El radiador
De entre la variada fauna que, pacientemente, abreva cada tarde en las no siempre pl¨¢cidas sabanas de Las Ventas, el habitualmente aburrido observador obtiene valiosos elementos de reflexi¨®n. Tal ocurre con un esp¨¦cimen que suele abundar en los tendidos, y al que daremos en llamar el radiador.
Tr¨¢tase de un aficionado generalmente voluntarioso y entusiasta, con m¨¢s de eso que de sapiencia taurina, cuyo mayor empe?o consiste en radiar la corrida a sus cong¨¦neres cercanos (e incluso, con frecuencia, a alguno de los lejanos, en funci¨®n del timbre, tono y registro de su voz), con abundancia de detalles y comentarios.
Desde su localidad, el radiador suele ilustrar al torero acerca de los diferentes defectos de su enemigo, se lamenta con voz pesarosa de las constantes equivocaciones del diestro, cuando se trata de un radiador ¨¢cido, y encomia de manera permanente, cuando es ben¨¦volo, las excelencias de la faena. Asimismo, env¨ªa paternalistas mensajes sobre los peligros del viento, la imposibilidad de ligar faena en tal o cual terreno o sobre la tendencia del astado a dar pu?aladas por la izquierda.
Para dejar constancia de la amplitud de sus conocimientos sobre la fiesta de los toros, se?ala "lo trasera que le han puesto esa pica" al toro, jalea con entusiasmo el par de banderillas colocado a la remanguill¨¦ y mueve la cabeza a uno y otro lado con desesperaci¨®n en el momento en que el maestro se apresta a ejecutar la suerte suprema cuando, seg¨²n su sabio juicio, "el toro est¨¢ mal doblado".
El vecino de localidad del radiador, que suele ser un amigo que le ha invitado a los toros esa tarde, aguanta con estulticia la docta exposici¨®n, y se hace firm¨ªsimos prop¨®sitos de, la pr¨®xima vez, enviarle a casa una caja de cigalas. El resto de los pr¨®ximos soporta con peor humor la catarata de comentarios y, de vez en cuando, catapulta hacia ¨¦l miradas asesinas.
Fig¨²rense ustedes lo divertida que tuvo que ser la corrida cuando uno ha tenido tiempo de hacer las observaciones anteriores. Ayer estuvo justificado, incluso, el habitual gesto de los gu¨ªas de grupos tur¨ªsticos, que acostumbran a llevarse a sus pupilos al morir el tercer toro, con el convicente argumento de que "los tres toros siguientes son lo mismo que hemos visto".
Sebasti¨¢n Palomo Linares rumiaba ayer, junto a su esposa, desde una barrera del diez, la fecha de su regreso a los toros. Jos¨¦ Alonso, delegado del grupo Fierro en Ecuador, valoraba la inoportunidad de su viaje desde Quito para asistir a las corridas de San Isidro.
El padre de Emilio Mu?oz, a quien se conoce por el apodo de El Nazareno y por su escaso sentido del humor, vigilaba la salud de su hijo que, seg¨²n confesi¨®n de parte, sali¨® a torear enfermo, "con treinta y nueve". Demasiados para esta plaza.
Babelia
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