La experiencia humillante de Villamart¨ªn
Un padre de once hijos, un hombre joven y un muchacho, cuentan aqu¨ª la experiencia humillante que para ellos supone el empleo comunitario, una mal disimulada limosna que les aleja de la tierra y del propio concepto del trabajo, del gusto por la tarea ¨²til y bien hecha. Toda una generaci¨®n de j¨®venes campesinos se encuentra, a causa de esta f¨®rmula, abocada a una vida in¨²til.Villamart¨ªn es algo m¨¢s que un punto en el mapa. Algo m¨¢s que un pueblo como tantos otros de la sierra sur. Aqu¨ª lo han visto antes que en ning¨²n sitio y desde hace tiempo se han producido movilizaciones en la comarca que poco a poco han ido causando efecto. El 28 de febrero de 1978 se produjo aqu¨ª la primera ocupaci¨®n de una finca llevada a cabo en Espa?a desde la guerra, y la consecuencia de aquel movimiento fue la ley de fincas manifiestamente mejorables, esperanzadora en un principio pero frustrante en su aplicaci¨®n. En la primavera del 79, hombres de este pueblo aguantaron hasta 34 d¨ªas en huelga de hambre y consiguieron mejoras econ¨®micas en la aplicaci¨®n del paro comunitario. Y tambi¨¦n de esta comarca parti¨® recientemente la marcha por la dignidad del jornalero, inicio del movimiento campesino andaluz, que ha sido noticia de primera p¨¢gina los ¨²ltimos d¨ªas.
Andr¨¦s S¨¢nchez Carretero, 52 a?os y once hijos, nueve de ellos bajo su custodia todav¨ªa, no tiene otro ingreso que el del paro comunitario. Claro, que tres de sus hijos pueden llevar esa misma exigua cantidad a casa, pero aun junto eso no llega para tantas bocas. Pero, con ser dura la escasez, no es eso lo que m¨¢s les subleva.
"Lo peor es la inutilidad, el absurdo de ir cada d¨ªa a pasar lista para que te paguen y la humillaci¨®n de hacer trabajos que no sirven para nada. Ir a una cuneta a quitar hierbas que van a crecer a los tres d¨ªas, o plantar ¨¢rboles que no son productivos. Lo peor es alejarse del trabajo ¨²til, sentir que lo que haces no vale nada". Andr¨¦s S¨¢nchez vivi¨® once a?os en Francia, hasta que la crisis apret¨® all¨ª tambi¨¦n y tuvo que volver, y recuerda con nostalgia el sistema de subsidio franc¨¦s, al tiempo que se desespera al pensar en el futuro de sus hijos: "Est¨¢n criando vagos, chicos que no sirven para nada m¨¢s que para hacer trabajos in¨²tiles. Si usted hace algo que no sirve para nada, lo hace a desgana, ?no? Pues eso pasa con el empleo comunitario. Los muchachos se acostumbran a holgazanear. Adem¨¢s, les falta el aprendizaje y los m¨¢s j¨®venes no conocen las tareas del campo porque no les dejan hacerlas. Los patronos prefieren a gente curtida, que sabe, porque son m¨¢s rentables, y a los m¨¢s j¨®venes nadie los quiere, as¨ª que no pueden aprender".
"Ni en casa me siento bien"
Se enciende cuando piensa que en su pueblo, de 16.000 hect¨¢reas de t¨¦rmino municipal la mitad est¨¢ en manos de cinco propietarios: "A ellos no les preocupa que sus tierras den trabajo. O las descuidan o buscan el rendimiento sin pensar cu¨¢ntos hombres sin trabajo hay en el pueblo". Impresiona cuando remata su discurso: "Esto no tiene m¨¢s soluci¨®n que levantarse y coger la tierra por el sistema que sea, con las armas, si es preciso".
