Un aire socialdem¨®crata
FELIPE GONZALEZ ha designado ya a los miembros de su Gobierno, que prometer¨¢n -o jurar¨¢n- sus cargos ante el Rey esta misma ma?ana. Aunque la valoraci¨®n del nuevo equipo ministerial s¨®lo podr¨¢ ser realizada mediante el balance de sus actuaciones a lo largo de un per¨ªodo razonable de trabajo, el perfil e historial de sus integrantes suministran unos datos inciales de los que tendr¨¢n forzosamente que partir las primeras apreciaciones. Ni que decir tiene que los juicios provisionales formulados sobre esta base deber¨¢n renunciar a transformar en profec¨ªa los recuerdos del pasado. La experiencia ense?a que algunos buenos ministros de UCD despertaron grandes reticencias en el momento de ser nombrados, en tanto que otros colegas suyos nunca llegaron a justificar la fama de la que ven¨ªan precedidos.El presidente del Gobierno se ha inclinado por descartar, entre las soluciones a su alcance, tanto la f¨®rmula de un Gabinete de notables, cuya falta de militancia quedara compensada por una gran experiencia en la Administraci¨®n p¨²blica o por un considerable prestigio social o intelectual, como el recurso a una coalici¨®n de barones del PSOE, representativos de corrientes de opini¨®n, intereses sectoriales o ¨¢mbitos territoriales. Pese a que durante la campa?a electoral Felipe Gonz¨¢lez dej¨® traslucir su prop¨®sito de incorporar independientes a la direcci¨®n del Estado, la abrumadora victoria del 28 de octubre privaba de sentido a una f¨®rmula funcionalmente discutible en s¨ª misma y destinada a provocar la irritaci¨®n de los militantes. De otro lado, la triste experiencia de los Gobiernos de UCD, cuyos ministros acostumbraban a utilizar su cargo para vigorizar su posici¨®n pol¨ªtica personal y conspirar contra el presidente, haya tal vez influido en Felipe Gonz¨¢lez para no tomar en consideraci¨®n la hoja de servicios de los l¨ªderes del PSOE m¨¢s veteranos o mejor publicitados. Descartadas, pues, estas f¨®rmulas de los notables y los barones, parece l¨®gico que el nuevo Gobierno est¨¦ formado mayoritariamente por militantes socialistas que ofrecen la doble condici¨®n de merecer la confianza personal del presidente y de disponer de una preparaci¨®n profesional y t¨¦cnica, con independencia de su veteran¨ªa en las filas de la organizaci¨®n.
Aunque la discusi¨®n sobre si el nuevo Gobierno es o no socialdem¨®crata puede verse rodeada de bizantinismos sem¨¢nticos, s¨ª es verdad que respira por lo menos un aire socialdemocr¨¢tico. La crisis econ¨®mica ha limitado en este sentido enormemente los m¨¢rgenes de maniobra cara a las soluciones o salidas previsibles. Las elecciones han sido ganadas por una oferta program¨¢tica que ha insistido en la defensa de las libertades, la protecci¨®n de los ciudadanos frente al terrorismo y el golpismo, la reforma de la Administraci¨®n, la moralizaci¨®n de la vida p¨²blica, la creaci¨®n de puestos de trabajo, el aumento de prestaciones sociales, la prioridad del sector p¨²blico de la ense?anza, el replanteamiento de nuestro ingreso en la Alianza Atl¨¢ntica y la solidaridad con los marginados. Todo ello en un ambiente de moderaci¨®n y di¨¢logo, de acercamiento al centro social y pol¨ªtico del pa¨ªs. Las personas designadas por Felipe Gonz¨¢lez tienen que respetar el mandato expresado por diez millones de votantes, identificarse con el esp¨ªritu de ese impresionante respaldo y cumplir sus compromisos. Pero todo esto dicho, sorprende que la extracci¨®n social de los ministros se corresponda abrumadoramente con la clase media urbana acomodada, sin la presencia de ning¨²n antiguo trabajador manual en el Gobierno de un partido que todav¨ªa tiene el apellido de obrero, y que ninguna mujer ocupe un alto cargo, s¨ªntoma de la conocida misoginia de nuestra vida p¨²blica. No se trata, por supuesto, de propugnar el artificioso sistema de cuotas representativas para cubrir las formas, sino de levantar acta de la ausencia de una m¨ªnima correspondencia entre el dise?o del poder actual y su electorado.
