El juego de la verdad
M¨¢s de cinco horas de interrogatorio llevaba ayer sufridas el general Armada cuando Mu?oz Perca, yerno de Blas Pi?ar y defensor del capit¨¢n Pascual G¨¢lvez, solicit¨® antes una opini¨®n que una respuesta del declarante, ?quien dice aqu¨ª la verdad, usted o las quince personas que le implican?. Armada, todav¨ªa entero pese al dur¨ªsimo castigo de la jornada extrajo de la perpleja seriedad que hasta ahora le caracteriza una in¨¦dita iron¨ªa campes¨ªno-galaica. "Mire usted, con el permiso de la Presidencia voy a responder con un dicho de la sabidur¨ªa popular: En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es seg¨²n el color del cristal con que se mira". Risas generalizadas, acaso por no llorar.El interrogatorio de ayer result¨® extenuante, macizo, unidimensional; las defensas -con las l¨®gicas excepciones de la del propio interrogado y las de Cortina y G¨®mez Iglesias- actuaron en forma abiertamente concertada, reparti¨¦ndose los papeles de interrogador bueno e interrogador duro, elevando el tono de las vocalizaciones, cortando al procesado, presionando, incidiendo en la procura de un desmoronamiento sicol¨®gico que a la postre no se produjo. Ayer el frente mayoritario de las defensas nos depar¨® un plaf, plaf, plaj sobre el equilibrio emocional del general Armada y su teor¨ªa de la verdad -cit¨® la definici¨®n que de lo que es decir verdad da el Ripalda-; un golpeteo continuo en busca del reblandecimiento de un interrogado que ofrece a los golpes la misma l¨ªnea de fractura que un colch¨®n. Pero tambi¨¦n es cori¨¢ceo y, ah¨ª L¨®pez Montero (que defiende a Tejero) fue el ¨²nico que con alardes de paciencia logr¨® llevarle a las cuerdas desmenuzando punto por punto las conversaciones Armada-Milans del 10 de enero en Valencia. Sin forzar las respuestas, pese que Armada contesta a menudo seg¨²n el acreditado m¨¦todo del doctor Ollendorf, logr¨® que Armada, al fin, aceptara algo: que en Valencia le dijo a Milans que el Rey estaba harto de Su¨¢rez. Admitiendo, adem¨¢s, no que el Rey lo dijera sino que ¨¦l afirm¨® que lo hab¨ªa dicho el Rey. Niega el resto de aquellas presuntas confidencias (repaso de pres¨ªdenciables, preferencias reales sobre civiles o uniformados, reconducci¨®n de procesos, etc¨¦tera) pero tirando de esa sola cereza el defensor de Tejero puede vaciar la cesta. El-malhumor de Ram¨®n Hermosilla, defensor de Armada, sus continuos incidentes con los dem¨¢s defensores, fueron ayer m¨¢s que comprensibles.
A m¨¢s de que Armada, quiz¨¢ sinuoso por naturaleza, desarrolla una autodefensa basada en la pr¨¢ctica rural de marear a la perdiz, que no le beneficia. Raramente contesta s¨ª o no, y a¨²n menos con ¨¦nfasis; sus construcciones verbales son curvil¨ªneas, rodea constantemente el objetivo intelectual al que quiere acercarse, para, muchas veces, acabar huyendo de ¨¦l. Coociendo su cultura no es dif¨ªcil atribuirle una lectura sosegada de "La estrategia de la aproximaci¨®n indirecta", del coronel Liddell Hart, el mejor tratadista brit¨¢nico y acaso mundial de temas militares. El caso es que si a Armada se le preguntara en la sala si es autor directo de un crimen de sangre es harto problable -por lo visto y o¨ªdo- que no contestara con una indignada y cortante negativa; comenzar¨ªa aduciendo que las cosas son en esta vida m¨¢s complicadas de lo que parecen y que si se le permite proceder¨¢ a un exordio previo. Nadie duda en la sala de la incapacidad moral de Armada para asesinar a sangre fr¨ªa, pero la construcci¨®n intelectual de sus respuestas -si es que la sicolog¨ªa tiene algo que aportar a los m¨¦todos procesales- conduce a quien le escucha al convencimiento de que oculta la verdad. Por supuesto que aqu¨ª casi todos la ocultan -y no es presunci¨®n vana, Milans se vanagloria de ello-, pero en Armada la sensaci¨®n es m¨¢s punzante. Otra l¨ªnea que el interrogatorio de las defensas han querido dejar indeleble ha sido -obviamente- la cantinela de esta causa: que Armada calla para salvar al Rey. El letrado Mu?oz Perca no pudo ser m¨¢s claro:
-Si usted pudiera hacer una declaraci¨®n exculpatoria para los encausados, ?la har¨ªa?
