Santander
Santander era el muelle. Es, todav¨ªa, el muelle. Puerto Chico, el Puntal, los Diez Hermanos, la lluvia, el color gris, las infinitas calidades del azul y del gris, las acuarelas, las lagunejas, las parejas, los botes, la draga, la canal, pe?a Cabarga; el sur, el viento sur, quiero decir; mis amigos, mis primos, a quienes recuerdo todav¨ªa de pantal¨®n corto; y luego, ¨¢l otro lado de la pen¨ªnsula del palacio de la Magdalena, la otra cara del mar, cabo Mayor, el faro, los ¨®leos. Nosotros desembarc¨¢bamos en la playa, dentro de la bah¨ªa, e invad¨ªamos el inmenso parque desierto del palacio en invierno, en primavera, apenas vigilado por un par de guardas. Hab¨ªa una guardia invisible que ofrec¨ªa una poderosa no-resistencia a nuestro cauteloso avance, como si cruz¨¢ramos una frontera hechizada. Yo me aficion¨¦ en Santander a los fantasmas, a hablar de ellos, a jugar con ellos y a contar cuentos acerca de ellos, reales e irreales a la vez, como nosotros mismos. Una cosa era, en aquel tiempo, Santander, y otra cosa la monta?a, la provincia. De la provincia, en Puerto Chico no sab¨ªamos nada. Lo nuestro era salir a pescar, a maganos, con aquellas elaboradas guada?etas rutilantes, o pescar panchos, porredanas, desde el malec¨®n del Club Mar¨ªtino. Y es que en Santander, lo mismo que hay dos vientos, uno me¨®n y otro incendiario, hay tambi¨¦n dos mares, el de afuera, que es bronco y rom¨¢ntico, y el de la bah¨ªa, que es de ver regatas y acordarse de veleros que quiz¨¢ no vimos nunca. Siempre he pensado que el puerto de Santander es u n puerto est¨¦tico; o, por lo menos, que el puerto est¨¦tico es m¨¢s populoso y m¨¢s profundo que el puerto comercial. No s¨¦ si seguir¨¢n as¨ª las cosas. Pero yo siempre tuve la impresi¨®n de que los negocios santanderinos, o se hacen tierra adentro, o allende los mares, en las Indias, y que el puerto, con su aureola de dos mares, es siempre un puerto chico, imaginario, para ba?arse los raqueros y confundirse de vida los poetas. En mi tiempo, el puerto pesquero estaba en Puerto Chico. Quien no ha vivido a 200 metros de las cajas de pescado y de las redes tendidas al sol, de lentejuelas escamosas, no sabr¨¢ nunca, por bien que se lo cuenten, qu¨¦ es la claridad, la serenidad, la hilaridad del sol sobre la tierra. Y los barcos que atracaban. Y los transatl¨¢nt¨ªcos que fondeaban en medio de la canal, como una estampa de incalculables viajes y de indianos. La ilaci¨®n es la part¨ªcula de la memoria profunda la conjunci¨®n de la conciencia absoluta. Yo no soy una persona nost¨¢lgica. Por eso, es curioso que Santander, o, si se quiere el abstracto Santander que acabo de enumerar, no sea para m¨ª un recuerdo, sino parte de mi presente, un ayer que es siempre todav¨ªa.
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