Naturaleza liberal del arte
La novela, lo que puede llamarse novela desde Cervantes, desde el Quijote, en cuanto tiene por referente previo o antecedente las novelas de caballer¨ªas, no puede dejar de evocar ese g¨¦nero como marco referencial que suscita una emulaci¨®n propiciadora. La genialidad cervantina estriba en la complejidad con que produce el gesto moderno -y segura mente nada original- de parodiar cr¨ªticamente las novelas caballerescas (abundando en una cr¨ªtica ya extendida en su ¨¦poca por la corriente erasmista o por Vives). La grandeza del Quijote estriba en que la parodia es, antes que nada, recreaci¨®n plena de mundo aventurero y fant¨¢stico de las novelas de caballer¨ªas, que son puntualmente repetidas e imitadas en clave par¨®dica. Pero, de hecho, el nuevo caballero introduce una variante que sobre vuela la iron¨ªa cr¨ªtica respecto a universo caballeresco, abriendo un nuevo mundo caballeresco de plena vigencia en la ¨¦poca cervantina y en su pr¨®ximo futuro. Par¨¢bola de la gesta hispana de dominaci¨®n mundial, en la que el caballero del ideal o de la virtud se enfrenta al curso del mundo, el Quijote resulta ser premonici¨®n anticipada del gran sue?o rom¨¢ntico que genialmente evoca Hegel en su Fenomenolog¨ªa del esp¨ªritu (y que tan cruelmente desestima). M¨¢s que la amarga comprobaci¨®n de que ya no hay lugar en el mundo para caballeros andantes, el Quijote trascien de el contexto par¨®dico en el que, sin embargo, arraiga, hasta alzarse a problemas sutil¨ªsimos de naturaleza moral, encarnados en la irreductible singularidad del personaje y su contexto. Todav¨ªa Unamuno hablaba de quijotizar Europa y tomar a don Quijote como ideal.En las primeras p¨¢ginas de esta novela extraordinaria -tanto por loo que es como producto como por lo que fue en su curios¨ªsima y sintom¨¢tica gestaci¨®n- nos las habemos con un personaje de parodia que, al principio de forma todav¨ªa mec¨¢nica, remeda de modo c¨®mico los h¨¦roes de las novelas de caballer¨ªas. Pero poco a poco ¨¦stos quedan tan s¨®lo como supuesto o cortejo fantasmal necesario para hilvanar la singladura peculiar del caballero: pretextos que suscitan la constante recreaci¨®n del t¨¢ndem Quijote y Sancho y del mundo entorno que por su sola presencia se estructura como unidad significativa. Entonces, don Quijote toma cuerpo e invade por entero el texto, hasta el punto de ser, en la segunda parte, ¨¦l mismo quien trata de recrear o variar la figura, ya textual, ya convertida en novela, de s¨ª mismo, figura que circula de mano en mano como "primera parte" editada y como remedo esp¨²reo de la misma. La novela, en sus m¨¢s acabadas creaciones, de Cervantes en adelante, no podr¨¢ ya evitar esa lecci¨®n cervantina de la mimesis compleja de un determinado g¨¦nero, que ya desde El Quijote es la propia novela moderna constituida. Y as¨ª, madame Bovary remedar¨¢ en su vida, en sus sentimientos y en sus acciones e inacciones, cuantas lecturas rom¨¢nticas le han sorbido el sexo, del mismo modo como Ana Ozores, la inolvidable regenta, recrear¨¢ en sus sentimientos e indecisiones -o decisiones- toda la literatura m¨ªstica, santa Teresa y san Juan de la Cruz, convenientemente tamizadas de sentimentalismo rom¨¢ntico a lo Lamartine o Chateaubriand.
Confundir el espacio vital y art¨ªstico
La genialidad cervantina estrib¨®, fundamentalmente, en fundar una obra art¨ªstica, punto este' demasiado olvidado por quienes, como Unamuno, pretenden confundir en un continuum el espacio vital y el art¨ªstico. El arte introduce una l¨²cida distancia respecto al modelo que representa e implica una compleja s¨ªntesis de participaci¨®n y lucidez, de comuni¨®n simbi¨®tica y distancia ir¨®nica, de fusi¨®n m¨ªstica e ilustraci¨®n. A diferencia de santa Teresa, que a partir del mismo culto quijotesco (y seguramente cervantino) por el mundo caballeresco, sali¨® de ni?a a convertir infieles y de mayor a reformar conventos, a diferencia de san Ignacio, que ley¨® la Biblia por raz¨®n de no hallar a mano libros de caballer¨ªas y sac¨® de ella lecciones codificadas inevitablemente en el registro caballeresco, en vez de estas "identificaciones", Cervantes, tan quijotesco como Teresa o como I?igo de Loyola, de lo cual hay evidencia en su carrera militar de cautivo y manco de Lepanto, tan rom¨¢ntico y tan "caballero de la virtud" como su h¨¦roe, fue capaz, sin embargo, de suscitar, en vez de una emulaci¨®n en clave identificatoria, una repetici¨®n creadora en clave simb¨®lica. El arte es simb¨®lico all¨ª donde la religi¨®n nace de la identificaci¨®n. Esta es un acting de una imitaci¨®n que la obra art¨ªstica produce fuera del cuerpo del creador. De ah¨ª que surja, en un espacio claramente diferenciado, el espacio de la ficci¨®n, una nueva creatura, un ser nuevo, con leyes inmanentes propias, as¨ª la novela el Quijote. Tal distancia entre creador y creatura, entre progenitor y obra, no se da, en cambio, en los textos teresianos. Mucho menos en la Compa?¨ªa de Jes¨²s. Y si se da en las grandes creaciones unamunianas, es a pesar de la voluntad expresa del creador (voluntad que de modo sofisticado intenta torcer en alguna de sus m¨¢s c¨¦lebres novelas). El arte, por naturaleza, es liberal.
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