Manuel Capete, treinta a?os, no ha estado en la c¨¢rcel ni tampoco quince d¨ªas en cama por un pelotazo de goma, experiencias ambas vividas por Andr¨¦s S¨¢nchez, pero tambi¨¦n ha pasado sus peripecias en estos a?os. En una ocasi¨®n cruz¨® a nado el Guadalete para sumarse a una ocupaci¨®n conjunta con los jornaleros de Bornos, dado que la Guardia Civil hab¨ªa cortado el puente. Aqu¨ª, dicho sea de paso, los jornaleros evitan los bares a los que acuden los cuatro n¨²meros de este cuerpo que constituyen la guarnici¨®n del pueblo. Capete, como S¨¢nchez y como otros 1.200 jornaleros del pueblo, pasa cada d¨ªa el trago de la lista para recoger el dinero, y de cuando en cuando se ve haciendo una tarea absurda: "Luego vuelvo a casa y ni en casa me siento bien. Miro a mis chiquillos y me sonrojo interiormente. Pienso si es que no sirvo para nada, y pienso tambi¨¦n en lo que les espera a ellos. Si yo pierdo mi propia estima ?c¨®mo van a ser ellos?"
Por eso, Capete y sus compa?eros esperan ahora que el Gobierno socialista arbitre medidas serias para que las tareas del paro comunitario se conviertan en algo ¨²til y digno, y sobre todo, esperan con ansiedad la decisi¨®n del Gobierno sobre la finca La Almoraima, de 16.000 hect¨¢reas, expropiada a Rumasa. "Eso nos puede dar la medida de lo que se propone hacer el Gobierno. Si esa tierra vuelve a manos privadas, ya podemos perder la esperanza de que este Gobierno piense hacer algo por nosotros. Los tres ¨²ltimos d¨ªas del mes volveremos a los encierros y a las asambleas para exigir que esas tierras sean para los trabajadores, como lo deben ser todas. No es que las queramos para nosotros, no nos interprete mal, sino que queremos que se las den a los jornaleros de los pueblos de esa zona".
Piensa que hay soluciones muy f¨¢ciles para la situaci¨®n, pero que falta voluntad pol¨ªtica de aplicarlas: "Desde el a?o 56 est¨¢ aprobado el proyecto de un pantano que hubiera puesto en regad¨ªo cerca de 10.000 hect¨¢reas aqu¨ª, y que hubiera cambiado totalmente el panorama de la zona, pero no se ha hecho".
A sus treinta a?os, Manuel Capete se expresa con menos vehemencia que Andr¨¦s S¨¢nchez a sus 52. Parece como si estuviera haciendo mella en la capacidad de reacci¨®n de los m¨¢s j¨®venes el sistema en que se ven inmersos, y corrobora esta impresi¨®n la forma de expresarse de Sebasti¨¢n S¨¢nchez, de 22 a?os. Su padre muri¨® en Alemania, en la emigraci¨®n. Tiene ocho hermanos, la mili cumplida y un panorama des¨¦rtico por delante. Parece m¨¢s resignado que los anteriores: "?Qu¨¦ puedo hacer? S¨®lo esperar por si cambia la racha". Como todos, en ocasiones sale del pueblo y se va a vendimiar, a recoger algod¨®n o a lo que salga. Pero a veces se encuentra con que otros han llegado antes o con que las m¨¢quinas le han quitado el trabajo.
Desconcierto ante el futuro
La pregunta ?c¨®mo crees que puede ser tu vida cuando tengas treinta a?os? le desconcierta. "No s¨¦, ni idea. No puedo hacer planes". No puede pensar en casarse, en tener una casa, en un trabajo. Desde que sali¨® de la mili espera que llegue alguna soluci¨®n, que se puede retrasar mucho. Y confiesa "Jur¨¦ bandera sin mucho entusiasmo. Es dif¨ªcil jurar que vas a dar Ia ¨²ltima gota de tu sangre para defender un sistema as¨ª. Yo quiero a Espa?a, pero no estoy seguro de que Espa?a me quiera a m¨ª. No s¨¦ qu¨¦ pinto aqu¨ª".
Su padre se fue a Alemania, pero ¨¦l no puede. Esa salida se ha cerrado tambi¨¦n. S¨®lo queda esperar, esperar tierra y trabajo: "Yo, en condiciones econ¨®micas iguales, prefiero trabajar en el campo mejor, que en la ciudad en una industria. Quiero a la tierra, pero est¨¢ en manos de otros...".
Las iniciativas surgidas aqu¨ª, en V illamart¨ªn, Bornos y otros pueblos pr¨®ximos, han servido para mantener vivo el esp¨ªritu de esta gente a pesar de la humillante convivencia con la limosna.
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