Todo el poder, para Margaret Thatcher
LA ?LTIMA trinchera de la oposici¨®n frente a Margaret Thatcher es la advertencia de que puede capturar demasiado poder en las elecciones de hoy, jueves. Es algo que los brit¨¢nicos han temido siempre, o casi siempre. Thatcher trata de hacer creer que lo que los laboristas ofrecen es ninguna clase de poder, mientras el tercer partido, la Alianza (liberales y socialdem¨®cratas) es todav¨ªa una rigurosa inc¨®gnita. El resultado es que las ¨²ltimas encuestas presienten una formidable mayor¨ªa conservadora en los Comunes. Una mayor¨ªa de proporciones hist¨®ricas.Atribuir este crecimiento de Margaret Thatcher s¨®lo a la acci¨®n en las Malvinas parece un desaf¨ªo al cl¨¢sico sentido com¨²n de los brit¨¢nicos. Claro que la gloria es la gloria, aunque vaya acompa?ada -como en este caso- de la estupidez, y es un hecho que la popularidad de la primera ministra perd¨ªa aceleradamente puntos hasta aquel episodio, y comenz¨® desde entonces a subir hasta llegar a la probable cumbre de ma?ana. Capitaliz¨® muy bien los hechos gracias, sobre todo, a la estupidez a¨²n mayor de la Junta Militar argentina. Consigui¨® la solidaridad de Estados Unidos, cuando se esperaba que la pol¨ªtica de Reagan tendr¨ªa que inclinarse hacia el anticomunismo latinoamericano y la de los pa¨ªses de la OTAN; logr¨® la casi unanimidad en su pueblo y, sobre todo, demostr¨® que su imagen no era un invento. Es decir, que era capaz de llevar su decisi¨®n, su energ¨ªa, su falta de matices, el cumplimiento de su palabra, hasta el extremo. Gan¨® credibilidad ante sus votantes: transformar o trasvasar la credibilidad de aquella aventura hacia la pol¨ªtica monetaria o la promesa de enjugar el paro obrero y de mantener a raya a los pa¨ªses del Mercado Com¨²n ha sido su virtud.
No ser¨ªa suficiente si en torno suyo no se hubiera derrumbado la oposici¨®n. Michael Foot es un c¨¢ustico intelectual de hechura bohemia; ideal para la c¨¢tedra universitaria, para la tertulia y hasta para el p¨²lpito. No infunde ninguna confianza como eventual gobernante. Sus ap¨®stoles predican sin demasiada convicci¨®n un programa duro. Su grito de guerra est¨¢ en el ¨¦nfasis de los dos-tres millones de parados y en el pron¨®stico, (quiz¨¢ no exagerado) de que dentro de cinco a?os, si Thatcher re¨²ne el poder absoluto, se habr¨¢n convertido en seis millones; pero sus ofertas de soluci¨®n no tienen audiencia. El programa electoral laborista ha tenido que hacerse con demasiada velocidad, sorprendido por el corte de la legislatura hecho por Margaret Thatcher, superando a medias las rupturas internas. Su tratamiento de temas de defensa -punto crucial que ha ocupado gran parte de la campa?a- es inconcluyente, su posici¨®n respecto a las Malvinas es ambigua -no debe ponerse frente a una causa nacional- y el radicalismo de las medidas econ¨®micas anunciadas tiene el car¨¢cter de una aventura. El largo ostracismo que espera a los laboristas, si el resultado de las elecciones es el previsto, podr¨ªa servirles para una profunda depuraci¨®n interna y una fijaci¨®n real de objetivos: a condici¨®n de que su fuente nutricia, los peculiares sindicatos brit¨¢nicos (Trade Unions) hagan una reflexi¨®n acerca de s¨ª mismos.
La Alianza es una inc¨®gnita. Formada por tr¨¢nsfugas del laborismo en tomo a Roy Jenkins y por el viejo partido liberal, polarizado por el muy popular David Steel, representa algo que temporalmente est¨¢ hundido en las ¨²ltimas elecciones continentales o asumido por la moderaci¨®n de la izquierda: un centro posible. La idea de construir este partido cuando los conservadores corren precipitadamente hacia la derecha y los laboristas se refugian en el izquierdismo es inteligente, y ha obtenido respeto y simpat¨ªa por parte de la opini¨®n p¨²blica, pero no parece que vaya a obtener la misma proporci¨®n de votos que de simpat¨ªa. A menos que en los ¨²ltimos momentos tenga mayor juego el programa de frenar a Thatcher, que ha salido de sus propias filas. Son ellos los que insisten en que no es el Partido Conservador, ni su pol¨ªtica actual, lo que va a determinar el resultado de las elecciones, sino precisamente Margaret Thatcher, y su penacho churchilliano. Lo que a¨²n espera la Alianza es un voto confortable para el futuro. En ning¨²n caso puede ser un partido-bisagra. Si Thatcher no consigue la mayor¨ªa hist¨®rica que presiente, no va a acudir a una coalici¨®n con nadie. La idea de la Alianza es la de que en los pr¨®ximos a?os se desinflar¨¢ el soufl¨¦e de Thatcher, y los laboristas no habr¨¢n podido reconstruir su partido, del cual podr¨ªan salir nuevos moderados para unirse a la socialdemocracia. Una apuesta dif¨ªcil.
De todas formas, descontada la victoria conservadora (aunque haya que contar con alg¨²n rebotazo de los que a veces se producen en el Reino Unido, y no hay computador que los calcule), ser¨¢ interesante ver el cdhiportamiento electoral con los laboristas y con esta Alianza.
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