Ocio de los espa?oles
LAS 11.000 personas que el pasado martes acudieron a visitar en el Museo del Prado la exposici¨®n antol¨®gica de El Greco no estaban respondiendo a una s¨²bita pasi¨®n por la cultura. Constitu¨ªan, simplemente, el reflejo de un cambio apreciable en los intereses de los espa?oles, cuya demanda cultural supera, en muchos casos, la oferta que se le hace, aunque ¨¦sta resulte, por rachas, de calidad y abundancia ins¨®litas. Tampoco se produjo aquella extraordinaria afluencia porque estemos en una ¨¦poca de vacaciones. En tiempos anteriores -y el caso de los primero d¨ªas de la exhibici¨®n en Madrid del Guernica de Picasso fue un buen ejemplo- estos mismos ciudadanos desafiaron sus horarios laborales para acudir a una cita con el arte en riadas que se repitieron en casos como las muestras de Mondrian, Henry Moore y otras expresiones del arte pl¨¢stico.La abundancia del cine espa?ol, que se acomoda sin riesgos y con mayor o menor ¨¦xito, en medio de los grandes estrenos premiados por Hollywood; la presencia en Madrid de los grupos extranjeros que participan en el inmediato Festival Internacional de Teatro, adem¨¢s de la reposici¨®n de una obra m¨ªtica de hace una d¨¦cada, Anillos para una dama, de Gala, con Mar¨ªa Asquerino; la oferta musical, que en Cuenca se centra en la m¨²sica religiosa, y en Canarias, por poner dos ejemplos distantes, concentra a grupos europeos de lo m¨¢s diverso en un festival de primavera, y el inter¨¦s creciente por las artes pl¨¢sticas, muestran una geograf¨ªa nacional que contrasta con aquel t¨®pico que presentaba al espa?ol como un ser col¨¦rico sentado en las gradas de un estadio de f¨²tbol. No obstante hay que reconocer que la demanda cultural insatisfecha de los espa?oles no est¨¢ m¨ªnimamente compensada por la creaci¨®n de nuestro pa¨ªs. La labor del ministerio de Cultura no merece tan siquiera comentarios. Entre esas ofertas, no cabe duda que la televisi¨®n ocupa hoy el primer lugar, a pesar de los esfuerzos que se hacen desde Prado del Rey para alejar de la caja tonta a los ciudadanos ¨¢vidos de lograr una informaci¨®n adecuada de lo que pasa en la vida cotidiana de este pa¨ªs. Sin embargo, en el ¨¢rea del entretenimiento cinematogr¨¢fico la televisi¨®n ha hecho en los ¨²ltimos tiempos un esfuerzo notable para adecuar la importancia del medio a la expectativa de calidad que tiene el telespectador. Orson Welles y Rita Hayworth fueron anoche protagonistas de la programaci¨®n, y aunque en esta Semana Santa se haya incidido excesivamente en la emisi¨®n de programas religiosos, que acaso chocan con el car¨¢cter aconfesional del Estado que sustenta aquel medio p¨²blico, es cierto que la programaci¨®n de grandes conciertos y de ¨®peras hist¨®ricas justifican la presencia del espa?ol cansado ante la peque?a pantalla. Hoy, por ejemplo, el telespectador podr¨¢ retirarse a descansar despu¨¦s de escuchar La flauta m¨¢gica, de Mozart, y de ver un nuevo cap¨ªtulo de una serie sin sello norteamericano: Los gozos y las sombras, basada en la trilog¨ªa de Gonzalo Torrente Ballester.
Esa afluencia de hechos culturales, a los que el espa?ol acude con naturalidad y en masa, justifica un razonable optimismo sobre la capacidad que tiene este pueblo para recuperar su poder de diversi¨®n, para enfrentarse a la historia con la conciencia de que el ocio siempre fue en este pa¨ªs una posibilidad de creaci¨®n frente a los que gritan una n¨¢usea que para los espa?oles est¨¢ tan fuera de moda como el t¨®pico de la in¨²til c¨®lera del espa?ol sentado.
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