Uno no es nada si no trabaja
Pasada la euforia del desarrollismo, las cifras de desempleo nos vuelven a la realidad. La vor¨¢gine del consumo, que nos manten¨ªa en la ilusi¨®n de pisar ya el reino de la libertad (la abundancia), deja paso a la dolorosa realidad: seguimos en el terreno de la necesidad, de la carencia, de la dependencia de la naturaleza, que continuamente intentamos negar. El paro no es otra cosa que la manifestaci¨®n brutal, el desvelamiento s¨²bito de esta situaci¨®n estructural,No es s¨®lo el paro obrero (aunque sea ¨¦ste el m¨¢s doloroso, por su mayor indefensi¨®n). El problema del paro de licenciados, con los datos que se posee parece ser una situaci¨®n general en los pa¨ªses occidentales. Es probable incluso que haya que ir acostumbr¨¢ndose a la idea de un cierto paro estructural de licenciados, aunque disminuyan sus cifras actuales. Algunos Gobiernos comienzan ya a prepararse para ello, limitando el acceso a la ense?anza superior o intentando desvincularla de la profesionalizaci¨®n (intento este de ¨¦xito poco probable, a mi juicio, ya que ha de mantenerse la ilusi¨®n de la posibilidad de movilidad social, cerrada por otros caminos distintos a la ense?anza, al menos hasta ahora).
Pero no es del paro como accidente, como mero desequilibrio entre la oferta y la demanda, de lo que quiero hablar. Pienso que, por el contrario, el desempleo opera, entre otros factores, como aut¨¦ntico mecanismo de regulaci¨®n de homogeneizaci¨®n social. Todo cuanto diga de ello puede aplicarse tanto al paro obrero como al de licenciados; pero este ¨²ltimo adquiere un. valor especial, paradigm¨¢tico, dadas las caracter¨ªsticas espec¨ªficas del trabajo intelectual.
En efecto, act¨²a como parte de los mecanismos de homogeneizaci¨®n del sistema. Este quiere individuos ¨²tiles para sus prop¨®sitos; necesita hacer compatibles con su funcionamiento a todos sus elementos, convertirnos en individuos normales (es decir, adaptados a las normas), convertirnos en piezas acoplables a cualquier terminal del sistema, en suma.
Pero ?qu¨¦ regula el desempleo? Regula dos niveles: aunque parezca parad¨®jico, regula la acoplabilidad del sujeto al puesto de trabajo (regulaci¨®n concreta) y, de un modo m¨¢s general, regula la acoplabilidad del sujeto a cualquiera de los polos del sistema (regulaci¨®n abstracta). La primera es evidente en el caso de la clase obrera: el fantasma del paro, como espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza, postra al trabajo ante el capital. En el caso del trabajo intelectual, la presi¨®n es m¨¢s sutil, menos evidente; y esto porque el trabajo intelectual altamente cualificado conserva a¨²n restos de capacidad personal, autoimplicaci¨®n narcisista y control del proceso de trabajo que'e1 trabajo manual perdi¨® con la generalizaci¨®n de la cadena.
Para permitir este acoplamiento de lo que podemos llamar subjetividad del trabajador intelectual (denominaci¨®n c¨®moda aunque, a buen seguro, incorrecta), a la objetividad del proceso de trabajo hay que seleccionar a los mejor adaptados... o producirlos. Y esto es lo esencial de este mecanismo: no act¨²a como mero filtro, sino que, en la medida en que el trabajo no precisa del trabajador sino como mera pieza, no precisando, por tanto, de su subjetividad m¨¢s que como capacidad de acoplamiento ¨®ptimo, produce sujetos ¨²tiles a estos fines: esos horribles muchachitos y muchachitas, capaces de pasar por encima de cualquiera con tal de abrirse camino, de que habla Lidia Menaplace en un art¨ªculo sobre la ¨¦tica del trabajo. Estos muchachos y muchachas no pertenecen, sin embargo y desgraciadamente, a ning¨²n conjunto bien definido: podemos ser cualquiera de nosotros.
Para los que han ido quedando fuera de los sucesivos mecanismos de homogeneizaci¨®n (de la escuela al trabajo), s¨®lo queda la c¨¢rcel, los guetos para marginados o, m¨¢s sencillamente, el fracaso.
La homogeneidad obligatoria
?C¨®mo se consigue tal homogeneizaci¨®n de los individuos tal reducci¨®n del deseo a los beneficios institucionales ... ? La presi¨®n social y eso que pudorosamente llamamos educaci¨®n nos hace identificar nuestros deseos con tales beneficios: "Porque yo he estudiado sociolog¨ªa, pero no soy soci¨®loga; y he estudiado psicolog¨ªa, pero no soy psic¨®loga; y como trabajo en lo que puedo, pues no soy nada, y sin embargo soy lo que me salga". Esta tremenda identificaci¨®n de la identidad personal con el trabajo requiere una respuesta inmediata: uno no es nada si no trabaja... en lo que sea. La b¨²squeda de trabajo se convierte, as¨ª, para el licenciado, en todo un proceso de renegociaci¨®n consigo mismo de la propia identidad. Atr¨¢s ha de quedar todo lo que no sirva para ello: las inquietudes, las preferencias personales, las ideas pol¨ªticas ... ; quedar¨¢n atr¨¢s todos aquellos que puedan definir su identidad al margen de lo institucional.
El licenciado acaba, as¨ª, hablando el discurso que el poder precisa: aqu¨¦l que no consiga el discurso adecuado, que no sepa superar la esquizofrenia que supone representar un papel y saber que se est¨¢ representando, queda atr¨¢s, voluntariamente o no.
Los m¨¢s aptos podr¨¢n hablar cualquiera de estos discursos: el que se cree (o acaba por creerse) su trabajo (el ense?ante, por ejemplo, que justifica la jerarqu¨ªa del saber -aut¨¦ntica escuela de aprendizaje de que debe haber quien hable y quien calle-, tras renegar de ella toda su vida); el que separa trabajo y ocio pretendiendo relegar la necesidad al trabajo y disfrutar de la (falsa) libertad del ocio; el que separa lo p¨²blico y lo privado; considerando que el terreno de la cr¨ªtica es el del ciudadano y no el del trabajo... Hay muchos discursos posibles... y otros imposibles.
Es por esto que el desempleo act¨²a tambi¨¦n como mecanismo de regulaci¨®n abstracta: produce la ideolog¨ªa necesaria para el sistema en su conjunto (por supuesto, junto a otros mecanismos: la ideolog¨ªa est¨¢ escrita en lo real mismo), pues, ?acaso tal renegociaci¨®n de la identidad que acabo de se?alar no produce efectos permanentes?
Esta lucha, altamente competitiva, tiene una de sus manifestaciones en el caso del corporativismo, aut¨¦ntica reconversi¨®n del yo frente a ellos en un nosotros (los id¨¦nticos a m¨ª) frente a los otros (los dis¨ªmiles), en una disputa por ocupar un lugar bajo el sol del beneficio social y del privilegio profesional. Pero esto ser¨ªa tema de otro art¨ªculo.
Bajo la aparente transparencia de su funcionamiento, la realidad social acaba siempre por imponer la opaca realidad de la determinaci¨®n y de la contradicci¨®n social.
Si esto es as¨ª, ?es impensable que el sistema mantenga un saludable nivel de desempleo profesional (aunque tambi¨¦n obrero) que permita esta mejor regulaci¨®n de que hemos hablado, manteniendo, a la par, la ilusi¨®n de la movilidad social?
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