucitar el personaje de Popeye, tan propio de la ¨¦poca de la depresi¨®n o de la posguerra mundial, parece a primera vista un anacronismo o una muestra de la escasa imaginaci¨®n de quienes realizan ahora pel¨ªculas especialmente dirigidas a la infancia. Que ese trabajo se haya encargado a Robert Altman da, sin embargo, una connotaci¨®n distinta al proyecto. Porque Altman es, entre los nuevos directores de Hollywood, el m¨¢s original, enloquecido e intelectualmente inquieto que se conozca.Al margen de su pel¨ªcula m¨¢s popular, Mash, ha dirigido t¨ªtulos tan distintos y ambiciosos como El volar es para los p¨¢jaros, Nashville, Tres mujeres, Quinteto o Un d¨ªa de boda; es, por otra parte, promotor de realizadores inteligentes que comienzan su carrera, y quiso incluso contratar a Carlos Saura para que trabajara a su lado en Estados Unidos.
Popeye
Director: Robert Altman. Producci¨®n de Robert Evans para Paramount y Walt Disney. Int¨¦rpretes: Robin Willams y Shelley Duvall. Comedia norteamericana, 1981. Locales de estreno: Benlliure, Novedades, Consulado, Liceo, Garden.
Contemplando su Popeye se intenta, por tanto, buscar secretos que la pantalla. no revela, extravagancias que animen o discutan al personaje, lecturas que a¨²nen esta pel¨ªcula con su variopinta trayectoria anterior. No hay, sin embargo, nada de eso si se tiene como referencia la personalidad del personaje creado por su dibujante en 1929. Lo que s¨ª es evidente es que Altman ha hecho un trabajo serio, concienzudo, ejemplar. El absurdo pueblo en que se sit¨²a la acci¨®n es un delirio imaginativo; los actores rozan lo genial, Shelley Duval, sobre todo, en su sorprendente personaje de Rosario. Se tiene, pues, en una primera impresi¨®n, la seguridad de que el director s¨®lo se ha esforzado por hacer un trabajo profesional.
Puede, no obstante, contemplarse Popeye desde el desconocimiento total del comic, lo que probablemente ser¨¢ frecuente entre el p¨²blico joven que acuda ahora a ver la pel¨ªcula. Se transforma entonces la pel¨ªcula en uno de los espect¨¢culos m¨¢s sorprendentes. El esquematismo argumental de buenos y malos, la victoria de quienes se mantienen dentro de la ley, comen y son respetables, queda inmediatamente superado por la ins¨®lita existencia de esos mismos personajes, sus voces (porque estamos, incluso, ante un buen doblaje), sus casas, sus trajes, sus cuerpos.
Al margen de la excelente recreaci¨®n de los dibujos, convertidos ahora en seres humanos, hay una posible nueva lectura olvid¨¢ndolos. Y es entonces cuando aparece el Altman de siempre, sorprendiendo y hasta entusiasmando.
Babelia
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