La guerra oscura
LA SOSPECHOSA muerte del ministro argelino de Asuntos Exteriores, Mohammed Ben Yahya, cuando volaba a Teher¨¢n reaviva un instante el inter¨¦s p¨²blico por la guerra oscura y olvidada entre Irak e Ir¨¢n. Una guerra que comenz¨® en noviembre de 1980, con un espectacular avance iraqu¨ª, que se supon¨ªa decisivo (y organizado para ello) en la desestabilizaci¨®n del r¨¦gimen de Jomeini, mas inquietante para los poderes ¨¢rabes que para los occidentales, desafiado al mismo tiempo por los feroces atentados de su oposici¨®n (no menos ferozmente reprimidos); pero nunca se puede estar seguro del resultado de una guerra (afortunadamente: esta inseguridad impide algunas) y las ofensivas y pontraofensivas se han ido sucediendo hasta este momento, en el que parece que Ir¨¢n tiene alguna ventaja. Se ha tratado esta guerra con alguna displicencia, con alguna superioridad fatua, desde un pensamiento occidental que todav¨ªa sigue considerando, con la memoria enormemente corta, que este tipo de barbaries son frutos de pueblos primitivos, fan¨¢ticos, en los que no ha entrado todav¨ªa la diosa raz¨®n entronizada en Francia el 20 de brumario del a?o II (medida de una era con la que se pretend¨ªa volver a comenzar el mundo). En nombre de esta paternal superioridad se han realizado algunas operaciones llamadas hip¨®critamente pacificaciones, para establecer protectorados, que no han sido sino otras guerras, otras matanzas, otra perpetraci¨®n de injusticias. La guerra de las Malvinas entre dos naciones de las que han esgrimido permanentemente su adhesi¨®n a la raz¨®n y al esp¨ªritu de la convivencia nos produce, adem¨¢s de estupor, la desaz¨®n y la inquietud por sus consecuencias -que se van acumulando a ritmo creciente -, la humillaci¨®n de tener que aplicarnos a nosotros mismos, tan paternalistas y tan sabios, las medidas de desprecio con que hemos tratado a los protagonistas de una conflagraci¨®n que nos parec¨ªa ajena, propia de los otros no tocados por nuestra gracia mental. Podr¨ªa decirse, en cambio, que la guerra de Irak y de ir¨¢n, por lo que se juega en ella, por su fondo profundo, por lo que ata?e a otra civilizaci¨®n, es menos est¨²pida que la de las Malvinas o, dicho con todas las reservas, est¨¢ m¨¢s justificada (las reservas se refieren a que ninguna guerra puede estar jam¨¢s justificada; como ning¨²n terrorismo, como ninguna dictadura, como ninguna forma de opresi¨®n). El episodio de la muerte de Ben Yahya est¨¢ envuelto con toda la truculencia de la situaci¨®n. Viajaba de Argel a Teher¨¢n y su intenci¨®n era la de mediar en esta guerra, como parte de una operaci¨®n m¨¢s extensa lanzada por el presidente argelino Chadli Benyedid: Argelia trata de reunificar en lo posible el mundo ¨¢rabe. Ben Yahya era un antiguo negociador: con Francia en los acuerdos de Evian, que empezaron a poner fin a la guerra entre los dos pa¨ªses; como embajador en el Reino Unido y en la URSS; como mediador entre Teher¨¢n y Washington en la crisis de los rehenes. Se le atribu¨ªa temple, serenidad y capacidad de comprender los intereses ajenos, virtudes nada desde?ables en un mundo crispado. En su vuelo negociador, Ben Yahya acababa de traspasar la frontera turca.y su avi¨®n se adentraba en Ir¨¢n cuando cay¨®. Teher¨¢n acusa a Irak de una conspiraci¨®n: asegura que tiene datos de que el avi¨®n fue perseguidopor un caza iraqu¨ª, y que fue ese caza el que le derrib¨®, y que no pod¨ªa tener dudas el atacante de que el avi¨®n era el del ministro argelino. Esta acusaci¨®n puede creerse o no creerse. Hemos llegado a un punto en el que la mentira abierta y descarada forma parte de la vida pol¨ªtica -interior, internacional- con tal fuerza que en la ¨¦poca en que el hombre est¨¢ mejor y m¨¢s abundantemente informado se produce la paradoja de que la verdad y la mentira no se distinguen. Es una amplia, batalla que Stalin y Hitler siguen ganando despu¨¦s de muertos: su invento y su utilizaci¨®n de la propaganda fueron tan perfectos que han impregnado al mundo.
Para dudar de la noticia se puede pensar -aparte de este escepticismo general- en la falta de motivaci¨®n. No se ve por qu¨¦ Irak iba a desear la muerte de un negociador ni que otro pa¨ªs pudiera impulsar a Irak en esta acci¨®n. Pero la teor¨ªa del accidente es siempre impopular. Nos domina la paranoia: probablemente es una justa respuesta humana a la acumulaci¨®n de la mentira, de las conspiraciones, del submundo y del miedo difuso.
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