La incorporaci¨®n de Alfonso Guerra al Gobierno fue la cuesti¨®n m¨¢s debatida en las ¨²ltimas semanas por la opini¨®n p¨²blica, sin que nadie lograra encontrar razones suficientes para ese prolongado y absurdo suspense. Las tentativas de explicar las reticencias del actual vicepresidente del Gobierno a su nombramiento por motivos de orden privado ofrecen el defecto, mas all¨¢ de su eventual veracidad o falsedad, de resultar inveros¨ªmiles. Alfonso Guerra no se propon¨ªa retirarse a la vida privada para cumplir su frustrada vocaci¨®n de maestro, sino que aspiraba a permanecer en el centro mismo de la pol¨ªtica espa?ola como presidente del Grupo Parlamentario Socialista, encargado de aprobar o desestimar los proyectos de ley gubernamentales. Si el vicesecretario general del PSOE se hubiera marginado del Gobierno para afincarse en el Congreso, el fantasma de la diarqu¨ªa se hubiera materializado de manera institucional y hubiera podido abrir, incluso contra la,voluntad de los dos l¨ªderes socialistas, una dial¨¦ctica imparable de confrontaci¨®n. El espect¨¢culo de las dudas de Guerra -filtradas en lenguaje confidencial e intimista y nunca solventadas, como era, exigible, mediante un debate pol¨ªtico en regia- record¨® inevitable y ominosamente a los comportamientos de otros grandes profesionales del poder del centrismo, que acabaron por destruir a UCD. Por el momento s¨®lo cabe afirmar que las justificaciones dadas a esas vacilaciones son literalmente incre¨ªbles y que tanto Felipe Gonz¨¢lez como Alfonso Guerra son deudores de una explicaci¨®n. Quede claro, por otra parte, que la inclusi¨®n final de Alfonso Guerra en el Gabinete, hombre dotado de una notable creatividad e imaginaci¨®n pol¨ªtica y en gran parte art¨ªfice de la victoria electoral del PSOE, es una buena noticia. Har¨¢ del Gobierno un equipo m¨¢s s¨®lido y evitar¨¢ que su marginaci¨®n del palacio de la Moncloa se convierta en bander¨ªn de enganche de lo que P¨ªo Cabanillas bautiz¨®, refiri¨¦ndose a su hoy destruido partido, como la solidaridad de los cabreos.
Alfonso Guerra es, despu¨¦s de Felipe Gonz¨¢lez, la personalidad m¨¢s destacada del nuevo equipo, pero no parece que el resto de los ministros sintonicen con su forma de concebir y realizar la pol¨ªtica. Tampoco parece plausible que su relativa soledad en el Gabinete quede compensada por el control que pudiera ejercer sobre la fontaner¨ªa de la Presidencia. La condici¨®n de reciente pertenencia al PSOE es com¨²n a varios miembros del Gobierno, que militaron contra el franquismo en otros partidos de la oposici¨®n, como el Partido Socialista Popular, el Frente de Liberaci¨®n Popular y las diferentes ramas de la Federaci¨®n de Partidos Socialistas. El dato no resultar¨¢ sorprendente a quienes conozcan la historia de la clandestinidad, abundante en grupos de izquierda desvinculados del exilio, y la hibernaci¨®n a que la direcci¨®n de Rodolfo Llopis someti¨® a los socialistas del interior durante m¨¢s de dos d¨¦cadas. Al fin y al cabo, el PSOE, pese a su tradici¨®n centenaria, volvi¨® a nacer hace diez a?os gracias al esfuerzo de Felipe Gonz¨¢lez y Alfonso Guerra y ha crecido con la agregaci¨®n de militantes de izquierda de variadas procedencias. No es descartable, en cualquier caso, que la falta de prejuicios hist¨®ricos de Felipe Gonz¨¢lez a la hora de elegir a sus colaboradores haya producido descontentos y resquemores entre quienes consideran que la antig¨¹edad en el escalaf¨®n es una virtud capital en pol¨ªtica. El nuevo Gobierno se distingue de un Gabinete tecnocr¨¢tico en que no todos los hombres que lo componen han sido llamados en su mayor¨ªa a ocupar una cartera por su especializaci¨®n en las materias de ese departamento. Pero el Gabinete parece demasiado creado a la imagen y comodidad del presidente, que no tendr¨¢ desde luego muchos problemas a la hora de dirigir las reuniones de un colectivo que presenta un cierto d¨¦ficit de experiencia e imagen pol¨ªtica, y un tono mesocr¨¢tico en el que s¨®lo los n¨²meros uno y dos del equipo parecen capaces de insuflar eso que alguien ha llamado el impulso vital.
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