Sharon- Josu¨¦ /1
En la entrevista de Oriana Fallaci al general israel¨ª Arik Sharon, publicada en este peri¨®dico los d¨ªas 2 y 3 de septiembre del a?o en curso (o sea, uno y dos d¨ªas despu¨¦s de que Reagan anunciase su plan para los palestino, pero hecha indudablemente en d¨ªas anteriores), al preguntarle la entrevistadora sobre las iras que su actuaci¨®n en Beirut ha provocado en Estados Unidos, el general contesta, entre otras cosas: "El presidente de EE UU tiene que cuidar la opini¨®n p¨²blica, si se tiene en cuenta que ha de afrontar las elecciones en noviembre... Sin embargo, yo no dramatizar¨ªa la irritaci¨®n de los americanos. Nuestra alianza con ellos se basa en intereses rec¨ªprocos, y los americanos lo saben. Israel ha contribuido a la seguridad de EE UU en la misma medida que EE UU ha contribuido a la seguridad de Israel: as¨ª que no tiene importancia que surja alguna ri?a".Complicidad con Israel
En efecto, los americanos han demostrado sobradamente -al menos hasta el nuevo plan de Reagan, en el improbable supuesto de que sea sincero- su, m¨¢s que lealtad, verdadera complicidad con Israel, -incluso en esta ¨²ltima guerra, tanto con varios vetos o abstenciones en la ONU como, sobre todo, con la intervenci¨®n de Habib, que es quien realmente ha conseguido la salida de los palestinos armados; puesto que Habib s¨®lo de nombre ha sido un mediador, un ¨¢rbitro entre terceros; en realidad ha sido casi un diplom¨¢tico israel¨ª; y digo casi, porque para serlo del todo s¨®lo ha faltado que obtuviese de los palestinos la lista nominal de los combatientes que se retiraban de Beirut. ?S¨®lo faltaba eso! Por lo dem¨¢s, lo que ha hecho es presionar a los palestinos, no desde un punto neutro, sino sobre la amenaza de las propias armas de Israel.
Creo que, al margen de las miras militares o geoestrat¨¦gicas, como las llaman, o de las propensiones yanquis a la gendarmer¨ªa internacional, o, m¨¢s en general, de la cong¨¦nita paranoia de todo Estado en cuanto tal, enfermedad tanto m¨¢s aguda cuanto m¨¢s poderoso sea ¨¦ste, hay tres, puntos interiores que fundamentan las afinidades electivas entre los norteamericanos y los israel¨ªes y sirven de base y justificaci¨®n interna a tan descarada complicidad en la pol¨ªtica exterior.
El primero de ellos es pol¨ªticoecon¨®mico y, en consecuencia, es el m¨¢s superficial e irrelevante. Tanto es as¨ª que el propio Reagan parece haberse atrevido a desafiarlo con su reciente plan para los palestinos. Se trata simplemente del tan cacareado control econ¨®mico por parte del Hamado lobby jud¨ªo sobre importantes rotativos norteamericanos de difusi¨®n nacional, que tienen, por lo que se dice, poderosa influencia en las elecciones presidenciales. Pero este factor, a pesar de la importancia que se le atribuye y tal vez efectivamente tenga, es, con todo, el m¨¢s contingente y, por tanto, tambi¨¦n acaso el m¨¢s mudable.
La buena conciencia de los vencedores
M¨¢s profundo parece el segundo de esos puntos, que no est¨¢ tan en los hechos cotidianos y a la luz del d¨ªa, sino que se halla socialmente implantado en la conciencia de los americanos desde la guerra contra HitIer. En esta guerra, en efecto, la buena conciencia de los vencedores, y especialmente de los norteamericanos, se construy¨® sobre todo como vindicaci¨®n de quienes fueron con mucho las mayores v¨ªctimas de los horrores nazis, o sea los jud¨ªos. La guerra es siempre mala consejera para la conciencia de los vencedores; por grande que haya podido ser de hecho la perversidad de los vencidos, la victoria inclina siempre, de modo casi insuperable, hacia el farise¨ªsmo, que consiste en construir el sentimiento de la propia bondad sobre la maldad ajena ("Te doy gracias, Se?or, porque no soy como los otros hombres... porque no soy como ese publicano", es, en efecto, lo que dice el fariseo de la par¨¢bola), lo cual es pura y simplemente una depauperaci¨®n total de la propia conciencia, puesto que residencia, de modo carism¨¢tico, la bondad en el sujeto mismo, y no en la eventual cualidad moral de cada acci¨®n.
