La suerte de la fea
Salimos temprano, puesto que, sea cual vaya a ser el itinerario, el paseo nos llevar¨¢ toda la tarde. Con los a?os hemos aprendido a callar o a hablar con arreglo a lo que vamos encontrando. Es dif¨ªcil que la sorpresa nos detenga, porque de esta urbe conocemos hasta los adoquines, que algunos quedan por Lavapi¨¦s. M¨¢s frecuente es que los recuerdos nos enmara?en y, de paso, entremos a diluir la nostalgia, como quien dice, en un bar o taberna. Se trata de medirle sobre el terreno el crecimiento a la ni?a; de asombrarse de cuando la ni?a, por la parte del Noreste, se acababa en los llamados, por hip¨¦rbole, pinares de Chamart¨ªn, y hoy en d¨ªa te distraes y por Arturo Soria llegas a Logro?o.Como todo el que pasea su ciudad, somos conscientes de que viajamos por el tiempo que no volver¨¢. De aqu¨ª que el aspecto urban¨ªstico en s¨ª nos importe menos; m¨¢xime que, empadronados de siempre, nos arrogamos el derecho a opinar que la ciudad bonita no es bonita Lo que no constituye ¨®bice para que, habiendo parado en la plaza de Puerto Rubio antes de emprender la ascensi¨®n del puente (de Vallecas), nos sintamos cualquier tarde como en, un suponer, piazza Navona. Hay ciudades -lo tenemos hablado- internacionales por natura, y ¨¦sta -o sea, Madriz- ya lo era en potencia cuando todav¨ªa no lo era el campo de aviaci¨®n de Barajas; es decir, por los tiempos en que a¨²n no hab¨ªan anexionado los Carabancheles o, mismamente, cuando no era fino hacerse lenguas de las fachadas de la Gran V¨ªa.
Parece mentira que tanta gente quiera tanto a tan poca cosa, como habr¨ªa dicho aquel premier de haber llegado zigzagueando por Tetu¨¢n hasta la Dehesa. Pero as¨ª es, y hasta hay catalanes que aseveran que tiene mucha zona verde. Mis paseantes en Corte y un servidor, aunque flotaba, hab¨ªamos ido silenciando la cuesti¨®n hasta una de las ¨²ltimas caminatas de esta incipiente primavera. Se entiende que la cuesti¨®n es la auton¨®mica y se comprender¨¢ que, si bien nosotros seguimos husmeando el aroma de las gallinejas fritas, ya no pod¨ªamos resistirnos a los avances de la actualidad palpitante. Y as¨ª, de repente, continuamos sin encontrarle fundamento a la pretensi¨®n, con independencia de que sea de ley, moderna y provechosa para los pueblos de la sierra.
Como desde la eternidad ha habido por aqu¨ª mucho centralismo, inclusive de buena fe, dar¨ªa risa proclamar que esto es una autonom¨ªa hist¨®rica. Que sea del 151 o del otro suena como a discutir si se tarda m¨¢s a La Guindalera cogiendo el 16, el 61 o el tubo. Lo que nos da un poco de prevenci¨®n es que, habiendo sido siempre los madrile?os muy nuestros, vayamos ahora a ser aut¨®nomos, igualito que cualquiera de los que lo son. No se trata de enmendarle la plana a la Constituci¨®n, y la prueba es que a una de las mejores zonas se la llama de Manolita Malasa?a, una hero¨ªna (pero no de caballo, que hay demasiada susceptibilidad). Se trata, a lo mejor, de que nos ha cogido desprevenidos y sin mayor necesidad.
Lo necesario ser¨ªa ver que el Pozo se diferenciase menos de Sor ?ngela de la Cruz. Porque lo de resucitar la vida de noche no hay que hacerse ilusiones, mientras los de los barrios no seamos aut¨®nomos.
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