Los que hacen de Dios
En este t¨®rrido verano las furias vengadoras de antiguas afrentas se han desatado. Un guardia municipal muerto, su compa?ero herido que a gritos se preguntaba por qu¨¦, y una pareja lesionada ¨²nicamente porque pasaba por ah¨ª, es la ¨²ltima haza?a, hasta hoy, de ETA en el Pa¨ªs Vasco. Al mismo tiempo, en la plaza de Catalu?a de Barcelona, una carga de Goma 2 esperaba su turno en los lavabos del club cultural del Ej¨¦rcito, all¨ª, al lado del Corte Ingl¨¦s, donde compran ahora las amas de casa previsoras en busca de las rebajas del verano, con otra enterradita en los parterres de flores del monumento a Col¨®n. All¨ª, saben, donde pasean viejas y ni?os y abueletes y novios. Todos de clase modesta, porque para pasearse y comprar en pleno agosto en Barcelona hace falta que falte lo m¨ªnimo para estarse en la playa a consolarse de los 35? a la sombra con que nos ha obsequiado este est¨ªo.Mientras escribo esto, la Guardia Civil est¨¢ buscando y encontrando m¨¢s bombas en la monta?a de Montju?c y en el cuartel del Bruch. Al mismo tiempo, otros personajes tan nacionalistas como los vascos, pero catalanes, pintan las paredes de la ciudad con consignas favorables a los autores del atentado contra Jim¨¦nez Losantos, en nombre de una organizaci¨®n que se atribuye, nada menos, la libertad de todo el pueblo catal¨¢n con su sugestivo nombre de Terra Lliure.
Cuando tuve la desgracia de conocer muy de cerca a los personajes que son capaces de disparar contra un matrimonio que conduce su coche, con tan buena punter¨ªa que matan a la mujer cuando el sospechoso es el marido -no se sabe bien de qu¨¦, pero para ellos siempre somos todos sospechosos-, o de dejar un paquete de explosivos en el suelo de la calle, para que un chiquillo aficionado al f¨²tbol le d¨¦ una patada y se quede ciego, cojo y castrado; o de dejar otro paquete en los lavabos de una cafeter¨ªa -en eso de dejar paquetes se nota una gran maestr¨ªa-, para as¨ª matar m¨¢s, pues dec¨ªa que cuando tuve esa desgracia pude- entender bajo qu¨¦ mecanismos mentales funcionan tales seres.
En la ¨²ltima pel¨ªcula sobre la era nazi, La decisi¨®n de Sophie, un m¨¦dico de un campo de concentraci¨®n le dice a un militar que le pregunta sobre cu¨¢l es su cometido: "Hago de Dios", y ante la sorpresa del interlocutor aclara: "No tengo medicinas para todos los enfermos, por tanto decido cada d¨ªa, suministrando las pocas que tengo, qui¨¦n ha de vivir y qui¨¦n no, ?no es ¨¦ste precisamente el cometido de Dios?
Los iluminados personajes que en su lucha contra el Estado capitalista e imperialista deciden cada d¨ªa a qui¨¦n han de matar y a qui¨¦n no, tambi¨¦n le reemplazan en su cometido. S¨®lo ellos poseen la verdad absoluta sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo capitalista y lo socialista lo nacionalista y lo independentista, lo revolucionario y lo reaccionario. Y en raz¨®n de esta suprema sabidur¨ªa en la que ¨²nicamente saben igualarse a Salom¨®n, saben asimismo qui¨¦n debe morir y qui¨¦n no, sacrificado por su mano en el altar de aquellos dioses que le inspiran: la independencia del Estado central y la revoluci¨®n.
Gracias, por tanto, a esa ilum¨ªnaci¨®n que se les viene a las entes cotidianamente, en la misma forma que si Dios tuviese un hilo telef¨®nico directo con ellos para comunicarles sus intenciones de acabar de una vez con tanto malvado personaje como anda por este mundo, puesto que les ha elegido a ellos y no a otros, precisamente, para cumplir sus extra?as venganzas contra personajes tan peligrosos como matrimonios, parejas de reci¨¦n casados, ni?os, guardias municipales y periodistas, ellos salen cada ma?ana dispuestos a no dar tregua al enemigo.
Son, en raz¨®n de esa sabidur¨ªa divina que poseen, acusadores, polic¨ªas, fiscales, jueces y verdugos a la vez, y a veces todo ello en una sola persona, que nunca se vieron tantas vocaciones juntas en tan poca gente.
