Cinquera, un pueblo ense?oreado por la muerte
Hace unos a?os, Cinquera lleg¨® a taner cinco mil habitantes. La represi¨®n diezm¨® su censo hasta dejarlo en poco m¨¢s de 600. Hoy s¨®lo viven all¨ª una docena de perros asilvestrados y una colonia de zopilotes, gordos como gallinas. Sus ¨²ltimos vecinos huyeron despavoridos una semana antes, al t¨¦rmino de una de las batallas m¨¢s cruentas de la guerra civil salvadore?a. En dos trincheras abiertas fuera del pueblo se amontonan no menos de 70 muertos, algunos de ellos civiles ejecutados por la guerrilla tras juicio sumar¨ªsimo, sin que todav¨ªa se haya explicado convincentemente por qu¨¦ esta vez no se respet¨® la vida de todos los rendidos.M¨¢s all¨¢ de la estrategia y la raz¨®n pol¨ªtica, es muy posible que lo sucedido en Cinquera, cien kil¨®metros al noreste de San Salvador, s¨®lo pueda entenderse desde una acumulaci¨®n hist¨®rica de odios en una peque?a comunidad.
Cinquera fue uno de los semilleros de las Fuerzas Populares de Liberaci¨®n (FPL), una de las cinco organizaciones que integran el frente unificado de la guerrilla. Se dice que s¨®lo en esta zona se incorporaron a la lucha cerca de 2.000 hombres. Sus familias pagaron esta militancia con la vida o el exilio, hasta que el pueblo qued¨® convertido en un basti¨®n d¨¦ la extrema derecha.
Unos 800 combatientes de las FPL tomaron posiciones en esta comarca la madrugada del 5 de mayo, dispuestos a tomarse la revancha de tantos a?os de persecuci¨®n. Hab¨ªa en el pueblo 33 soldados y 40 patrulleros civiles. El tiroteo dur¨® desde la 1.30 a las 7.30 de la ma?ana. S¨®lo sobrevivieron tres soldados. Nadie puede asegurar cu¨¢ntos civiles murieron durante el combate.
La batalla de Cinquera se extendi¨® a los cerros pr¨®ximos, a los caminos y a alg¨²n que otro caser¨ªo. Un autob¨²s que llevaba soldados y paisanos fue ametrallado, con un saldo de 10 muertos. En un destacamento de monta?a del Ej¨¦rcito murieron otros ocho soldados y se rindieron 16 m¨¢s. La localidad de Tejutla fue tambi¨¦n atacada. Los c¨¢lculos m¨¢s fiables hablan de por lo menos 150 muertos entre militares, civiles y guerrilleros para conquistar un pueblo de apenas 600 habitantes, en su mayor¨ªa ni?os.
Pero con la rendici¨®n no lleg¨® la calma. Las casas fueron registradas en busca de los patrulleros civiles. En la de Antonia Albar¨¢n entraron reci¨¦n callados los fusiles. Se llevaron a su marido, Jes¨²s Monje, y a su hijo, Elmer, de 18 a?os. Rodeada de sus otros seis hijos en la plaza de Tejutepeque, donde se ha refugiado, no oculta que ambos eran de la defensa civil.
"Cuando se los llevaban les ped¨ª que no los mataran. Me dijeron que no iban a matar a nadie, que no eran asesinos. Por la tarde vinieron unos vecinos a decirme que mi hijo estaba tirado en la trinchera y que se lo estaban comiendo los cerdos. Lo mataron a bala. Ten¨ªa tres tiros".
La familia de Antonia vino a Cinquera hace tres a?os. Proced¨ªan del cant¨®n El Cacao. Eran los nuevos pobladores adictos que quer¨ªa el Ej¨¦rcito para asegurar un pueblo que est¨¢ a mitad de camino entre las presas del Cerr¨®n Grande y el Guayabo, y por donde pasa el corredor que une los santuarios guerrilleros de Moraz¨¢n y Chalatenango.