-(Armada, picando y en tono emocionado) Ser¨ªa la alegr¨ªa m¨¢s grande de mi vida.
-Y si esa declaraci¨®n perjudicara al Rey, ?tambi¨¦n la formular¨ªa?
-No procede esa pregunta y no debe ser contestada (el Presidente).
Hoy no hay vista (el Consejo Supremo de Justicia Militar tiene otros asuntos que despachar) y el Tribunal pudiera reflexionar sobre las dosis de sensatez que est¨¢ repartiendo en las sesiones. En este asunto hay un mal entendimiento de c¨®mo operar cuando los defensores de Milans y su grupo tratan de enroscar a Armada en la falacia de la supuesta complicaci¨®n de la Corona. Y Armada -acaso sin pretenderlo, acaso l¨²cidamente encuentra su refugio en sus propios ment¨ªs. A¨²n no habiendo sido expl¨ªcitamente preguntado por ello Armada se lanza a una exculpaci¨®n no solicitada de la Reina que mueve a asombro: que la Reina, pese a la experiencia de su hermano y a que el golpe de los coroneles la sorprendi¨® en Grecia, no tiene man¨ªa a los militares, que la conoce muy bien y tiene trato asiduo con los pr¨ªncipes de la milicia. Otra obra del refranero -esta vez no citada por Armada- acude a la memoria: L¨ªbreme Dios de mis amigos que de mis enemigos me cuido yo.
El caso es que Armada afirma a Escandell (defensor de Milans) que "pase lo que pase, me condenen o no me condenen, mi fidelidad al Rey seguir¨¢ siendo inquebrantable". No es de extra?ar que la defensa de Milans hurgue en declaraciones como ¨¦sta. Por lo de m¨¢s Armada se preocupa de limpiar de rumores su historial de fiel servidor de la Casa Real. Asegura que jam¨¢s remiti¨® correspondencia recomendando el voto a Alianza Popular con inembrete de La Zarzuela -argumento de Su¨¢rez, quien, por cierto, est¨¢ quedando en este juicio como una especie de campe¨®n avisado, de la democracia, pasa sacarle del entorno real- y que fue sujeto de una falsificaci¨®n conspirativa, que con el general Sabino Fern¨¢ndez Campo (su sustituto junto al Rey) mantiene buenas relaciones y que abandon¨® aquel cargo pidiendo a Mondejar una carta para Guti¨¦rrez Mellado de recomendaci¨®n demando de armas que era lo que ansiaba: mandar la divisi¨®n de monta?a Urgel de la que luego -seg¨²n confesi¨®n escuchada en la sala confes¨® a Milans que no quer¨ªa sacarla a la calle en un desfile del d¨ªa de las Fuerzas Armadas porque cuenta con tal n¨²mero de mulos y semovientes que pod¨ªa mover a broma.
A Milans le trata con respeto pr¨®ximo a lo reverencial. Inquirido una y otra vez sobre si Milans miente se apresura a denegarlo en un nuevo circunloquio de que ¨¦l cree que ¨¦l mismo dice la verdad, lo que -aunque Milans diga lo contrario- no presupone que este mienta sino que existen diferentes interpretaciones de la realidad de los hechos: la tesis del cristal y del color. Tejero tampoco sale mal librado de beneficia m¨¢s la declaraci¨®n de Armada que la del propio Milans): afirma el interrogado que cree que Tejero se apoyaba en algo superior que no le manifest¨® nunca. Y de Milans estima que nunca le consider¨® rebelde; "todos nosotros somos ahora presuntos rebeldes, yo no puedo juzgar las conductas". Gabeiras, durante los autos jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito y superior inmediato de Armada, queda -entre lo que dice Armada y lo que recuerdan las defensas- pr¨¢cticamente a pan pedir. Cuando Armada sale hacia el Congreso a pactar con Tejero le despide con un "?A sus ¨®rdenes, mi general!", bastante ins¨®lito por la diferencia de rango y lo usual del trato. Y cuando le comunica el cese le expresa su disgusto, le informa que ha sido una exigencia de Suarez y Sahag¨²n, que le ha defendido infructuosamente, que su actitud en el 23 de febrero fue correcta la de Armada-, pero que "...los que ocupamos puestos pol¨ªticos tenemos que pasar por estas cosas. Dame un abrazo." Los tenientes generales Aramburu (entonces y hoy director general de la Guardia Civil) y Santamar¨ªa (en aquellas fechas jefe de la Polic¨ªa Nacional) aparecen en la deposici¨®n de Armada como jefes militares que no echan por delante los galones para imponer su autoridad y sacar a Tejero y sus guardias del Congreso. La expectaci¨®n ante la pr¨®xima citaci¨®n de testigos crece por momentos.
