El intelectual y el ensayo
Conviene, a mi juicio, que reflexionemos acerca de lo que es un intelectual, ahora que la especie, si se me permite esta expresi¨®n, est¨¢ pr¨®xima a desaparecer.Cualquier persona a la que la inquietud y el descontento de conocer lleva a la reflexi¨®n, disintiendo, es un intelectual. Ya se entiende que pocos intelectuales ha de haber hoy, cuando tanto se sabe y tan seguros estamos de saber indefinidamente m¨¢s. Pero quien est¨¢ descontento de conocer, no sabe, en cuanto la sabidur¨ªa es el conocimiento al que acompa?a la conciencia de la satisfacci¨®n. No hay intelectual que sea de verdad sabio, por mucho que sepa. Su peculiar descontento de conocer, que abre en cada caso la posibilidad de que la raz¨®n desconf¨ªe de s¨ª misma, deja al conocimiento en la situaci¨®n de intentar, sin haber conseguido nunca plenamente el intento. De aqu¨ª la relaci¨®n estrech¨ªsima entre el intelectual y el ensayo. De aqu¨ª tambi¨¦n el adelgazamiento y penuria del ensayo en nuestro tiempo de escasez de intelectuales. El ensayo parece ser el intento de dar una explicaci¨®n suficiente, sin presuponer nunca el logro de la certeza absoluta ni los resultados del intento. Pocos ensayos caben si estamos seguros y satisfechos del conocimiento, aunque admitamos que detr¨¢s de lo que conocemos es mucha la ignorancia.
?Qui¨¦n no est¨¢ ahora contento de conocer, aunque conozca poco? ?Cu¨¢ndo abundaron m¨¢s los divulgadoreis seguros de s¨ª y de lo que saben?
El enorme desarrollo metodol¨®gico de casi todas las disciplinas y saberes, la acumulaci¨®n de informaci¨®n, la seguridad que se desprende del control de los hechos por la tecnolog¨ªa, el constante aumento de bienes sociales m¨¢s la despreocupaci¨®n metarisica, han dado al occidental moderno una gran seguridad respecto de las estructuras objetivas del conocimiento que contradice profundamente a la inseguridad personal respecto de nuestro propio comportamiento y el de los dem¨¢s. Nunca estuvieron tan lejos inseguridad subjetiva y seguridad objetiva en el conocimiento objetivo.
En estas circunstancias es el intelectual como persona al rev¨¦s, pues tiene, por una parte, seguridad en s¨ª mismo y en los dem¨¢s superior a la de sus coet¨¢neos, y por otra parte, descontento de conocer lo que se transmuta en duda y constante ensayo, que equivale, en cierto modo, a la inseguridad objetiva.
Espa?a ha sido uno de los pa¨ªses que m¨¢s ha tardado en rendirse al imperio del conocimiento seguro, que ha oscurecido o aniquilado el descontento de conocer. Es notable que por mucho tiempo, siglos, en nuestro ¨¢mbito cultural no haya habido ensayos propiamente dichos, sino intentos de grandes proyectos absolutos, porque est¨¢bamos demasiado seguros en los principios de todo o de casi todo aquello que juzg¨¢bamos. Es cierto que en ese casi caben algunas excepciones. Sin embargo, al caer las grandes seguridades y ponerse en tela de juicio los supuestos, inici¨¢ronse los ensayos en cuanto modo generalizado de expresarse el intelectual, que a su vez florece como culto impuesto por un subterr¨¢neo, aunque acuciante, descontento. Quiz¨¢ entre nosotros ese descontento fuera especialmente fuerte por estar cronol¨®gicamente muy pr¨®xima la seguridad total. As¨ª, el grupo universitario que llamamos generaci¨®n del 98 definese fundamentalmente por el ensayo. Todos fueron, antes que otra cosa, ensayistas. Todos estaban pose¨ªdos por ese descontento profundo, al que tantas veces he aludido, que define al intelectual.
Se alza ante la reflexi¨®n, perpleja, si no desorientada, la grande contradicci¨®n de la cultura actual, que ofrece la m¨¢xima satisfacci¨®n y seguridad en cuanto se refiere al conocimiento de la estructura objetiva de la ciencia y sus consecuencias tecnol¨®gicas, a la vez que suma inseguridad e insatisfacci¨®n en lo que atafle a la vida y comportamiento individuales. No sabemos qu¨¦ va a ser de nosotros, pero s¨ª que la ciencia progresa de modo seguro y constante, multiplicando la aplicaci¨®n de nuevos instrumentos y la informaci¨®n segura y abundant¨ªsima.
La actitud del intelectual es la contraria y constituye, sin duda, una excepci¨®n. Est¨¢ o tiende a estar seguro de s¨ª en cuanto es bastante para s¨ª mismo, aunque rechaza el acoplami ento definitivo con lo que se conoce. En este ¨²ltimo aspecto ensaya de continuo nuevas explicaciones.
No parece que sea el ¨²ltimo tercio del siglo XX propicio al ensayo. Desaparece ¨¦ste al tiempo que el intelectual se extingue; queda, e incluso prolifera, el falso ensayo que consiste en explicar brevemente lo que estamos satisfechos de conocer con el especial contentamiento de la inteligencia, que se satisface con la claridad intelectual que sigue al conocimiento, aunque sea el conocimiento de la duda. No ocurre as¨ª con el intelectual cuyos ensayos, por di¨¢fanos y conclusivos que sean, siempre dejan impl¨ªcita o expl¨ªcita la posibilidad de otra explicaci¨®n, con cierta amargura subyacente por haber encontrado una que excluye a otras. Quiz¨¢ esto explique la reticencia de los intelectuales del 98 respecto a Men¨¦ndez y Pelayo, que era con frecuencia un formidable ensayista contento de conocer.
La desaparici¨®n del intelectual y de su modo de expresarse m¨¢s correlativo y propio, el ensayo, es un signo m¨¢s de que el antiguo humanismo se oscurece y caduca. El profundo y muchas veces inadvertido desconsuelo de la mente cuando el conocimiento pretende ser conceptualmente definitivo es, si se me permite la expresi¨®n, un desconsuelo metaf¨ªsico que mal se aviene con el imperio de los cerebros electr¨®nicos. No s¨¦ si esto es bueno o malo. Tampoco est¨¢ muy claro que se pueda hacer de la moral la definidora del progreso, pero me parece que Petrarca, el sutil y constante ensayista, tendr¨ªa hoy escasa audiencia y popularidad.
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