Silencio guerrillero
"Quer¨ªan acabar con todos los hombres", sigue diciendo Antonia, "por odio, porque no and¨¢bamos con ellos". Resulta imposible averiguar cu¨¢ntos patrulleros civiles fueron pasados por las armas tras el combate. Antonia asegura que todos, pero all¨ª mismo, junto a ella, est¨¢ Basilio Franco, uno de los diecis¨¦is a los que se respet¨® la vida, a pesar de que ¨¦l mismo admite que formaba parte de la estructura paramilitar. "No me conven¨ªa morir", dice por toda explicaci¨®n.Otra mujer, Mar¨ªa Agustina Escobar, que tiene siete hijos, el mayor de 11 a?os y el menor de pecho, dice, entre sollozos, que tambi¨¦n a su marido fueron a buscarlo a casa pasadas las seis de la ma?ana. "Le dijeron que les acompa?ara para ense?arles no s¨¦ qu¨¦ cosa. A las cinco de la tarde sal¨ª a buscarle porque estaba angustiada. Su cuerpo estaba en un zanj¨®n, en medio de otros muchos,cad¨¢veres".
Nadie sabe a ciencia cierta qu¨¦ ocurri¨® en el pueblo a lo largo del domingo, porque las mujeres permanecieron encerradas en sus casas. Todo parece indicar que las FPL, montaron unos juicios sumarisimos y en ellos condenaron a muerte a los cabecillas m¨¢s connotados de la defensa civil. Es ¨¦sta la primera vez que una organizaci¨®n guerrillera rompe el principio de respetar la vida a los prisioneros de guerra, lo que les ha dado excelentes resultados t¨¢cticos.
?Por qu¨¦? Ni las propias FPL lo han explicado, tal vez porque este episodio contradice las recientes conclusiones de su comit¨¦ nacional, que decidi¨® aplicar esta norma en todos los casos y manejarla como elemento de propaganda para reducir la combatividad. del enemigo.
Venganzas personales
Los supervivientes aseguran haber reconocido entre los ocupantes de Cinquera a varios nativos del pueblo. Algunos buscan una explicaci¨®n de las ejecuciones en presuntos odios vecinales. Una historia, en fin, m¨¢s impregnada de venganza que de razones pol¨ªticas, algo que es bastante habitual en las guerras civiles.Pero m¨¢s all¨¢ de los fusilamientos, la batalla de Cinquera continu¨® hasta el mi¨¦rcoles de la pasada semana. El Ej¨¦rcito mont¨® una operaci¨®n espectacular para rescatar su antiguo basti¨®n. Dos aviones A-37 ametrallaron el pueblo y ca?ones de 120 mil¨ªmetros dispararon al menos un centenar de proyectiles, lo que, seg¨²n un experto, equivale a m¨¢s de dos millones de pesetas. La infanter¨ªa avanz¨® por fin a trav¨¦s de una jungla que ya hab¨ªa sido despejada por la guerrilla.
Cuando el Ej¨¦rcito entr¨® ese d¨ªa en Cinquera s¨®lo quedaban mujeres y ni?os. Apenas medio metro de tierra cubr¨ªa los cad¨¢veres sepultados colectivamente en las mismas trincheras que un a?o antes hab¨ªan sido excavadas alrededor del pueblo, cuando el coronel Sigfrido Ochoa ten¨ªa a gala haber limpiado de guer rilleros su departamento de Caba?as.
El mismo mi¨¦rcoles empez¨® el ¨¦xodo hacia Tejutepeque, a unos 16 kil¨®metros. Dos d¨ªas despu¨¦s, Cinquera era un pueblo fantasma. La batalla hab¨ªa costado la vida a una cuarta parte de sus habitantes.
