La moral social de la democracia
Un cambio en la estructura pol¨ªtica del pa¨ªs no tiene posibilidades de permanecer si no va acompa?ado a su vez de un cambio en la moral social, es decir, ese conjunto de pautas de conducta y de disposiciones an¨ªmicas que constituyen el entramado de la vida cotidiana y son, por tanto, el tejido b¨¢sico que sirve de trasfondo al resto de las actividades sociales. Desde esa perspectiva el autor de este art¨ªculo analiza el momento espa?ol.
La moral social est¨¢ definida por lo que los moralistas y soci¨®logos llaman los mores, en ella se implica la escala de valores que sirve de com¨²n denominador a la mayor¨ªa del cuerpo social. Si no existe ese com¨²n denominador caemos en la anomia m¨¢s absoluta, lo que irrevocablemente conduce a la desintegraci¨®n de la sociedad, manifestaci¨®n a su vez de un proceso colectivo de desmoralizaci¨®n.Las consideraciones anteriores creemos que son pertinentes para enjuiciar algunos de los aspectos m¨¢s negativos de nuestra actual situaci¨®n. El hecho de que la transici¨®n a la democracia se realizase mediante un proceso de reforma pol¨ªtica, que alejaba autom¨¢ticamente toda tentaci¨®n rupturista, provoc¨® la permanencia, en amplios sectores de poblaci¨®n, de una moral heredada del r¨¦gimen anterior. En la dictadura franquista se impon¨ªa imperiosamente una ¨¦tica del ¨¦xito, ya que era muy peligroso destacarse pol¨ªticamente a menos de estar seguro del triunfo, pues el fracaso de cualquier iniciativa de oposici¨®n acababa necesariamente en la persecuci¨®n, en la clandestinidad o, como m¨ªnimo, en la marginaci¨®n social. La pervivencia de esta ¨¦tica social es lo que da sentido a la expresi¨®n "franquismo sociol¨®gico", mediante la cual no hay que entender s¨®lo -como se ha hecho- el conjunto de intereses socioecon¨®micos y administrativos bajo los que se hizo la transici¨®n, sino todo el dep¨®sito de actitudes y disposiciones morales anclados en el cuerpo social a que nos estamos refiriendo.
La t¨¢ctica del hecho consumado
Esta moral franquista del ¨¦xito se manifiesta socialmente bajo la t¨¢ctica del hecho consumado. El modus operandi es muy simple: se fuerza una situaci¨®n, se provoca un hecho, y cuando ese hecho se ha consumado, nos encastillamos en ¨¦l, tratando por todos los medios de que se le reconozca social, pol¨ªtica y legalmente. La mayor¨ªa de los acontecimientos -por lo menos, los de m¨¢s trascendencia- que hemos vivido los espa?oles durante la transici¨®n pueden explicarse mediante un esquema tan simple como el citado.
Acudamos a algunos ejemplos. El primero que se nos viene a la mente -quiz¨¢ porque sus consecuencias a¨²n no han terminado- es el del 23-F, en el cual unos militares provocaron un hecho consumado -secuestro del Gobierno y el Parlamento-, colocando al Rey en una situaci¨®n de facto que trataron de rentabilizar en su propio beneficio; s¨®lo la valiente y decidida actitud del Monarca -como es bien sabido- determin¨® el fracaso de la operaci¨®n, que estaba pensada en la m¨¢s pura t¨¢ctica ejemplificadora de lo que estamos diciendo.
Es curioso, por lo dem¨¢s, que -fracasado el golpe- los m¨¢s evidentes protagonistas del mismo traten de exculparse, alegando las m¨¢s inveros¨ªmiles argumentaciones: Milans del Bosch sac¨® los tanques en Valencia para proteger a una poblaci¨®n que no estaba amenazada, y hasta Tejero, llevado del mismo clima psicol¨®gico, ha preguntado, ir¨®nicamente si iba a tener que demostrar que estuvo en el Congreso de los Diputados. Al fin y al cabo, para los seguidores de esta t¨¢ctica, lo que no est¨¢ consumado no existe, y eso debe ser as¨ª aunque para ello tengan que conculcar la dignidad personal y un c¨®digo de? honor que ha sido tradicionalmente norma ¨¦tica consustancial al militar de 'carrera.
