El pueblo de Cala despert¨® ayer tranquilo
Cala, un peque?o pueblo de la sierra onubense, despert¨® ayer tranquilo. Los mineros que all¨ª viven s¨®lo ten¨ªan que recoger los pertrechos acumulados en el interior de la mina y esperar la anunciada visita de Alfonso Guerra, vicesecretario general del PSOE, al filo de las siete de la tarde. Pero los veintiocho mineros, que el s¨¢bado pasado abandonaron el interior de la galer¨ªa tras 32 d¨ªas de encierro, no est¨¢n seguros a¨²n de que se vaya a instalar la prometida planta de pellets en Fregenal de la Sierra. "Nos han enga?ado muchas veces", dicen, "para que ahora sea verdad". Sin embargo, admiten que no tuvieron m¨¢s opci¨®n que abandonar la medida de presi¨®n para que el Gobierno pueda dar luz verde al proyecto.
Salir de aquel infierno fue una decisi¨®n que tardaron mucho tiempo en tomar. All¨ª, a mil metros del exterior, lo pasaron mal, pero llegaron a familiarizarse con el ambiente hasta el punto de que durante los dos d¨ªas de tregua que el presidente del Gobierno exigi¨® para recibir a una representaci¨®n minera en el palacio de La Moncloa, aquellos trabajadores durmieron en el interior del t¨²nel. Hoy dicen que no dudar¨ªan en encerrarse de nuevo si fuera necesario."Mire, yo hasta que no vea funcionar la planta de pellets no me lo creo. Todav¨ªa tengo que verlo. Y con mis propios ojos. Llevamos ya muchos desenga?os".
-Hombre, Calvo Sotelo dio buenas palabras el otro d¨ªa.
-No s¨¦, lo tengo que ver. Hasta que no lo vea no lo creo.
Francisco Casta?o es uno de los veintiocho mineros que se encerraron 32 d¨ªas en el fondo de la galer¨ªa principal de la mina de Cala, en Huelva. Sali¨® el pasado s¨¢bado del t¨²nel a las 14.15 horas. El pelo, ensortijado y sucio; los ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando todos esos d¨ªas. "Yo no me encerr¨¦ por defender un sueldo de 200.000 pesetas, por ejemplo. Yo me met¨ª ah¨ª -y se?ala la humeante boca del t¨²nel- por 35.000 pesetas al mes. Si usted quiere es un sueldo de miseria, pero ese dinero me hace falta para dar de comer a mi hijo".
-?No pens¨® nunca abandonar el encierro?
-No-, no. De all¨ª no me iba a sacar nadie. Me met¨ª sabiendo lo que iba a hacer y ten¨ªa que quedar inconsciente, o una cosa as¨ª, para que me sacaran.
Francisco Casta?o, el Croqueta, como le llama alg¨²n compa?ero, es minero desde hace ocho a?os. Ahora tiene veinticinco -"cre¨ªa que los veintis¨¦is iba a cumplirlos dentro"- y trabaja como conductor de una pala cargadora. "Mi ilusi¨®n desde chico era tener la profesi¨®n que tengo". Est¨¢ casado y tiene un ni?o de un a?o.
-?Por qu¨¦ se encerr¨® en la mina?
-Me encerr¨¦ porque el Gobierno nos enga?¨® bastantes veces.
-?Sirvi¨® para algo el encierro?
-Bueno, yo creo que s¨ª. Como dice Garc¨ªa Correa -senador del PSOE por Huelva y secretario general de la miner¨ªa onubense de UGT-, a los doce d¨ªas de encierro nos recibi¨® un subsecretario, a los veintid¨®s d¨ªas un ministro y a los 32 el presidente del Gobierno.
-?Cree que el Gobierno se asust¨® porque ustedes estuvieran metidos en aquella mina?
-Yo lo ¨²nico que creo es que tenemos raz¨®n y que el Gobierno debe cumplir lo que promete
-?Volver¨ªa a encerrarse?
