Travestidos de nuestro tiempo
Cuando era ni?o ve¨ªa en las barracas de las verbenas unos hombre pintarrajeados, burdamente vestidos de mujer, que fing¨ªan cantar mientras un, disco reproduc¨ªa la canci¨®n de moda (Estrellita Castro, Carmen Flores ... ), con los chasquidos infernales de la aguja de acero sobre las raspadas estr¨ªas (78 revoluciones, naturalmente). Estos primitivos estaban a la puerta de las barracas, obscenos, equ¨ªvocos, solanescos, sudorosos, incitando al p¨²blico a entrar (nunca he sabido lo que pasaba dentro).En escenarios m¨¢s dignos estaba Edmond de Bries; transformistas, maquietistas (la palabra maquietista se ha perdido en el lenguaje del teatro; nunca ha estado en ning¨²n diccionario, salvo en el Vocabulario de ocupaciones, del Ministerio de Trabajo, 1963) que no necesitaban voces ajenas: imitaban con las suyas y con su gesto y su adem¨¢n.
Les Ziegfield
Int¨¦rpretes y creadores: Jacques Pichaud, Gerald Mingo, Donald Lollar Weinacht.Estreno: Sala Cadarso, 6-4-1983.
Ha pasado medio siglo: hoy es un arte intelectual y delicado, quiz¨¢ ya hasta un poco declinante. El travestido ha recorrido algunas etapas interesantes. Tuvo un momento de culminaci¨®n cuando el hombre vestido de mujer (el caso contrario no existe en el espect¨¢culo actual: tuvo su important¨ªsimo juego en la comedia cl¨¢sica, lleg¨® hasta la zarzuela y a¨²n se mantiene en alguna ¨®pera por cuesti¨®n de tesitura) era la reproducci¨®n exacta de una mujer: s¨®lo se sab¨ªa (pero no se percib¨ªa) que no lo era.
Como en los tiempos de Coccinelle. Un refinamiento posterior hizo que el travestido fuera m¨¢s mujer que la mujer, en coincidencia con un momento en que la mujer se esforzaba en ser menos mujer o se liberaba de un concepto de feminidad que hab¨ªa rebrotado en las mu?ecas de entre-dos-guerras.
Ambig¨¹edad sexual
Les Ziegfield representan ahora, otra. etapa: m¨¢s, digamos, actual m¨¢s relacionada con algunos conceptos de hoy en la cuesti¨®n hombre-mujer, en la sexualidad de ciertas zonas de la sociedad. No es posible, naturalmente, escindir el car¨¢cter sexual del car¨¢cter art¨ªstico de este espect¨¢culo (probablemente, de ning¨²n espect¨¢culo) ni lo ha estado nunca en el travestido. Cuando las autoridades religiosas -y el brazo secular- prohib¨ªan en los siglos de oro que las actrices se vistieran con ropas masculinas sab¨ªan perfectamente que estaban produciendo una determinada ambig¨¹edad sexual en los espectadores.El personaje pod¨ªa enga?ar a los otros personajes en el tablado, pero ni siquiera intentaba enga?ar al p¨²blico; por el contrario, jugaba con el atractivo apariencia-realidad.
Les Ziegfield no dejan un s¨®lo momento de suposici¨®n de que puedan no ser hombres: su naturaleza se deja a la vista (Pawlovski practica el equ¨ªvoco con m¨¢s sutileza; pero a Pawlovski, que act¨²a en directo, inventa su lenguaje y deja espacio para la improvisaci¨®n, no hay que introducirle en esta historia: est¨¢ fuera de la serie, es excepcional).
Naturaleza a la vista
La feminidad sublimada, exagerada, referida siempre a un momento de entronizaci¨®n de la mujer -la revista, el music-hall, la pluma, la lentejuela, los afeites- deja siempre traslucir el pecho liso o el bulto en la ingle. Travestidos, para una ¨¦poca de unisex, de bisexualidad.Su base no es simplemente el mimetismo o la imitaci¨®n de figuras. M¨¢s bien es un estudio del arquetipo. Son artistas; es decir, son bailarines de escuela y pr¨¢ctica, tienen flexibles rostros de mimos, inventiva coreogr¨¢fica. Han preparado una cuidada banda sonora (un repetorio coherente). Y figurines elegantes, dentro del ¨¦nfasis de su g¨¦nero. Lo hacen bien. Y la frivolidad que cultivan est¨¢ anclada, por una parte, en un trabajo serio; por otra, en la relativa angustia sexual de nuestro tiempo.
Quiz¨¢ el espect¨¢culo sea demasiado largo, demasiado uniforme para llenar por s¨ª solo todo un tiempo de teatro. Se les imagina mejor en una pista o como parte de otra construcci¨®n m¨¢s completa. Pero no parece que el p¨²blico sea de esta opini¨®n: el s¨¢bado por la noche, la Sala Cadarso estaba absolutamente llena, y los espectadores dieron continuamente muestras de contento y admiraci¨®n.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.