500 millones de telespectadores siguieron la noche le la entrega de los 'oscars' de Hollywood
Parte de Los ?ngeles queda bloqueado la noche de los oscars de la Academia de Ciencias y Artes Cinematogr¨¢ficas. Las cercan¨ªas del Dorothy Chandier Pav¨ªllon quedan cercadas de imponentes autom¨®viles, mastod¨®nticos y lujosos Cadillac o Continental que van desembarcando estrellas con esmoquin y escotes. Son las seis de la tarde del lunes en California (cuatro de la madrugada de hoy en la Pen¨ªnsula) cuando comienza el rodaje de los oscars, seguidos por 500 millones de telespectadores.Durante tres horas se reparten unas veinte estatuillas chapadas y asexuadas, muy de acorde con varios de los temas de los filmes que concurren para lograrla (Tootsie, V¨ªctor / Victoria). Cada elegido tiene 30 segundos -el estricto horario de la televisi¨®n es el que manda- para expresar p¨²blicamente su j¨²bilo. Las miradas y las c¨¢maras van hacia el ganador. Sin dejar de escrutar los rostros de quienes se han quedado en la cuneta del oscar. Cuatro de cada nominaci¨®n.
Algunas grandes vedettes del cine pasan del oscar, o al menos as¨ª dejan entenderlo. Son los reacios a acudir al Dorothy Chandler. Paul Newman fue uno de los t¨ªpicos ausentes durante la d¨¦cada de los setenta. Por oposici¨®n al cornercialismo que caracteriza la feria m¨¢s importante del s¨¦ptimo arte. Robert Redford es otro de los duros ante el jolgorio de los oscars. Sin embargo, hace exposiciones. Acudi¨® y gan¨® en 1981 como director de Ordinary people.
La ausencia en el plat¨® de los oscars se conoce en Hollywood como la ley Garbo. Escapar a c¨¢maras y miradas aumenta la leyenda. Burt Reynolds, Faye Dunaway, Sean Connery o Clint Eastwood forman parte de los habitualmente invisibles en el reparto de los premios.
Por el contrario, nominados o no para el oscar, la gala acostumbra a contar con los incondicionales, como Elizabeth Taylor, Charlton Heston, Frank Sinatra, Liza Minnelli o Michael Caine. No es tradici¨®n que fallen, por si acaso, los designados para la perseguida estatuilla. Menos a¨²n los preferidos, como fueron en la actual edici¨®n Ben Kingsley (Gandhi), Dustin Hofmann (Tootsie), Jack Lemmon (Desaparecido) y Peter O'Toole (My favorite year). Paul Newman (El veredicto) fue una inc¨®gnita hasta el ¨²ltimo momento en raz¨®n, seg¨²n dijo, del trabajo en el actual rodaje de su nueva pel¨ªcula, Harris and son, en Florida.
Para los reci¨¦n llegados, nuevos actores o directores extranjeros, el nerviosismo es de rigor a falta de experiencia hollywoodiana. Acostumbrados a chaquetas de pana, como Jos¨¦ Luis Garci (Volver a empezar), el esmoquin parece caerles algo ancho. Concluido el ceremonial, debidamente servido por la televisi¨®n a unos 500 millones de telespectadores (en directo o diferido, debido a cambios de horarios), la fiesta contin¨²a en Los ?ngeles. Nuevo desfile de autom¨®viles, cortejos de Rolls Royce y embotellamientos en algunas de las m¨²ltiples autopistas que cruzan la enorme metr¨®poli de la ciudad californiana.
Todos, o casi todos, hacia el Beverly Hilton Hotel para la cena de gala que ofrece el gobernador de California. En realidad muchos se pierden en el trayecto que lleva desde el Dorothy Chandler, casi en la frontera hacia el barrio negro e hispano al este de Los ?ngeles, y las doradas colinas de Beverly Hills, cuya leyenda popular dice que es el barrio de! mundo con mayor numero de Rolls Royce por kil¨®metro cuadrado.
Las fiestas exclusivas, donde corre el caviar y el champ¨¢n, son coto vedado. S¨®lo unos cuantos escogidos estar¨¢n en las mansiones de los magnates de la industria cinematogr¨¢fica norteamericana que mueven el mundo del cine. Amanece en Hollywood cuando unos terminan la fiesta y otros van hacia los estudios para seguir haciendo pel¨ªculas.
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