Fraga, como toro nacional
Existen muchas teor¨ªas para explicar por qu¨¦ se caen los toros en mitad de la lidia. Se habla de los piensos compuestos, del exceso de grasa, de la falta de ejercicio muscular en la dehesa o de ciertas artima?as de alg¨²n encargado, que desploma sacos terreros sobre los ri?ones de estas fieras de granja antes de salir a la plaza. Son bobadas. Hoy los toros se caen porque tambi¨¦n ellos han perdido la fe ciega en la patria y ya no creen en el. oficio, igual que los intelectuales de izquierda. La duda engendra flojera en los remos. Si los toros tuvieran el car¨¢cter de Fraga, no se caer¨ªan. Fraga, como toro nacional, dar¨ªa siempre la vuelta al ruedo en el arrastre y cada a?o se llevar¨ªa el Premio Mayte a la bravura.Un d¨ªa cumbre de feria, la bandera espa?ola ondea en el tejadillo y las gradas hierven de patriotas sentados por riguroso escalaf¨®n. La oligarqu¨ªa se acoda en la maroma de barrera con un puro engarzado en la muela de oro. Los tendidos de sombra est¨¢n llenos de empresarios a un punto de la quiebra, con un clavel en el ojal. En las andanadas de sol se explayan con la bota de vino los tenderos cabreados, los rentistas desplumados, los llorones de la Bolsa, las amas de casa con peineta, mantilla y abrigo de vis¨®n, gente que exige mano dura y sue?a con el as de bastos para animar la econom¨ªa. Un fragmento de zarzuela calienta la olla y, en ese momento, Fraga se revuelve en el chiquero con la cabeza rebosante de v¨ªsceras. Entonces suena un cornet¨ªn, no exactamente militar, que corta el bullicio monetario. Alguien abre el toril y de all¨ª sale un bufalo atolondrado con una r¨¢faga de polvo detr¨¢s. Lleva el hierro de AP marcado en el jam¨®n trasero y el n¨²mero uno de opositor escrito al fuego en la paletilla.
Cualquier novillero le cortar¨ªa las orejas y saldr¨ªa por la puerta grande, pero Fraga no es un toro, para desgracia de la fiesta nacional, sino un gran l¨ªder pol¨ªtico, que ha aprendido algunas reglas. En vez de pararse en medio del ruedo y escarbar la arena con la pata, corneando el aire in¨²tilmente, ha adoptado un talante civil sin perder los ademanes de chusquero y ahora mismo se dirige con rudas zancadas de tac¨®n hacia la tribuna del mitin, los brazos alzados en se?al de victoria, como un bodeguero euf¨®rico, entre el clamor financiero de los suyos. Ah¨ªnca los zapatones en la tarima, echa un reg¨¹eldo con sabor a codillo, expulsa una nube de azufre por la nariz y se ve que las ideas ya le empujan las cejas, porque se oye un rumor de masa encef¨¢lica y el borbot¨®n de palabras ardientes y mordidas por la mitad comienza a manar de su boca. Fraga utiliza un cabreo perenne para crear a su alrededor un clima de pesimismo triunfal.
Todo va bien, es decir, todo est¨¢ mal. No hay seguridad en la calle, nadie da confianza a los empresarios, se derrumban los valores, los honrados padres de familia no pueden llegar a final de mes ni pasear con sus hijas por la noche, los impuestos nos esquilman, la gente quiere orden, ha llegado la hora de las soluciones tajantes, Espa?a es lo m¨¢s importante. Bajo sus plantas se estremece el abismo, unos conglomerados de carne invaden el pescuezo del l¨ªder, sus p¨¢rpados bovinos se le encienden de repente y el insigne mazacote se pone a despedir oleadas de erudici¨®n, chascarrillos, cachos de filosof¨ªa pol¨ªtica, amenazas, promesas, chistes, citas, trozos de econom¨ªa liberal, todo a un punto de la estampida tel¨²rica. No tiembles, tierra, que no te hago nada.
-?Qu¨¦ ha dicho?
-No s¨¦.
-Parece una fuerza de la naturaleza.
-Le sobra sangre.
A Fraga le sobran exactamente dos litros de sangre. Si le aplicaran sanguijuelas en la pantorrilla para rebajarle la sacudida del pulso, que le estalla en las sienes, tal vez se volver¨ªa p¨¢lido como un hereje y comenzar¨ªa a dudar. Fraga nunca ha dudado de nada. Desde su juventud est¨¢ escalando con grandes resoplidos la ley de la gravedad contra la historia, aunque ¨¦ste es un momento estelar en su biograf¨ªa y ahora est¨¢ all¨¢ arriba encaramado en lo alto de un mitin, en una plaza de toros repleta de patriotas desmoralizados. Corren malos tiempos. Hoy nadie sabe qu¨¦ es Espa?a, ni d¨®nde hay que invertir. El fot¨®grafo suelta un fogonazo y Fraga queda paralizado entre pancartas en una instant¨¢nea de ira.