Una vez que se adquiere la convicci¨®n ¨ªntima de ser los buenos, la conciencia moral queda cegada para el examen de cada nueva acci¨®n que se presenta; las acciones de los buenos ser¨¢n, a partir de entonces, indefectiblemente buenas a causa de la previa definici¨®n y autoconvicci¨®n de los sujetos, y no por su propia cualidad. Con esa buena conciencia, o sea, con esa conciencia empobrecida hasta extremos de ceguera, pudieron llegar, casi insensiblemente, los norteamericanos hasta los ¨²ltimos horrores de Vietnam, donde al fin una parte abri¨® los ojos, aunque hoy parece que quiera volverlos a cerrar.
Pues bien, esa buena conciencia de la guerra mundial, que tiene su principal ra¨ªz de convicci¨®n, para fortalecer el sentimiento de la propia justicia, en el recuerdo de las iniquidades nazis contra los jud¨ªos, es la necesidad psicol¨®gica, ideol¨®gica y moral en que socialmente se asienta, en gran medida, la aquiescencia p¨²blica de los norteamericanos hacia la casi incondicional complicidad de sus mandos nacionales para con el Estado de Israel.
Si aquellas v¨ªctimas, que fueron y siguen siendo principal¨ªsimo argumento para edificar y mantener en alto -o sea, en la en inconsciencia y en la inopia- la conciencia norteamericana desde la guerra que se cerr¨® con las bombas de Hiroshima y Nagasaki hasta la que concluy¨® con los bombardeos de Haipong y de Hanoi, no siguiesen teniendo raz¨®n, entonces -y por el mismo mecanismo far¨ªssaico que transforma la bondad, de eventual cualidad de las acciones, en permanente carisma del sujeto- aquella misma buena conciencia -tanto m¨¢s necesaria para el equilibrio ps¨ªquico de las poblaciones cuanto mayor sea su efectiva impotencia e irresponsablidad en los negocios p¨²blicos- podr¨ªa venirse abajo.
Vindicaci¨®n de la iniquidad
El Estado de Israel, en la medida en que aleg¨®ricamente representa la vindicaci¨®n de la iniquidad que santifica a quienes la expugnaron, funciona, pues, como un sustent¨¢culo de todo punto indispensable para la paz del alma de los norteamericanos en cuanto tales. Si Israel les falla hasta el punto de que tengan que negarlo, la perezosa conciencia de las gentes s¨¦ ver¨ªa abocada al desasosiego, al desamparo de tener que revisar su autoconvicci¨®n moral y remover su seguridad de sentimientos, tal como hab¨ªa empezado a hacerlo a ra¨ªz de la guerra de Vietnam.
M¨¢s antiguo -aunque no por eso necesariamente m¨¢s profundo- es el tercero de los puntos que socialmente fundamentan la afinidad electiva, la simpat¨ªa de los norteamericanos para con los israel¨ªes. Este no es otro que el que nace de las propensiones veterotestamentarias que caracterizaron a las comunidades protestantes que poblaron, creciendo y multiplic¨¢ndose, desde el Mayflower hasta la conquista del Far West, el pa¨ªs que hoy constituye Estados Unidos.
La doctrina el destino manifiesto
En efecto, el Antiguo Testamento, y en especial la conquista de Cana¨¢n por las tribus de Israel, ven¨ªa tan de molde para la expansi¨®n de los pioneros que famosa doctrina o ideolog¨ªa del destino manifiesto, mediante la cual los norteamericanos racionalizaron y moralizaron el despojo y el exterminio de los pieles rojas, no es sino una versi¨®n pudorosamente laica del mandato de Yahv¨¦ en virtud del cual, las doce tribus depredaron y pasaron a cuchillo a los antiguos pobladores de Cana¨¢n.
Esta correlaci¨®n concreta se ha establecido incluso, retroproyectivamente, en una c¨¦lebre superproducci¨®n cinematogr¨¢fica b¨ªblica, en aquel pasaje involuntariamente c¨®mico-grotesco en el que, dispuesto ya todo el pueblo de Israel para emprender el ¨¦xodo hacia Cana¨¢n, sin que -a fin de dejar bien remachado tal paralelismo para el nunca bastante obtuso espectador de cine falten siquiera las c¨¦lebres carretas de los pioneers en que se api?an ni?os y mujeres, se pone en boca de Charlton Heston, que se subroga en la persona del mism¨ªsimo Mois¨¦s, nada menos que esta, alucinante frase: "?Partamos hacia la tierra de la libertad"!
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