Otro punto en el que el general Armada (quien comete el error, en su amabilidad tan poco castrense, de sugerir a unas defensas que van contra ¨¦l apearle el tratamiento de vuecencia o mi general) naufraga estrepitosamente es el tocante a su oferta constitucional. Quiere sacar las metralletas del hemiciclo y que los diputados, reci¨¦n recobrados del susto, le voten (o no le voten) presidente de un Gobierno provisional "sin coacci¨®n alguna". Se supone que sin coacci¨®n alguna los se?ores diputados proseguir¨ªan la votaci¨®n de investidura del candidato Calvo Sotelo, pero all¨ª, as¨ª y entonces siquiera ponerse a considerar la propuesta de Armada obviando la coacci¨®n parece una presunci¨®n excesiva.
En estos tres ¨²ltimos d¨ªas, ?hemos asistido a una confrontaci¨®n Milans-Armada?. ?La palabra de uno contra la palabra de otro? No exactamente. Si hace dos d¨ªas alguien suger¨ªa que se llamara a declarar a Kafka hoy podr¨ªa pedirse la declaraci¨®n de Freud. Librados los interrogados de juramento y en el respeto que se debe a la compleja intimidad del pensamiento humano podr¨ªa decirse sin desdoro para nadie que ambos dicen una serie de verdades, los dos ocultan otras y entre esas dos aguas buscan su resquicio de salida. Y, por supuesto, que aqu¨ª se ha abusado mucho del vicio nacional de la tertulia de caf¨¦, vivero de indiscrecciones, exageraciones y desprop¨®sitos. Ya dec¨ªa Aza?a que en este pa¨ªs la mejor manera de guardar un secreto era escribirlo en un libro: fuera de eso todo son hablillas de pasillo que, entrecruzadas, acaban engordando el basamento de un golpe de estado.
Y acabado el interrogatorio de Armada, el coronel Escandell solicit¨® el careo entre los dos primeros declarantes a puerta cerrada, para resguardar la dignidad de ambos militares. El Presidente, sin titubeos, deneg¨® la prueba originando un rimero de protestas a efectos de casaci¨®n de casi todas las defensas. El fiscal togado apoy¨® la decisi¨®n presidencial aduciendo que el careo ya se hab¨ªa efectuado en la fase de plenario (tambi¨¦n los interrogatorios lo que no obsta para que se repitan en la vista oral). El defensor del teniente Izquierdo, letrado Ortiz (uno de losjabal¨ªes de la defensa) estim¨® por su parte que los careos del plenario deb¨ªan repetirse ante los juzgadores y ante la- opini¨®n p¨²blica.
En lo que ata?e a la puerta cerrada (que se teme en cualquier momento a cuenta de declaraciones relacionadas con la inteligencia militar) se ignora que dignidad puede acabar por los suelos si los careados no la pierden previamente por s¨ª mismos.En sociedad se alivian algunas veladas con una distracci¨®n llamada "juego de la verdad". Pasatiempo excitante porque la sinceridad tambi¨¦n genera adrenalina y peligroso por cuanto suele acabar con s¨®lidas amistades. Algo de esto se materializa en el proceso de Campamento, a¨²n cuando en la nave del Servicio Geogr¨¢fico del Ej¨¦rcito la adrenalina fluye cuando alguien te da un codazo y te se?ala la presencia en la sala del elefante o de los asistentes a la reuni¨®n de la calle general Cabrera que oculta Milans.
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