No importa ganar o perder
Y no tenemos que hacer un gran esfuerzo para encontrar ejemplos similares en otros ¨¢mbitos de la vida nacional. En un mundo tan alejado de la milicia como es la universidad podemos detectar el mismo tipo de comportamiento. En la cuesti¨®n de la LAU, tan debatida ¨²ltimamente, se pone de manifiesto id¨¦ntica moral social por parte de todos los estratos universitarios. Los catedr¨¢ticos -en el manifiesto que hicieron p¨²blico- defienden aquellas "oposiciones patri¨®ticas" posteriores a la guerra civil, donde el patriotismo se med¨ªa m¨¢s por la lealtad pol¨ªtica a un r¨¦gimen que les depar¨® determinados privilegios que por el saber, la ciencia o la capacidad docente; en definitiva, de lo que se trata es de no dar un paso atr¨¢s en lo ya adquirido.
Lo que la sociedad no habr¨ªa escuchado
En fin de cuentas, es esta la misma actitud de los penenes, muchos de los cuales accedieron a su cargo por el escotill¨®n del enchufe o del nepotismo, y con su reclente huelga no quer¨ªan sino convertir en permanente el puesto que con tales m¨¦todos adquirieron en la estructura un¨ªversitaria. Los mismos estudiantes -tan altruistas en otras ocasiones- empezaron a inquietarse seriamente cuando se les explic¨® que, si los penenes consegu¨ªan lo que quer¨ªan, la ense?anza universitaria les estar¨ªa bloqueada en el futuro inmediato, haciendo de este modo gala de una decidida preocupaci¨®n por sus intereses materiales y profesionales, a la vez que expresaban su desinter¨¦s por un modelo universitar¨ªo beneficioso al conjunto de la comunidad.
Por eso, en toda esta barah¨²nda que la LAU origin¨®, de lo que la mayor¨ªa de la sociedad no habr¨ªa o¨ªdo hablar es de una aut¨¦ntica mejora institucional de la universidad, del perfeccionamiento del profesorado, de la mayor dedicaci¨®n a la docencia o a la investigaci¨®n. La vieja moral franquista del triunfo, todav¨ªa persistente en nuestro entramado convivencial, empuja a todos los estratos tiniversitarios en la defensa de los derechos adquiridos y de los privilegios conquistados, sin que a nadie se le ocurra pensar en la contrapartida de los sacrificios, en el servicio debido a la comunidad ni en el bien colectivo puesto en juego.
Es esta moral social la que debe cambiar si la democracia va a consolidarse, pues, en un r¨¦gimen democr¨¢tico, no importa tanto ganar o perder, dado que en dicho r¨¦gimen nunca se gana o se pierde definitivamente. En la etapa de la dictadura se produjo una doble moral de combate que fructific¨® en dos posturas opuestas, pero igualmente radicales: o bien la necesidad de triunfar a toda costa, a menos de ser aplastado y sofocado por un r¨¦gimen que no admit¨ªa ning¨²n tipo de piedad con el ca¨ªdo, o bien el colocarse desde el primer momento en una actitud de oposici¨®n marginal y muchas veces clandestina que hac¨ªa de la soliodaridad en la lucha una ley sagrada.
Pero esto ha cambiado y la nueva situaci¨®n democr¨¢tica exige recuperar una nueva moral social, donde la piedra clave no est¨¦ situada tanto en el triunfo o en el fracaso como en la persecuci¨®n de unos ideales de vida en los que se cree firmemente. El ciudadano espa?ol debe cobrar conciencia de que el sentido de una vida no est¨¢ en el triunfo o no de lo que emprende, sino en, el servicio que presta a la comunidad y a s¨ª mismo, gui¨¢ndose por unas pautas de conducta y unos ideales por los que ha apostado y en los que cree como capaces de orientar sus acciones y su papel en el mundo. En una democracia, donde el respeto a las minor¨ªas est¨¢ asegurado, nuestra vida puede seguir teniendo sentido, a pesar del fracaso moment¨¢neo de nuestros ideales, pues si tenemos fe en ellos nada impide que ma?ana triunfen y -en cualquier caso, triunfen o no- nuestra vida se realiza en ese empe?o. Es esta precisamente la moral social que la democracia est¨¢ reclamando con urgencia.
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