Cuando esperaba que la polic¨ªa hallase las bombas que faltaban por estallar en el aeropuerto del Prat, en Montju?c y en otros lugares igualmente considerados por los ejecutores de la venganza divina, como objetivos militares en esta guerra que una vez ganada por ellos nos ha de liberar a todos; los que sobrevivamos naturalmente, recordaba la respuesta que dio a mi libro Viernes y 13 en la calle del Correo la protagonista de aquella brillante operaci¨®n que concluy¨® con 13 muertos y 84 heridos: "Ese libro forma parte de la campa?a de desprestigio orquestada contra el pueblo vasco". Como resulta evidente que el libro ¨²nicamente la desprestigia a ella, y a otros semejantes, resulta inefable comprobar la identificaci¨®n que hace de s¨ª misma con todo el pueblo vasco. Identificaci¨®n que sienten del mis mo modo sus hom¨®nimos compa?eros vascos y catalanes, que tienen los mismos afanes y practican id¨¦nticas denuncias apocal¨ªpticas y ejecuciones sumarias al amanecer o al anochecer, de v¨ªctimas tales como encargados de bares, amas de casa, detectives privados, polic¨ªas municipales y periodistas. A los que, como en el caso de Jim¨¦nez Losantos, los atan primero a un ¨¢rbol, en compa?¨ªa de su novia, antes de disparar "en el muslo, para no hacer demasiado da?o", como explic¨® amablemente el autor del disparo.
En aquel septiembre de 1974 las explicaciones se redujeron a calificar a todos los muertos y heridos como polic¨ªas o confidentes de la polic¨ªa. Desde la pareja de reci¨¦n casados que com¨ªa en la cafeter¨ªa Rolando su primer ¨¢gape conyugal en plena luna de miel, hasta los turistas, las amas de casa, los ni?os y los mirones que tuvieron la mala ocurrencia de comerse un bocata en Rolando o en Tobog¨¢n. La mala conciencia no existe para Dios, para sus enviados y ejecutores de su justicia tampoco. Pero si en 1974 los muertos estaban bendecidos de antemano por el Supremo Hacedor, puesto que la lucha contra la dictadura todo lo absolv¨ªa, hoy las filos¨®ficas exposiciones de motiyos con que los terroristas nos obsequian son, por m¨¢s abstractas m¨¢s dificiles de entender.
Seg¨²n estos salvadores de las patrias vasca y catalana, con tales operaciones militares nos librar¨¢n a todos los dem¨¢s de la opresi¨®n del Estado capitalista, invasor e imperialista y alcanzaremos, de su mano, la gracia de la libertad.
Al pensar en la posibilidad de que tal planteamiento pudiera ser cierto se me estremecen las carnes, como le sucede a todo hijo de vecino. De vecino sencillo, s¨®lo guardia municipal o tabernero o ama de casa o periodista; no de oligarca ni de secretario de Estado, que de esos mueren muchos menos, seguramente porque es mucho m¨¢s dif¨ªcil matarlos. F¨ªjate, el guardia urbano est¨¢ ah¨ª en la esquina y sale a tomar chatos con un amigo y la pareja de novios, y el matrimonio descuidado se mete en el coche sin fijarse en aquellos tipos que les miran desde la esquina; porque no sabemos si al ser liberados por los comandos anticapitalistas, o por los grapo o por los terralliure, seremos depuradas todas las amas de casa, los guardias urbanos, los taberneros, los detectives, los ni?os y los periodistas, por nuestras culpables conexiones con el feroz Estado capitalista e imperialista.
Para quien como yo siempre ha repudiado ese Estado, que todo lo pervierte y todo lo fagocita, resulta una curiosa y triste paradoja que los salvadores del pueblo lo hayan convertido en mucho m¨¢s deseable que ellos y sus revolucionarios programas de acci¨®n.
Ese Estado, representado por el guardia urbano y por el guardia civil, por el alcalde y por el gobernador, por la polic¨ªa que tuvo la amabilidad de apalearme en la ¨²ltima entrevista que sostuvimos, por el funcionario que manifiesta su repudio contra mis actividades retrasando los permisos de todo lo que le pido y que mantiene la desigualdad y la injusticia contra las mujeres y los trabajadores, resulta hoy un padre afectuoso y un compa?ero solidario en comparaci¨®n con los salvadores de pueblos que no quieren ser salvados seg¨²n su modo.
En ello encontrar¨¢n precisamente su negaci¨®n. El Estado capitalista debe sentirse vengado, a su vez, de tantos insultos como recibe de los que deseamos cambiarlo, porque los terroristas han conseguido, con su espiral del crimen y, de la imbecilidad, hacerlo tan bueno que nadie desee cambiarlo al precio de ser dirigidos, gobernados y salvados por aqu¨¦llos.
He aqu¨ª c¨®mo los terroristas han alcanzado su m¨¢xima contradicci¨®n: convertir en bueno y deseable a su enemigo.
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