Cuando mi generaci¨®n iba a la escuela, no hab¨ªa el m¨ªnimo problema en este sentido. Los empresarios invert¨ªan en estraperlo de boniatos y la patria ven¨ªa pintada en el libro, donde se ve¨ªa a una matrona metida en grasa, con t¨²nica, bandera y corona, con un le¨®n postrado junto a su sandalia y la pechuga de cantante de ¨®pera. Siendo ni?o, en uno de mis viajes a la capital vi una estatua de m¨¢rmol, que era clavada a una t¨ªa m¨ªa, de la que estaba enamorado. Tambi¨¦n se parec¨ªa a la imagen del libro escolar. As¨ª me form¨¦ en mi tierna infancia un complejo freudiano muy enrevesado y llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que Espa?a era de mi familia, aunque probablemente menos t¨ªa m¨ªa que de Fraga. Mi generaci¨®n siempre ha cre¨ªdo que la patria ten¨ªa tetas. Pero en aquel tiempo, Manuel Fraga ya era una joven promesa que se hab¨ªa aprendido de memoria el list¨ªn de tel¨¦fonos y estaba a los pies de aquella estatua de m¨¢rmol con un obcecado furor por ser el primero en todo.
-?A d¨®nde vas a llegar, muchacho?
-A todo.
-?Y eso qu¨¦ es?
-Nam, ?am, ?am, todo..
-Enhorabuena.
El m¨¢s listo del establecimiento
Entonces no hab¨ªa tribunal que se le resistiera. Fraga entr¨® con la fuerza de un descargador de muelle en los vol¨²menes de la biblioteca y se los zampaba con cuchara, de tres en tres, como hace ahora con las fabadas. Era un archivo con patas, el opositor n¨²mero uno, el fichero ambulante, que consultaban aquellos analfabetos de chaqueta blanca. La cultura es ese poso que queda despu¨¦s de leer 2.000 libros y haberlos olvidado. Los sabios devuelven m¨¢s tarde ese bolo alimenticio como papilla digerida, nunca vomitan citas en forma de garbanzos crudos. Fraga era incapaz de olvidar una lectura, se sab¨ªa de memoria hasta las esquelas del Bolet¨ªn Oficial del Estado, y eso en este pa¨ªs te puede convertir en ministro. As¨ª sucedi¨®. El era el m¨¢s listo del establecimiento. Y Franco lo llam¨® para hacer hoteles, dar tijeretazos a las galeradas de los peri¨®dicos y recibir a la turista doce millones al pie del avi¨®n.
En Espa?a corr¨ªa un esplendor de caspa econ¨®mica de una Europa sobrealimentada y Fraga se mov¨ªa totalmente feliz en medio de un tornado de divisas. Realiz¨® muy bien el viejo proyecto republicano de paradores de turismo, bautiz¨® costas, dej¨® plantar una pared de cemento en cada litoral, le mostr¨® a Carrero Blanco el primer biquini remojado con agua bendita, permiti¨® salir de la ba?era a las artistas de cine envueltas con una toalla y ¨¦l iba loco por la m¨²sica de ac¨¢ para all¨¢ e inauguraba cosas, gritaba, com¨ªa centollos de veinte kilos, disparaba contra el culo de las se?oras en las cacer¨ªas, se pon¨ªa unos calzones de arriero chapoteando en el mar de Palomares, en medio de una avalancha de negocios sucios o limpios en aquel crecimiento desgarrado de los a?os sesenta, cuando en este solar ca¨ªan suecas y megatones en las playas. Fraga era el ¨²nico que se mov¨ªa bien o mal, pero a cien por hora. Si hubiera tenido una amante, ser¨ªa de esos que dejan esperando el taxi en la puerta, suben a zancadas, hacen el amor sin quitarse los zapatos, contra un armario ropero, bajan a una velocidad de mu?eco animado y corren a presidir algo.
En aquel nublado fascista, Fraga tambi¨¦n tuvo el valor de confeccionar una ley de Prensa, es decir, cort¨® el cerco de alambradas, aunque dejara el campo sembrado de minas. Cada semana se o¨ªa una explosi¨®n y se ve¨ªa a un periodista saltar por los aires. El abuelo estaba enamorado de este tigre de Bengala, pero ten¨ªa la mosca detr¨¢s de la oreja.
-Hay que vigilar a ese chico.
-Fraga es un patriota, mi general.
-Ha le¨ªdo demasiados libros. Eso nunca es bueno.
-Tiene usted raz¨®n.
