Un fondo de marismas
Los toreros nacidos en Sanl¨²car de Barrameda suelen tener -si mal no recuerdo- un adem¨¢n ceremonioso, una mirada m¨¢s bien adusta y un modo de andar entre intempestivo y circunspecto. Lo que ya no se sabe es si recelan de algo o est¨¢n absolutamente convencidos de que el recelo es lo m¨¢s parecido que hay a la impotencia. Dicen que el primer gran torero saluque?o, Manuel Hermosilla -que altern¨® merecidamente con Frascuelo y Lagartijo-, fue tambi¨¦n el primero que se jug¨® el alma por las trochas nocturnas de la marisma, buscando a un imposible toro que aprendi¨® a pelear embistiendo al bulto de los barcos que cruzan por el r¨ªo. No ha quedado constancia de que Hermosilla encontrara a ning¨²n toro tan intratable, pero s¨ª se top¨® con el origen de otra leyenda: la del contagio marisme?o, ese modo distinto de medir la graduaci¨®n art¨ªstica del toreo y distinguir la conducta inusual de quienes lo practican.Me imagino que para calibrar del todo semejante afirmaci¨®n hay que empezar por recorrer la marisma, preferentemente de noche y de acuerdo con las exigencias del rito fluvial. Hablo, por supuesto, de la marisma que colinda con Sanl¨²car, aguas arriba del Guadalquivir. Se trata de un reducto geogr¨¢fico ciertamente singular. Ignoro si los nuevos arrozales han conseguido finalmente invadir las viejas dehesas o si los cangrejos for¨¢neos han terminado comi¨¦ndose a los toros nativos. Pero lo que de ninguna manera podr¨¢ desbancarse es la rec¨®ndita gesti¨®n de una naturaleza fascinante, donde no es raro que uno acabe meti¨¦ndose en un espejismo y ya no encuentre la salida. Es lo que debi¨® ocurrirles a todos esos aspirantes a figuras taurinas de los que nunca m¨¢s se supo. Pero esa es otra mitolog¨ªa.
Los toreros sanluque?os, adictos casi todos al sufijo e?o -Carde?o, Marisme?o, Lime?o-, han recogido muy seriamente la tradici¨®n oral de Hermosilla, o sea, que se integraron cada uno a su manera en el ritual de la marisma: se fueron contaminando de un influjo ambiental que acabaria definiendo una voluntad art¨ªstica. Aunque ya,esos toreros no est¨¦n en activo, les queda como una marca marisme?a en los modales. Son hombres que vieron, cuando muchachos, la sombra descomunal de un toro taponando la de un mercante que parec¨ªa navegar por el pasto, o la lucha estrepitosa de los gamos de Do?ana en los extrav¨ªos de la berrea. Son hombres que comprendieron que la soledad espeluznante de la marisma no se parece a ninguna otra soledad y que acertaron a vencer la pesadilla del miedo frente a un paisaje sin fondo. Y eso se les nota todav¨ªa. Yo suelo encontrarme por Saril¨²car a Pepe Lime?o y, aunque no me hable para nada de todas esas costuras emocionales, es como si me las estuviese contando por se?as.
Algo as¨ª le ocurre a Paco Ojeda, el ¨²ltimo torero sanluque?o que ha logrado superar el tremendo noviciado de la marisma. Hay algo en ¨¦l, en su actitud de ensimismado frente al peligro, que lo asocia directamente a ese aprendizaje. Algo que quiz¨¢ dependa, sobre todo, de la manera de asentar losp ies, escarbando entre unas imaginarias quiebras del terreno, y del modo de buscar con sus ojos los ojos del toro, como si quisiera explicarle que los dos tienen que comprender queya no est¨¢n en la marisma y que a ver si se les ocurre un buen tema de conversaci¨®n. Eso es lo que m¨¢s me atrae: esa deferencia, esa especie de arrogante humildad para dejar las cosas suficientemente claras, aunque no siempre consiga hacerse entender por el toro. Y lo que menos me seduce quiz¨¢ sea la impavidez, un h¨¢bito muy poco marismef¨ªo que puede confundirse con la temeridad y que, en cierto modo, enlaza con esa otra congelada forma de denuedo que prodig¨® hasta el hast¨ªo Manolete.
A Paco Ojeda lo vi por primera vez hace un par de a?os y me pareci¨® que estaba muy lejos de la sensitiva demarcaci¨®n de la marisma. Y de pronto ahora tengo la seguridad de que ha recuperado met¨®dicarriente esa memoria. Pienso que ha hecho lo mejor -lo ¨²nico- que pod¨ªa hacer.
No es que vaya a ocupar ning¨²n espacio vacante ni que la art¨ªstica forma de su impasibilidad reemplace a otras maravillosas formas de tener miedo, pero su estilo parece cada vez m¨¢s equilibrado por una normativa inarisme?a. Y eso ya es una suerte.
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