ETApm: ?fin de la tregua?
LOS EXTENDIDOS rumores de que una fracci¨®n, tal vez mayoritaria, de ETA Pol¨ªtico-militar se propone tomar de nuevo las armas, enterradas o almacenadas desde febrero de 1981, invierte las expectativas de los ¨²ltimos meses acerca de un descenso del nivel de violencia en el Pa¨ªs Vasco y en el resto de Espa?a. Si se recuerda que los responsables de esta banda terrorista se sintieron ofendidos ante la obvia afirmaci¨®n de que el secuestro del doctor Iglesias significaba la ruptura de la tregua, hay serias razones para temer que la vuelta de los poli-milis a la senda del crimen pueda desembocar en una org¨ªa de asesinatos y atentados dirigidos tanto contra las Fuerzas Armadas y los cuerpos de seguridad como contra la poblaci¨®n civil. Baste con recordar, a este respecto, la matanza, en julio de 1979, en las estaciones de viajeros madrile?as y la campa?a de bombas en la costa mediterr¨¢nea durante el verano de 1980.No hay raz¨®n alguna para tener que elegir entre la peste y el c¨®lera o entre ETA Militar, ETA Pol¨ªtico-militar y los comandos aut¨®nomos. Aunque las justificaciones ideol¨®gicas o los proyectos delirantes de quienes aprietan el gatillo o colocan la goma-dos sean diferentes en algunos matices, seg¨²n sean las siglas bajo las que se amparan esos cr¨ªmenes, la significaci¨®n objetiva de las acciones terroristas y las consecuencias implicadas en su perpetraci¨®n son practicamente id¨¦nticas. En el caso de los poli-milis tal vez sea, sin embargo, especialmente aborrecible la arrogancia doctrinarla con la que explican sus asesinatos. Aunque siempre resulte absurda la tarea de buscar coherencia y racionalidad en los discursos de los terroristas que confunden una sociedad democr¨¢tica y un pa¨ªs desarrollado con una dictadura bananera, ETApm bate todos los r¨¦cords imaginables de incongruencia a la hora de tratar de enlazar sus an¨¢lisis de la situaci¨®n pol¨ªtica general con unas conclusiones pr¨¢cticas no inclu¨ªdas en las premisas que supuestamente las justifican.
La tregua o el alto el fuego adoptado unilateralmente por los poli-milis despu¨¦s del golpe de Estado frustrado del 23 de febrero fue por su parte una confesi¨®n, no por impl¨ªcita menos rotunda, de que el terrorismo de las diversas ramas de ETA no hab¨ªan tenido otra funci¨®n hist¨®rica que servir de fulminante y de coartada para el asalto al Palacio del Congreso. Pero incluso desde dos a?os antes, ETApm hab¨ªa aceptado, aunque fuera a rega?adientes, a remolque de los acontecimientos y sin renunciar a la violencia terrorista, que las instituciones democr¨¢ticas, el sistema constitucional y el estatuto de autonom¨ªa abr¨ªan caminos seguros y perspectivas ciertas para la pacificaci¨®n del Pa¨ªs Vasco y la reparaci¨®n de errores o injusticias procedentes del pasado. La tregua, por lo dem¨¢s, sirvi¨® no s¨®lo para ahorrar vidas humanas sino tambi¨¦n para ayudar subsidiariamente a la creaci¨®n de una nueva din¨¢mica pol¨ªtica en el Pa¨ªs Vasco. Porque unicamente la desaparici¨®n de la violencia permitir¨¢ a la sociedad vasca asumir su propias responsabilidades ciudadanas y alcanzar, a trav¨¦s de cauces pac¨ªficos y democr¨¢ticos, la consolidaci¨®n de las libertades y de las instituciones de autogobierno.
La decisi¨®n de ETApm de regresar al sendero del crimen justo en v¨ªsperas del comienzo del juicio del 23 de febrero, les convierte en complices declarados de los golpistas y en simples ac¨®litos o palafreneros de ETAm, cuya t¨¢ctica apocal¨ªptica de provocar con sus asesinatos y atentados el derrocamiento por la fuerza de la Monarqu¨ªa parlamentaria tendr¨¢ desde ahora en los polis-milis unos fieles y miserables lacayos. Las limitaciones que la LOAPA o la pol¨ªtica de transferencias gubernamental signifiquen para la autonom¨ªa vasca pueden suscitar muchas cr¨ªticas y discrepancias pero en modo alguno justifican la violencia. Antes por el contrario, una escalada del terrorismo que enarbolara como bandera pirata de sus cr¨ªmenes el rechazo de la LOAPA solo servir¨ªa para dificultar la discusi¨®n y la negociaci¨®n pol¨ªticas en torno a los contenidos del Estatuto, en tanto que el afianzamiento del sistema democr¨¢tico llevar¨ªa siempre en su seno las garant¨ªas necesarias, a trav¨¦s de las v¨ªas electorales y de las combinaciones parlamentarias o de gobierno, para que las instituciones vascas alcanzaran o recuperaran, antes o despu¨¦s, los objetivos compatibles con el ordenamiento constitucional. Una nueva ofensiva de ETApm, adem¨¢s de transformarla en una marioneta de ETAm, cerrar¨ªa, con el estr¨¦pito de las metralletas y la goma-dos, algunas puertas trabajosamente abiertas, en buena medida gracias al esfuerzo y a la inventiva pol¨ªtica de Euskadiko Ezkerra, desde la aprobaci¨®n del Estatuto de Guernica.
Los poli-milis retornan, as¨ª pues, al manique¨ªsmo de reducir la vida publica vasca, esto es, los conflictos y problemas de una sociedad compleja, industralizada y madura, al enfrentamiento -caracter¨ªstico de pa¨ªses subdesarrollados sometidos a feroces dictaduras- entre una minor¨ªa violenta y los cuerpos de seguridad del Estado. En suma, a la criminal utilizaci¨®n del mecanismo, tan elemental como el funcionamiento de un chupete, de la espiral acci¨®n-represi¨®n-acci¨®n, abocada, en el caso espa?ol, a servir de pretexto para una nueva intentona golpista. La l¨®gica infernal de las vanguardias violentas, tan certeramente criticada por Pertur en unas pat¨¦ticas cartas inmediatamente anteriores a su asesinato, se ha impuesto en ETApm, como antes en ETAm, a cualquier otra consideraci¨®n. La utilizacion de la ret¨®rica y de la fraseolog¨ªa marxiana o tercermundista apenas puede ocultar la desnuda realidad de unos dirigentes que no se resignan a perder su privilegiada condici¨®n de h¨¦roes de la historia, aunque la sangre y el cieno les cubra de la cabeza a los pies, y se resisten a incorporarse a las tareas y a los esfuerzos de quienes trabajan y viven en una sociedad democr¨¢tica. Estos fan¨¢ticos no dudan en proclamar en sus documentos la importancia de la retaguardia exterior, eufemismo para designar a esos l¨ªderes que viven en el sur de Francia, que necesitan autojustificar ideol¨®gicamente su confortable exilio y que compensan su atroz mala conciencia respecto a los presos a quienes embarcaron en sangrientas aventuras con campa?as en favor de una amnist¨ªa tanto m¨¢s lejana cuanto m¨¢s tarde en desaparecer la violencia. No parece demasiado aventurado predecir que los poli-milis, lanzados a la polarizaci¨®n de posiciones que la din¨¢mica de la violencia comporta, terminar¨¢n, como los bereziak de Apala, cuyas responsabilidades en la muerte de Pertur nunca han sido dilucidadas, en la misma cuadrilla que sus actuales rivales de ETAm.
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