Mefist¨®teles y Fausto, amigos inseparables

La Opera de Chicago todo lo ha fiado a la veteran¨ªa. Kraus, Freni, Ghiaurov y el director Georges Pr¨ºtre son int¨¦rpretes estupendos, que realizan una versi¨®n concierto. Ellos, cuarteto arm¨®nico, hacen y deshacen, tejen y destejen. No existe montaje. El escenario aparece como una inevitable incomodidad. Las mara?as de la partitura se resuelven teatralmente mediante el original sistema de no plantearlas.La calidad de los cantantes, la competencia de esta realizaci¨®n televisiva que TVE emiti¨® el pasado martes, se?alan vigorosamente una veloz huida lejos de la teatralidad. Y la ¨®pera, as¨ª, no se entiende. Los cortes (habitaci¨®n de Margarita, escena 1, acto IV; las monta?as de Harz, escena 1, acto V) contribuyen a reducir el conjunto dentro de la comodidad del ¨¦nfasis. Conceptos remotos que resuenan en el o¨ªdo: el cielo, el diablo, la doncella, la tentaci¨®n, la salvaci¨®n eterna. Como si se pretendiera imponer una simetr¨ªa a la ambig¨¹edad. Al final, ve¨ªamos c¨®mo Fausto y Mefist¨®feles se condenaban bajando a la vez, engullidos por el suelo, mientras Margarita recib¨ªa foco cenital. ?Por qu¨¦? La ¨®pera es m¨¢s terrible. Margarita se va al cielo a comer bombones y Fausto se queda con Mefist¨®feles en tierra, en la tierra, como dos amigos acompa?¨¢ndose en la desesperaci¨®n y el fracaso.