De la est¨¦tica en el toreo
"De Despe?aperros pa arriba, se trabaja; de Despe?aperros pa abajo, se torea". De esta forma, alternativa y excluyente, resum¨ªa el gran Cagancho su sentir del toreo. Lo que viene a decirse es: o hay est¨¦tica o no hay toreo, y la est¨¦tica ha de estar en el juego -lo opuesto a trabajo- con el toro. Jugar con el toro, jugar al toro, mostrar a todos y a s¨ª mismo el tremendo contraste de estar ante el toro y, al mismo tiempo, hacerle moner¨ªas. Pero ?qu¨¦ moner¨ªas! Las que hac¨ªa el mismo Cagancho, las de Pepe Luis V¨¢zquez (padre), las de Manolo Gonz¨¢lez (padre), las de Chicuelo; y tambi¨¦n las de otros, que uno no calificar¨ªa de primeras como moner¨ªas, pero tampoco de trabajo: las de Belmonte, Gitanillo de Triana (Curro Puya), Manolete, Antonio Ord¨®?ez. Todo esto es completamente distinto del hacer con el toro de Domingo Ortega, de Luis Miguel Domingu¨ªn, de El Viti, de Anto?ete.Pero ?se puede introducir la alternativa excluyente all¨ª donde no hay por qu¨¦, por ejemplo en la vida, por ejemplo en la est¨¦tica, que es una forma de vida? ?Mozart o los Beatles? ?Vel¨¢zquez o Picasso? ?Que se vayan al cuerno los que hacen en la vida estas oes tan perfectas como trazadas por canutos! La alternativa est¨¢ bien para la l¨®gica (o verdadero, o falso) y, seg¨²n creo, para la l¨®gica de hace a?os, que la de ahora tambi¨¦n cuenta con el casi y, por tanto, con lo uno y lo otro. En todo caso, en est¨¦tica lo que importa es que la obra est¨¦ bien y nos d¨¦ gusto.
Lo que hay en el toreo son patrones est¨¦ticos, y no s¨®lo gen¨¦ricos, sino singulares. Gen¨¦ricamente, frente a la "est¨¦tica del poder a poder", que rige al norte de Despe?aperros, la "est¨¦tica del garbo", que es norma al sur del desfiladero dichoso. Torear, aqu¨ª, en Andaluc¨ªa, es "darse un garbeo" por el ruedo, como. el Gallo o Belmonte se lo daban por la calle de Sierpes o Guerrita hacia su club.
Toreo como poder, toreo como garbo
Esta preliminar tipificaci¨®n del arte de torear -toreo como poder, toreo como garbo- remite a dos concepciones est¨¦ticas del mundo (que incluyen desde la mujer hasta la forma de andar o de tomarse una copa de vino) y tambi¨¦n a dos sustancialmente distintas formas de concebir el mundo, y esto ata?e, tanto a los que torean cuanto a los que ver, torear. Es enojosamente sorprendente que nada de esto haya sido dicho en este pa¨ªs, en donde el toreo tiene carta de naturaleza. El propio Ortega -esta vez, don Jos¨¦- se fue sin decirlo.
Los que precisan de ideas claras, aunque falsas, seguir¨¢n de por vida visando la alternativa ("eso no es torear", dir¨¢n al que les convenga excluir). Pero no es eso lo peor. No es lo malo el que este mecanismo de pensamiento sea inconmovible para los tontos; es, adem¨¢s, contagioso.
Y as¨ª buena parte, la mayor parte, de los entendidos de toda la Pen¨ªnsula se rigen por los criterios grotescamente petulantes de Las Veritas o por el absurdo arbitrismo de La Maestranza, ?Dios nos coja confesados!
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