La dura condici¨®n de ser mujer en la Iglesia
Es muy probable que las que le oyeron entre aplausos jubilosos est¨¦n plenamente satisfechas de las palabras que les dirigi¨® y del trato que les dio. Respeto su sentimiento y su pensamiento, pero me duele. Me duele porque las mujeres seguimos teniendo cabida en la Iglesia s¨®lo a medias. Se nos contin¨²a tratando como fieles de segunda categor¨ªa. La instituci¨®n prima el hecho de ser hombre y penaliza el hecho de ser mujer.Es un espinoso y triste problema este de la mujer en la Iglesia. Y lo peor es que las jerarqu¨ªas eclesi¨¢sticas no se dan por enteradas. Para ellos, el problema no existe. No se dan cuenta -o no se quieren dar- de que la Iglesia lleva, como m¨ªnimo, cien a?os de retraso con respecto a la sociedad civil. Si la sociedad civil occidental comenz¨® hace ya m¨¢s de cincuenta a?os a aceptar a la mujer como miembro de pleno derecho, la Iglesia lleva trazas de no incorporar a la mujer como cristiano de pleno derecho ni en un plazo de cien a?os. Un escalofr¨ªo inevitable e inmenso sobrecoge las almas femeninas de la Iglesia.
El Papa ha hablado de la mujer como madre y como esposa en su hogar, pero nunca como madre y como esposa trabajadora fuera del hogar. No podemos pensar que el Papa ignora esa circunstancia de muchas mujeres cristianas, pero parece olvidarla, dando a la mujer un papel social subalterno. Y, sin embargo, "la subordinaci¨®n de la mujer casada a su marido -dice el te¨®logo cat¨®lico Hans K¨¹ng- no pertenece a la esencia del matrimonio cristiano... Muchos casados han descubierto hoy que un matrimonio de dos seres en pie de igualdad responde mejor a la dignidad de seres humanos que han sido creados hombre y mujer a imagen de Dios". "De la esencia del matrimonio cristiano tampoco se puede deducir una determinada distribuci¨®n de tareas...".
Por otra parte, Juan Pablo II se ha mostrado una vez m¨¢s -como ya lo hizo en su exhortaci¨®n Familiaris consortio- contrario a la regulaci¨®n de la natalidad: "Todo acto conyugal", dijo en su alocuci¨®n a las familias cristianas, "debe permanecer abierto a la transmisi¨®n de la vida". Vuelve a confirmar de nuevo el lugar de la mujer en el hogar. Parece que en la vida de una mujer que tiene ya marcado el destino con un n¨²mero de hijos ?limitado no tiene cabida, por falta de tiempo, evidentemente, una formaci¨®n intelectual, una dedicaci¨®n profesional o cualquier otro tipo de actividad social, cultural o civil. Es de l¨®gica elemental aplastante que la mujer est¨¢ capacitada y tiene necesidad de hacer algo m¨¢s que traer criaturas al mundo y atender al abatido marido despu¨¦s de una dura jornada.
La mujer no puede ser sacerdote. Otro derecho que en la Iglesia tiene en exclusiva el var¨®n. Y tema del cual Juan Pablo II, en el reciente viaje a Espa?a, no ha dicho ni una palabra coherente con su propio pensamiento. Los expertos aseguran que contra el presbiterado femenino no hay razones teol¨®gicas serias. La raz¨®n que mayormente suele esgrimirse como m¨¢s importante es el car¨¢cter exclusivamente masculino de los doce ap¨®stoles. Pero este hecho hay que observarlo en su propio contexto sociocultural de la ¨¦poca. Y a?adir, de paso, que tanto Jes¨²s como la Iglesia primitiva abrieron brecha en su tiempo en orden a la valoraci¨®n y defensa de la mujer. "Los motivos de exclusi¨®n de la mujer que encontramos en la tradici¨®n (por la mujer vino el pecado al mundo; la mujer fue creada en segundo lugar; la mujer no es un miembro pleno de la Iglesia; el tab¨² de la menstruaci¨®n) no pueden remitirse a Jes¨²s; m¨¢s bien son una muestra de la difamaci¨®n teol¨®gica radical de la mujer. A la vista de las funciones directivas desempe?adas por mujeres en la primitiva Iglesia (Febe, Prisca) y del puesto tan distinto que hoy ocupa la mujer en la econom¨ªa, la ciencia, la cultura, el Estado y la sociedad, la admisi¨®n de la mujer al presbiterado no deber¨ªa demorarse por m¨¢s tiempo..." (Hans K¨¹ng).
Hay, adem¨¢s, una serie de datos que hablan por s¨ª mismos de la poca o nula incidencia de facto de la mujer en la Iglesia cat¨®lica. No hay, por ejemplo, representaci¨®n femenina en la Congregaci¨®n de Religiosos de Roma. Los concilios ecum¨¦nicos son s¨®lo para cristianos del sexo masculino. El Papa ¨²nicamente puede ser elegido por hombres. Todo resulta tan atrabiliario... Conste que estas normas son de derecho humano, y no divino. Esta dominaci¨®n exclusiva de los varones en ¨®rganos decisorios tan importantes como los enumerados implica una clara discriminaci¨®n de la mujer. Estamos en una Iglesia de hombres y para hombres, en donde la mujer no puede por menos, de sentirse minusvalorada y marginada. La Iglesia no considera a la mujer en su plena identidad de persona, y, sin embargo, se sirve de ella, le pide su ayuda y aportaci¨®n.
Tengo para mi que si santa Teresa de Jes¨²s hubiera vivido en nuestros tiempos no hubiera sido motivo de las grandes y merecidas alabanzas que recibi¨® de boca de Juan Pablo II en Avila. M¨¢s bien hubiera provocado debates, pol¨¦micas, inquietudes y preocupaciones, como provoc¨® en su tiempo en las instancias jer¨¢rquicas de la Iglesia. Quiz¨¢ con su esp¨ªritu decidido, con su osad¨ªa evang¨¦lica, hubiera abierto una brecha en el muro de la actual disciplina eclesial en favor de m¨¢s mujeres cristianas que a estas alturas del siglo XX siguen sufriendo la condici¨®n de segundonas sin una plenitud de derechos en la Iglesia cat¨®lica.
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