A la espera del 'primer paso'
Si en algo coinciden los observadores pol¨ªticos norteamericanos, en relaci¨®n con la muerte de Le¨®nids Breznev y la llegada de Yuri Andropov, es en que el cambio llega en el momento m¨¢s bajo de las relaciones entre Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Situaci¨®n que, en principio, poco cambiar¨¢ ante la intransigencia del presidente Ronald Reagan de no acudir a los funerales moscovitas. Tema, por otra parte, que coloca una vez m¨¢s de relieve la existencia de halcones y palomas dentro de la Administraci¨®n Reagan.Con Breznev desaparece un interlocutor de cuatro Administraciones norteamericanas (Nixon, Ford, Carter y, hoy, Reagan) que marcaron un deseo de relajaci¨®n en las relaciones entre el Este y el Oeste. Un deseo frustrado por la pol¨ªtica exterior sovi¨¦tica que, con su intervenci¨®n en Afganist¨¢n, dio pretexto a los conservadores norteamericanos, ya en ¨¦poca de Carter, para colocar en cuarentena la pol¨ªtica de distensi¨®n entre las dos superpotencias.
El fin de la era Breznev y el comienzo del mandato Andropov abren muchos interrogantes para el mundo. Para Washington supone despejar inc¨®gnitas referentes a: ?Qu¨¦ pol¨ªtica hacia la URSS?, ?qu¨¦ consecuencias para las relaciones interaliadas entre EE UU y Europa occidental?, ?qu¨¦ rumbo para las negociaciones de control de armamento?, y, en definitiva, ?qui¨¦n debe dar el primer paso para restablecer un clima de confianza, en una lucha entre superpotencias por imponer su hegemon¨ªa en amplias zonas del globo?
El concepto de que la paz est¨¢ en la fuerza y no en la debilidad es utilizado, en diferentes recetas, tanto por los dirigentes del Kremlin como por los de la Casa Blanca. De ah¨ª que la mayor¨ªa de analistas crean que la continuidad marcar¨¢ la pol¨ªtica de relaciones entre el Este y el Oeste, en la era post Breznev.
Evitar la posibilidad de un conflicto global, con implicaciones nucleares, ser¨¢ la m¨¢xima preocupaci¨®n. Sin excluir las escaramuzas de guerras interpuestas en el golfo P¨¦rsico, en Oriente Pr¨®ximo, en Africa o en Centroam¨¦rica. Esa l¨ªnea de conducta entre sovi¨¦ticos y americanos, cl¨¢sica desde el fin de la segunda guerra mundial, es la que prevalecer¨¢, posiblemente, en el futuro de las relaciones Este-Oeste.
Pero, elementos de sustancial importancia, como la crisis en Polonia o las que puedan ocurrir en otros pa¨ªses del ¨¢rea de influencia sovi¨¦tica, podr¨ªan cambiar las coordenadas tradicionales de las que parten analistas a la hora de valorar las relaciones Este-Oeste. Tambi¨¦n podr¨ªan cambiar si se acent¨²a el foso euro-americano, ilustrado estos ¨²ltimos tiempos en las pol¨ªticas divergentes entre Washington y las principales capitales de Europa occidental, a la hora de comprar gas sovi¨¦tico o instalar nuevas generaciones de misiles.
Reagan promete a Andropov "trabajar para la mejora de las relaciones" entre Estados Unidos y la URSS. Pero, al mismo tiempo, temporaliza en materia de negociaciones para una reducci¨®n y control de armas nucleares y promueve un presupuesto militar en EE UU que alcanza las cotas m¨¢s altas de la historia americana en ¨¦poca de paz. Critica, adem¨¢s, el fen¨®meno pacifista norteamericano de manipulado por agentes extranjeros.
Partiendo de los casi dos a?os de Administraci¨®n Reagan, hay que se?alar la paulatina moderaci¨®n en el lenguaje del presidente americano hacia la URSS. Los primeros discursos de Reagan desde la Casa Blanca no dudaban en calificar a los sovi¨¦ticos de "terroristas internacionales", por acontecimientos de conflicto en Centroam¨¦rica (El Salvador), que luego se demostr¨® que no eran tan influyentes como pretend¨ªa la Administraci¨®n Reagan. Confund¨ªan el comunismo con el hambre, sin llegar a encontrar un solo guerrillero cubano, mientras enviaban consejeros militares norteamericanos a El Salvador, Guatemala y Honduras.
No obstante, la Administraci¨®n Reagan esquiv¨® los riesgos de escalada con la URSS en otros conflictos, como la guerra del L¨ªbano o la de las Malvinas. Continu¨®, en definitiva, la actitud cl¨¢sica de los ¨²ltimos treinta a?os.
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