El camino de tierra que conduce desde Tejutepeque hasta Cinquera es el m¨¢s solitario que uno haya visto nunca. Las huellas de la guerra asoman a cada rato en el esqueleto de alg¨²n caser¨ªo abandonado. El canto de los p¨¢jaros es el ¨²nico ruido a lo largo de 16 k¨ªl¨®metros de bosque tropical sin fin, donde cualquier emboscada es posible.
Soldados hambrientos
En el trayecto s¨®lo hay un peque?o destacamento de soldados en el cerro La Mesa. Son tan pocos que casi parecen una tentaci¨®n para la guerrilla. Uno de ellos explica que hay una compa?¨ªa (120 hombres) por los alrededores. La jungla parece hab¨¦rselos tragado. Ning¨²n ruido les delata. Tres d¨ªas llevan casi sin comer estos soldados, que no se atreven a abandonar sus posiciones ni siquiera para recoger los mangos que ofrecen los ¨¢rboles en incre¨ªble abundancia. Varios de ellos tienen apenas 17 a?os y ya llevan dos en armas.Desde La Mesa hay un descenso de cuatro kil¨®metros hasta C¨ªnquera. Una bandada de zopilotes volando en circuito se?aliza el pueblo. A la entrada, media docena de perros hambrientos se lanzan contra el coche. El fest¨ªn de cad¨¢veres no parece haberles saciado.
Cinquera es una plaza cuadrada, dos calles descendentes y cuatro transversales. La comandancia y la alcald¨ªa son los dos ¨²nicos edificios destruidos. Hay cientos de impactos de bala en algunas fachadas. Pero todo ello es algo habitual en muchas posiciones salvadore?as. Se dir¨ªa que es un pueblo dormido.
Los restos del drama se desparraman en la plaza: un machete con sangre, un casco militar perforado, cuatro cajas de munici¨®n destripadas y un disco roto con la marcha nupcial de Mendelssohn. Una cabeza furtiva asoma por una puerta. S¨®lo despu¨¦s de presentarnos como periodistas enfunda su rev¨®lver y cinco sombras m¨¢s salen de las puertas cercanas. Son milicianos de las FPL.
Guerra entre pobres
Uno de ellos explic¨® lo ocurrido aqu¨ª como "una limpieza", aunque despu¨¦s todos se resisten a admitir que hubiera ejecuciones. "Se les aniquil¨® porque estaban combatiendo", explica Licho, nacido a cuatro kil¨®metros deCinquera y combatiente de las FPL desde hace cinco a?os. Insiste en que,a todos los que se rindieron se les respet¨® la vida. "Hubo muchos muertos, porque fue una cosa bien fregada".Nelson acepta que hubo fusilamientos de gente que hab¨ªa cometido fechor¨ªas en el pueblo y en los campamentos guerrilleros, donde entraron alguna Vez acompa?ando al Ej¨¦rcito. "All¨ª mataban a todo el que encontraban". Como muestra ense?a una enorme cicatriz en el cuello, hecha con bayoneta. "Me dieron por muerto en San Antonio hace tres a?os, y eso me salv¨®". Tambi¨¦n ¨¦l naci¨® en un caseno proximo. Su propia historia es tal vez la ¨²nica explicaci¨®n de lo ocurrido en este pueblo fantasma. Los seis guerrilleros han regresado para llevarse cuanto les sea ¨²til. Han encontrado machetes, sogas, c¨¢ntaros de agua y dos sacos de ma¨ªz. Con su carga a cuestas, como ladrones furtivos, salen caminando hacia la floresta, mientras nuestro coche inicia el regreso.
Todos los elementos de la tragedia salvadore?a parecen haberse citado en Cinquera, un pueblo donde, a falta de grandes ricos, los pobres se matan entre s¨ª desde hace cinco a?os. Los guerrilleros hurgando entre los escombros, los soldados que no tienen qu¨¦ comer y, las familias hu¨¦rfanas que esperan en la plaza de Tejutepeque la caridad de la Cruz Roja son s¨®lo tres secuencias de una guerra entre pobres.
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