La guerrilla salvadore?a se mueve con entera libertad en Chalatenango
Su espesa vegetaci¨®n, los valles profundos y las altas monta?as hacen de Chalatenango un escenario ideal para la guerra de guerrillas. Este departamento salvadore?o, fronterizo con Honduras, es uno de los santuarios m¨¢s firmes del Frente Farabundo Mart¨ª (FMLN). Sus columnas se mueven casi con entera libertad a trav¨¦s de una superficie de mil kil¨®metros cuadrados, donde los helic¨®pteros pr¨¢cticamente no pueden entrar, ya que ser¨ªan blanco f¨¢cil para los guerrilleros apostados en las laderas de los cerros.
ENVIADO ESPECIAL"Nosotros metemos mil soldados en esa zona. Nos decimos: ya est¨¢ limpia. Y seg¨²n salimos, van entrando ellos de nuevo. Seis veces los hemos sacado de El Izotal, pero sabemos que est¨¢n all¨ª otra vez. Lo mismo ocurre en El Barranc¨®n y en El Volcancillo". Son frases del coronel Rafael Castillo Martel, segundo jefe de la Cuarta Brigada de Infanter¨ªa, que tiene su sede en El Para¨ªso y cuyo campo de acci¨®n es todo el departamento de Chalatenango. "No tenemos soldados suficientes para dejar destacamentos permanentes en todos los pueblos".
En las ¨²ltimas semanas, el Ej¨¦rcito no s¨®lo no ha consolidado su presencia en la zona, sino que se ha visto forzado a retirar sus dotaciones de algunos poblados de tama?o medio. As¨ª ha ocurrido en La Reina, Citala y La Palma, n¨²cleos urbanos que tienen entre 8.000 y 12.000 habitantes. En alg¨²n caso, la guerrilla hizo prisioneros a los guardias, y aunque, los liber¨® m¨¢s tarde, no han vuelto, a sus cuarteles.
S¨®lo cuatro poblaciones de Chalatenango tienen fuerza armada: El Para¨ªso, la propia Chalatenango, Arcatao (que ha estado varias veces en poder de la guerrilla) y Las Mercedes, escenario de fuertes combates esta misma semana.
Ocupaci¨®n de La Reina
El ¨²ltimo puesto permanente que tiene el Ej¨¦rcito en la carretera que conduce hasta Honduras por Citala es el cuartel de El Para¨ªso, sede de la Cuarta Brigada (unos mil soldados). Desde ah¨ª hasta la l¨ªnea fronteriza quedan cuarenta kil¨®metros, en los que no se ve un uniforme a menos que haya una gran movilizaci¨®n.Hasta hace una semana hab¨ªa en La Reina (10.000 habitantes) un cuartelillo de la Polic¨ªa de Hacienda, con veintitr¨¦s hombres y varios miembros de la defensa civil. El campanario de la iglesia, por ser el punto m¨¢s alto, se hab¨ªa convertido en puesto de vig¨ªa.
A las dos de la madrugada del jueves 3 de febrero, un grupo de guerrilleros entraba silenciosamente en la casa del cura. Hab¨ªan abierto boquetes en las paredes, retirando con cuchillos los ladrillos de adobe. Desde la casa parroquial abrieron fuego contra el campanario. "El tiroteo dur¨® hasta las nueve de la ma?ana", dice el franciscano Renato Pellachin. "Hab¨ªa un grupo de vecinos en la iglesia, porque tenemos turnos de oraci¨®n durante las veinticuatro horas. Nos protegimos detr¨¢s de un muro que hay junto al altar".
El padre Renato es un italiano cincuent¨®n que confiesa no haber tenido nunca simpat¨ªas hacia la guerrilla. "Yo era muy contrario, pero me he corregido un poco. No tenemos ninguna queja de su comportamiento mientras estuvieron aqu¨ª. Nadie sufri¨® ni una bofetada. S¨®lo muri¨® un loquito, porque andaba por la calle durante la balacera".
Dos polic¨ªas de Hacienda murieron tambi¨¦n en el enfrentamiento. Los dem¨¢s se entregaron con sus armas. "La ¨²ltima orden que nos dieron por radio", cuenta el jefe de puesto, "fue que, si no pod¨ªamos resistir, escondi¨¦ramos el arma y huy¨¦ramos. Pero c¨®mo ibamos a huir si est¨¢bamos rodeados...". Unos doscientos guerrilleros entraron al pueblo, pero en los alrededores hab¨ªa, seg¨²n sus palabras, 2.000 m¨¢s.
El ¨²nico miedo que sacudi¨® al pueblo fue cuando vieron llegar al d¨ªa siguiente al avi¨®n de la fuerza a¨¦rea. "Solt¨® unas bombas, pero afortunadamente no lo hizo sobre el pueblo, sino en los alrededores. Murieron algunas reses, pero nadie sufri¨® da?o".
Durante sus dos d¨ªas de permanencia en el pueblo, los guerrilleros destruyeron ¨²nicamente el cuartel de la polic¨ªa, dieron fuego a sus archivos y derribaron la antena de radio. Aun ahora se ven por los suelos denuncias contra tal o cual vecino por subversivo.