Fraga exhib¨ªa una pureza unidimensional en aquel cotarro franquista. Todav¨ªa cre¨ªa en lo rom¨¢ntico de una Espa?a en forma de matrona con pechuga de contralto, estaba fren¨¦ticamente pose¨ªdo por los s¨ªmbolos abstractos del Estado, cuando la patria en ese tiempo era ya un palo enjabonado con un cap¨®n atado en la punta, por donde trepaban tecn¨®cratas con chaqu¨¦. Entonces Fraga ten¨ªa el mismo olfato de ahora, esa capacidad tan sutil para equivocarse o de hacer siempre lo contrario de lo que le conviene. En la jugada de Matesa, por un momento, apost¨® contra la corrupci¨®n; L¨®pez Rod¨® se llev¨® el bal¨®n con la mano y ¨¦l se qued¨® en medio de la calle vendiendo cervezas El Aguila.
Est¨¢ bien. Fraga era diplom¨¢tico, catedr¨¢tico de Derecho pol¨ªtico y m¨¢s cosas, de modo que pod¨ªa vender cerveza o explicar a Maquiavelo s¨®lo te¨®ricamente en la universidad, o ir de embajador a Londres y calarse aquel bomb¨ªn que le sentaba como una calabaza, mientras la flebitis hist¨®rica hac¨ªa de las suyas. En este mundo todo llega. Hubo un d¨ªa en que Dios Padre en persona recibi¨® en audiencia a Franco en un saloncito de La Paz y le comunic¨® el cese. Fraga tuvo una llamada de tel¨¦fono en la embajada.
-Que te vengas a Espa?a, Manolo.
-?Para qu¨¦?
-Esta finca ser¨¢ del primero que la coja.
-All¨¢ voy.
El resto es bien sabido. Se trata de la escalada de Fraga contra la ley de la gravedad. Jug¨® a la apertura cuando todo estaba cerrado; se empe?¨® en echar el candado cuando la mayor¨ªa quer¨ªa abrir; se dej¨® quemar como ministro de la Gobernaci¨®n en un tiempo de fuego cruzado en que los listos estaban en casa con los pies junto al brasero esperando a que escampara; ya en democracia abierta se present¨® a las elecciones con siete caras de B¨¦lmez, espectros de parafina del r¨¦gimen pasado; se opuso a que cuajara una idea de centro con embestidas de bisonte herido en una cuesti¨®n personal. Y no ha parado hasta que la ha triturado. Despu¨¦s de todo, durante doce a?os, ha sido muy apasionante ver c¨®mo un l¨ªder se hunde, renace, bufa, se agita, pierde imagen en un d¨ªa, la recobra en un lustro, la vuelve a perder en una hora, toma fuerza, se estremece, r¨ªe a carcajadas, truena como un tirano de Siracusa, se le llena el cr¨¢neo de tinieblas, lanza una idea clarividente, baja a los mercados, da la mano en el suburbano, cita a Bodino, cuenta un chiste de monjas, mata un urogallo. Y nunca se agota.
Ahora resulta que la patria no era una matrona de m¨¢rmol, ni un palo, enjabonado, sino una torre met¨¢lica de compa?¨ªa el¨¦ctrica refulgente de sol, con una calavera y dos tibias cruzadas, que indican peligro de muerte a cuantos se le acercan, con cables de alta tensi¨®n donde se abrasan los pajaritos y abajo, acotado por un cord¨®n de terciopelo, un espacio sagrado, que sirve de terraza de aperitivo para cien familias ilustres. Finalmente, Fraga lo ha entendido. Cada vez habla menos de Espa?a en abstracto y se ci?e mejor a la realidad. Se ha convertido en el representante leg¨ªtimo de los empresarios. Ha sido una potente escalada por la cuerda de nudos contra la ley de la gravedad y ahora a Fraga se le ve all¨¢ arriba en el tablado del mitin en esta plaza de toros, investido de gran l¨ªder civil, resoplando invectivas triunfales. En ciertos despachos de caoba gustan mucho sus ideas, pero ellos desear¨ªan que fuera menos rudo.
-A este muchacho le sobra sangre.
-Deja que se embale.
-S¨ª.
-Desde la oposici¨®n podr¨¢ cornear f¨¢cilmente a ese tal Gonz¨¢lez.
-Claro.
-Despu¨¦s, ya se ver¨¢ qu¨¦ hacemos con ¨¦l.
El ruedo ib¨¦rico hierve de empresarios desmoralizados y Fraga est¨¢ creando all¨ª un pesimismo victorioso. De pronto, en un tendido alto, comienzan a gritar unos reventadores. Fraga se engalla. Levanta la cuerna orgullosa. Se quita la chaqueta, se dispone a arrancarse de lejos como un toro con casta y grita a sus guardaespaldas, lo mismo que Belauste en la olimpiada de Amberes:
-A m¨ª el pelot¨®n, Sabino, que los arrollo. A por ellos.
-Manolo, que te pierdes.
-Es verdad. ?Qu¨¦ cabeza la m¨ªa!
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