El cambio de la diplomacia
LAS RECIENTES declaraciones del diputado de Alianza Popular Guillermo Kirkpatrick acusando al PSOE de adoctrinar a determinados diplom¨¢ticos espa?oles son simplemente rid¨ªculas; que unos u otros diplom¨¢ticos puedan tener conversaciones con Elena Flores, responsable de la pol¨ªtica exterior del PSOE, es una cosa normal, incluso anodina. Quien se escandaliza por ello demuestra desconocer la relaci¨®n l¨®gica que debe existir entre las personas que representan a Espa?a en el extranjero y el sistema de partidos pol¨ªticos propio de un sistema parlamentario. Es m¨¢s, la utilidad para nuestros diplom¨¢ticos de conocer la opini¨®n de los partidos sobre las grandes opciones de la pol¨ªtica exterior es obvia, y en particular del PSOE, partido que dispone de la mayor¨ªa en el Parlamento y que dirige el Gobierno de Espa?a. La acusaci¨®n de Guillermo Kirkpatrick en realidad no merec¨ªa respuesta alguna; y menos que Elena Flores haya recurrido a la respuesta ad h¨®minem, reprochando al diputado de Alianza Popular que no cumpla debidamente sus funciones corno subdirector de la Escuela Diplom¨¢tica. Suponiendo que cumpliese a las mil maravillas dichas funciones, no disminuir¨ªa en nada la sinraz¨®n de sus acusaciones.Este incidente pone de relieve, una vez m¨¢s, la lamentable incomprensi¨®n que todav¨ªa reina en amplios sectores sobre las relaciones entre cambio pol¨ªtico y diplomacia; sobre el necesario proceso de introducci¨®n en el cuerpo diplom¨¢tico de aires nuevos y m¨¦todos nuevos. Aqu¨ª cabe hacer ciertos reproches al PSOE y al ministro de Exteriores, Fernando Mor¨¢n: en primer lugar, por su timidez a la hora de designar a las personas m¨¢s capaces para representar al nuevo Gobierno en las principales sedes diplom¨¢ticas (su excesivo respeto a las jerarqu¨ªas de la carrera). En pocos casos en la historia se ha dado un caso como el actual: embajadas decisivas como Washington y Rabat est¨¢n ocupadas por personas que han desempe?ado cargos pol¨ªticos de primera categor¨ªa, subsecretarios y secretarios de Estado, en Gobiernos de UCD. Otras, como Mosc¨² y el Vaticano, han sido cubiertas por diplom¨¢ticos de carrera sin especiales m¨¦ritos para ello y sin contacto alguno con la l¨ªnea pol¨ªtica del Gobierno. La promoci¨®n de diplom¨¢ticos j¨®venes, la designaci¨®n de embajadores pol¨ªticos, escogidos fuera de la carrera diplom¨¢tica, palidece al lado del peso que a¨²n tiene la tradici¨®n y el continuismo. La sospecha de que el ministro se preocupa se beneficiar a los colegas antes que proteger los intereses del Estado debe ser rechazada. Pero es verdad que entre los cuerpos de altos funcionarios, los diplom¨¢ticos brillan por su resistencia al cambio, por su elitismo injustificado, y aun por su asepsia muchas veces culpable.
El Gobierno socialista est¨¢ demostrando escasa iniciativa y decisi¨®n para acometer las reformas imprescindibles en una carrera que ha sido concebida con criterios de otra ¨¦poca, cuando las comunicaciones y los niveles de informaci¨®n entre pa¨ªses eran tan inferiores a los de hoy que la comparaci¨®n es dif¨ªcil. No se puede decir que la diplomacia haya perdido su raz¨®n de ser; pero tiene que adaptarse a un contorno de relaciones internacionales profundamente transformado. Los diplom¨¢ticos, en el sentido tradicional que ha sido costumbre dar a esa palabra, se est¨¢n quedando obsoletos. Y los diplom¨¢ticos espa?oles tienden con frecuencia a hacer de la obsolescencia una pose, y de la pose, una profesi¨®n. Naturalmente que hay excepciones, y valiosas. Las excepciones son siempre las que confirman la regla.
Para estar en condiciones de representar a un pa¨ªs en el extranjero hacen falta, obviamente, hombres y mujeres con conocimientos de econom¨ªa, de derecho, de historia, de relaciones internacionales; pero son necesarias sobre todo personas pol¨ªticas, no en el sentido estrecho de hombres de un partido, pero s¨ª de personas que conozcan la pol¨ªtica de su pa¨ªs y el papel que ¨¦ste pretende desempe?ar en la vida internacional. Sin duda, estas cualidades se dan entre muchos diplom¨¢ticos espa?oles, pero no se puede cerrar los ojos ante el lastre derivado de costumbres y tradiciones dejadas por un largo per¨ªodo en que Espa?a ha carecido de democracia. Un hecho que salta a la vista es el alto porcentaje de cuadros pol¨ªticos de los partidos de derecha que han salido de la diplomacia. Si se toma exclusivamente la cumbre de Alianza Popular, los ejemplos son esclarecedores.
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