M¨¢s de dos mil personas, desaparecidas despu¨¦s de las tres erupciones del volc¨¢n mexicano Chich¨®n
Un penacho permanente de azufre y cenizas se yergue desde hace tres semanas en la cinta del volc¨¢n Chich¨®n, en el Estado mexicano de Chiapas, al sureste del pa¨ªs. Las tres erupciones desatadas desde el 28 de marzo han arrojado un saldo oficial de veintid¨®s muertos y 93 heridos, pero nada se sabe sobre el paradero de 2.350 personas que habitaban una decena de aldeas que ahora se encuentran sepultadas bajo dos metros de lava.El ministro de Defensa, general F¨¦lix Galv¨¢n, prefiere creer que estos campesinos lograron escapar a tiempo de la inesperada lluvia de fuego y piedras lanzada por este volc¨¢n Chich¨®n, al que se atribuye una edad geol¨®gica de 150.000 a?os y que llevaba siglo y medio dormido.
Si as¨ª no fuera, engrosar¨ªa la lista de v¨ªctimas. Hasta ahora no han sido localizados en los campamentos de emergencia ni en las poblaciones vecinas del ¨¢rea del desastre. Una comprobaci¨®n sobre el terreno es imposible, debido a que la lava mantiene temperaturas superiores a los doscientos grados. Los cad¨¢veres que haya. en la zona es probable que no puedan ser rescatados nunca.
Un socorrista de la Cruz Roja Jos¨¦ Claudio Mart¨ªnez, especialista de alta monta?a, que al frente de un equipo de rescate logr¨® aproximarse hasta tres kil¨®metros del humeante cr¨¢ter, dijo que en un radio de diez kil¨®metros la vida es imposible por el calor y los gases t¨®xicos. "Los ¨²nicos supervivientes que encontramos fueron una mujer con sus ocho hijos y una anciana. Tuvieron la fortuna de que su rancho estaba en la espalda del volc¨¢n y que el viento sopl¨® en otra direcci¨®n.
El socorrista se mostr¨® impresionado por el dantesco espect¨¢culo. "Los ranchos est¨¢n sepultados; los ¨¢rboles, quemados; a ratos se ven restos de animales carbonizados y nada sabemos de la suerte de los pobladores de El Guayabal, El Volc¨¢n y Guadalupe Victoria. La jungla ha desaparecido bajo las cenizas. All¨ª no hay vida posible".
Las tareas de rescate se han desarrollado en circunstancias tan adversas, que tres soldados y el ge¨®logo Salvador Soto perdieron la vida atrapados por un alud de lava. Los helic¨®pteros tuvieron que regresar a la capital porque una nube de cenizas de unos diez kil¨®metros cuadrados impide la visibilidad en torno al volc¨¢n, y por debajo de ella las temperaturas son tan elevadas, que podr¨ªan provocar la explosi¨®n de los aparatos.
Las p¨¦rdidas ocasionadas por el Chich¨®n no han sido a¨²n debidamente cuantificadas, pero un primer presupuesto aproximativo para rehabilitar las zonas da?adas asciende a unos 1.500 millones de pesos (unos 3.500.000 millones de pesetas).
En los d¨ªas siguientes a las primeras erupciones se form¨® al sur de M¨¦xico una enorme masa de ceniza que, seg¨²n los sat¨¦lites meteorol¨®gicos, ten¨ªa unos quinientos kil¨®metros de lado. Unas 150.000 hect¨¢reas de ma¨ªz y 22.000 de frijoles han quedado destruidas, pese a que las primeras tormentas tropicales han contribuido a limpiar los campos y hacer menores las p¨¦rdidas de la agricultura.
En un radio de diez kil¨®metros en torno al volc¨¢n, los da?os ecol¨®gicos se consideran irreversibles. Todo asentamiento poblacional ha sido prohibido en esta zona, y un cord¨®n del Ej¨¦rcito impide que nadie se adentre.
En otro anillo de diez kil¨®metros m¨¢s ser¨¢n necesarios, al menos, tres a?os de trabajos para que la tierra pueda volver otra vez a dar fruto.
Aunque desde hace una semana no se han registrado nuevas erupciones, la constante fumarola que preside uno de los cuatro cr¨¢teres del Chich¨®n advierte que su actividad no ha cesado. Vulcan¨®logos mexicanos calculan que en el mejor de los casos tendr¨¢n que pasar seis a?os hasta que el volc¨¢n se apague de nuevo.
Una importante campa?a de solidaridad humana se ha puesto en marcha en todo el pa¨ªs para ayudar con v¨ªveres y medicinas, aI margen de los cauces oficiales, a los 20.000 damnificados. Mientras tanto, los habitantes del Estado de Colima, que ya se hab¨ªan acostumbrado a convivir con otro volc¨¢n humeante, empiezan a temer que la tragedia del Chich¨®n pueda repetirse en su Estado.
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