-S¨ª, s¨ª. Y estoy dispuesto a hacerlo de nuevo un mes, dos o los que haga falta. ?Ya est¨¢ bien de que el Gobierno se cachondee de nosotros como hasta ahora lo es tuvo haciendo!
"Nos di¨® bastante rabia que las mujeres se encerraran primero"
La dureza de Francisco Casta?o no encaja con su aspecto de ni?o grande a quien se le atragantan las palabras de vez en vez.Hace diez d¨ªas conoci¨® en persona a Felipe Gonz¨¢lez. "Me ha parecido..., o sea..., una persona; no s¨¦ c¨®mo decir".
Cala es un pueblo serrano de casas blancas construidas en perfecta formaci¨®n a los lados de la carretera. Casi no hay aceras. Los ni?os juegan al borde de la calzada entre los gritos de atenci¨®n de las madres y el claxon de los coches. Francisco Casta?o naci¨® en Cala, all¨ª conoci¨® a su novia, Antonia, all¨ª se cas¨® y all¨ª vive.
-?C¨®mo pasaron los 32 d¨ªas de encierro?
-Unas veces nos encontr¨¢bamos bien, otras con los nervios perdidos. Fueron d¨ªas para no hacer nada, para jartarse de llorar y eso.
-Antes que los hombres se encerraron las mujeres. Ustedes las relevaron en el interior de la mina.
-S¨ª, nos dio bastante rabia.
-?Hab¨ªa estado alguna vez en esa galer¨ªa.
-S¨ª, all¨ª me hab¨ªa encerrado ya tres veces. Adem¨¢s la conoc¨ªa por culpa del trabajo, aunque yo trabajo a cielo abierto.
Cuando los mineros salieron del t¨²nel el pasado s¨¢bado, en una de las paredes de la galer¨ªa qued¨® colgado un poster de una mujer desnuda. "S¨ª, s¨ª, yo me acordaba mucho de mi mujer".
Hace casi una semana cinco representantes de los mineros fueron recibidos por el presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, en el palacio de la Moncloa. Francisco Casta?o nunca se plante¨® la idea de dejar el encierro y conocer al presidente.
"Todas la mantas que te pusieras eran pocas"
El m¨¦dico de Cala, Mauricio Prieto, hizo una encuesta entre los mineros encerrados para conocer el cambio de h¨¢bitos en el interior de la mina. Y descubri¨® que el consumo de bebidas alcoh¨®licas se hab¨ªa, cuando menos, duplicado y los fumadores multiplicaban incluso por cinco el n¨²mero diario de colillas.En los ¨²ltimos 32 d¨ªas se recibieron en la Casa del Pueblo de Cala 2.169.799 pesetas en donativos para ayudar a la manutenci¨®n de los quince encierros que hab¨ªa en la comarca. Con ese dinero se alimentaron 346 personas encerradas en la mina, en iglesias, en escuelas y en ayuntamientos.
-?Ustedes com¨ªan bien?
-S¨ª, nos tra¨ªan todos los d¨ªas buena comida. Nosotros no pod¨ªamos guardar all¨ª nada porque con la humedad se estropeaba.
-?Dorm¨ªan bien?
-No, yo dorm¨ªa a cualquier hora. Hab¨ªa mucha humedad y hac¨ªa fr¨ªo. Al principio te echabas en la cama y estabas bien, pero al cabo de un rato todas las mantas que te pusieras eran pocas.
El trastarno de los tiempos de descanso y la tensi¨®n nerviosa provocaron frecuentes pesadillas.
Francisco Casta?o, nada m¨¢s salir de la mina se abraz¨® a su padre, Telesforo, de 53 a?os, quien tambi¨¦n permaneci¨® los 32 d¨ªas en la galer¨ªa. Entre el medio millar de personas que aguardaba la llegada de los mineros, estaban su mujer y su hijo. Antes nunca la hab¨ªa tenido". Su mujer, Antonia, caminaba nerviosa.
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