Sacaron de la cl¨ªnica leche, ma¨ªz y aceite. Con eso preparaban sus comidas en la casa parroquial. Lo que sobr¨® a¨²n est¨¢ all¨ª. En las casas ni entraron. Concepci¨®n Valle, un peque?o comerciante, dice que en su tienda compraron pan y az¨²car. "Todo lo pagaron". En la plaza organizaron un mitin para explicar los pueblos y armas que hab¨ªan tomado.
Versi¨®n contradictoria
Esta versi¨®n en nada coincide con la que contaron al coronel Martel y que ¨¦l repite: "Aterrorizaron a la poblaci¨®n. Se llevaron su arroz, sus frijoles y les robaron cuanto ten¨ªan. Por eso no les quieren".El padre Pellachin asegura que nadie se ha quejado porque le hayan robado. El ten¨ªa sus centavos en la habitaci¨®n por donde entr¨® la guerrilla y all¨ª siguen, igual que sus libros. "Hay gente culta entre ellos. Hablamos de la segunda guerra mundial. Incluso uno conoc¨ªa Roma; quiz¨¢ es italiano, pero habla muy bien espa?ol".
Antes de irse; en la madrugada del s¨¢bado, el FMLN entreg¨® sus prisioneros al sacerdote con el encargo de que los retuviese durante diez minutos, hasta que ellos hubieran desaparecido.
Los polic¨ªas se fueron y no han regresado al pueblo. El coronel Martel es expeditivo en estos casos. Cree que es mejor sacarlos de las fuerzas armadas, porque, si no, contaminan a los dem¨¢s. Parece indudable que esta t¨¢ctica de la guerrilla est¨¢ ablandando la moral. El soldado en dificultad tiende a rendirse y a entregar su arma.
"No odiamos a nadie"
Tambi¨¦n sobre los civiles tiene su efecto. Ven que el FMLN no mata a sus prisioneros. Los vecinos de La Reina, campesinos que cultivan ma¨ªz y frijoles en sus ranchitos, ayud¨¢ndose algunos con unas vacas, hab¨ªan le¨ªdo sobre las atrocidades que comet¨ªan los guerrilleros en los pueblos ocupados. "Ahora nosotros no odiamos a los unos ni a los otros", resume el p¨¢rroco.Esta actitud de neutralidad se registra tambi¨¦n en otros lugares. Los habitantes de Cital¨¢, pueblo fronterizo con Honduras, est¨¢n felices desde que, el viernes de la pasada semana, la Polic¨ªa de Hacienda decidi¨® abandonar su cuartel al saber de la ocupaci¨®n de La Reina. "Tomaron dos autobuses y pidieron que les llev¨¢semos a Metapan. Como no deb¨ªan sentirse a¨²n seguros, siguieron viaje hasta San Salvador".
La Palma (12.000 habitantes) es un pueblo de monta?a, maderero, que est¨¢ sobre la carretera que conduce a la frontera, a unos 84 kil¨®metros de la capital. Desde el 24 de enero tampoco hay fuerza armada. La guerrilla desaloj¨® a la guardia a morterazos. Murieron dos, ocho fueron hechos prisioneros y algunos m¨¢s lograron esconderse. Todos fueron liberados.
El s¨¢bado pasado llegaron hasta aqu¨ª los mismos que hab¨ªan ocupado La Reina. Algunos vecinos se despertaron extra?ados de o¨ªr ronquidos a su puerta. "Estaban durmiendo en las aceras".
A lo largo del domingo explicaron sus andanzas, hicieron un simulacro de combate, escenificaron una pieza de teatro sobre los reclutas que se incorporan al ej¨¦rcito, montaron otro baile con tocadiscos prestados por la poblaci¨®n y, en la madrugada del lunes, se fueron por donde hab¨ªan, venido.
Asesores norteamericanos
El coronel Castillo Martel cree que con t¨¢cticas convencionales como las que emplea el Ej¨¦rcito la guerra va para largo. "Ellos emplean la t¨¢ctica de pega y corre, mientras nosotros nos movemos con grandes unidades que nunca encuentran al enemigo. Lo ideal ser¨ªa combatirlo con sus mismos procedimientos".Por encima de La Palma, a lo lejos, aparece el pico Miramundo, el m¨¢s alto de la regi¨®n. Los asesores norteamericanos han montado all¨ª un puesto piloto de Avanzada, para demostrar c¨®mo se puede defender un cerro con pocos hombres. Alambres electrificados rodean la fortaleza semisubterr¨¢nea.
"Cada cual tiene su t¨¦cnica", dice el coronel. "Aqu¨ª vienen los asesores gringos y nos piden un mill¨®n de cartuchos para entrenar una brigada durante tres meses. Nosotros no podemos permitirnos ese lujo. Pasa lo mismo con el Atlacatl. No se mueve hasta que sueltan cuarenta bombas sobre una posici¨®n. Mejor nos ir¨ªa si visti¨¦ramos a veinte soldados de civil y los pusi¨¦ramos a arrear chanchos por el campo hasta encontrarse con la guerrilla. Y entonces, pum-pum. As¨ª estar¨ªamos en igualdad de condiciones. Tampoco ellos sabr¨ªan d¨®nde est¨¢ el Ej¨¦rcito".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.