Las ninfas
El cel¨¦rico y cinem¨¢tico Juan Cueto (supongo que viene a ser lo mismo) publica Exterior noche en Ediciones Noega. Por el t¨ªtulo ya se ve que va de cine. Yo, que nac¨ª -respetadme- con el cine, como el poeta, s¨®lo que de chico del bomb¨®n helado, no es que sea un fan¨¢tico de la narraci¨®n en im¨¢genes (tampoco de la escrita, quiz¨¢), pero el libro de Juan me ha resultado enamorante y, sobre todo, el ensayo que titula Hip¨®tesis de la n¨ªnfula. Ah¨ª quer¨ªa yo verte. Ah¨ª estamos todos, t¨ªo. Y el que no, ¨¦l se lo pierde. El p¨¢rrafo final es leve como el m¨¢rmol y perdurable como el celuloide: "Su vida (la de la ninfa), aunque corta en el tiempo, es de una intensidad poco com¨²n, y con influencia indeleble en quienes las gozaron, por lo que muchos confunden a las n¨ªnfulas (prefiero ninfas, Juan, que suena menos a sulfamidas) con las musas. En cierto sentido, las lolitas son las causantes directas de no pocas genialidades est¨¦ticas, y el de Nabokov es el mejor ejemplo, aunque no el ¨²nico. La diferencia es que las musas, desgraciadamente, tienen un ciclo vital de m¨¢s de seis a?os, son fieles a un solo partenaire y al final acaban confundi¨¦ndose con las esposas, como lo demuestra la mayor parte de las dedicatorias de los libros contempor¨¢neos". Lo malo de un par de generaciones, la m¨ªa y la anterior, es que nos gustan las ninfas, aunque sepamos/sabemos que, como dice Cueto, son fruta efimera que en seguida se convierte en santa compa?era, tras un fugaz abril de musa indiferente. A veces he contado la an¨¦cdota de Andr¨¦ Gide: "?Por qu¨¦ se empe?a usted, maestro, en correr tras de su propia juventud?". "Y no s¨®lo de la m¨ªa, ay". Que hay s¨ªntomas de guerra caliente en la guerra fr¨ªa, o la viceversa, seg¨²n, oiga, lo veo yo, no s¨®lo en la visita madrile?a de Gromiko ni en el tiro al plato de la alfarer¨ªa tur¨ªstica, humana y occidental que sobrevuela fronteras, pero, mayormente, en la vuelta de las ninfas/lolitas/n¨ªnfulas constantes/inconstantes, seg¨²n el remoto modelo de Joan Fontaine frente al ya muy entrado Charles Boyer (caso, por cierto, que se le ha trascordado a Cueto del fichero). As¨ª como las guerras y posguerras heroicas, con menos paz que Victoria (Fern¨¢n-G¨®mez), son ¨¦pocas de mujeres adultas, de hembrazas, de Marlene Dietrich y B¨¢rbara Stanwich (lo dice Cela: "Los de la generaci¨®n de la guerra fuimos muy puta?eros"), ocurre que las preguerras, las eras imaginarias de Lezama Lima, cuando, florecen ciudades alegres y casi confiadas, son ¨¦pocas de ninfas en que todos nos tornamos se?or de los caramelos con la gabardina pronta al muestrario. Esto debe de ser porque la guerra da un apetito macho de trinchera, que se sacia tan s¨®lo con la mujerona barbuda. de retaguardia (tan oportunamente cantada/ironizada por Tono/Mihura), mientras que la paz feble nos torna como entre plat¨®nicos y dalt¨®nicos, y preferimos la p¨²ber can¨¦fora que nos ofrende el acanto de su vello inesperadamente afeitado. Lo dijo Lorca cuando oy¨® el verso de Rub¨¦n: "Que p¨²beres can¨¦foras te ofrenden el acanto": "De todo el verso, s¨®lo he entendido el que". El citado Fern¨¢n-G¨®mez presenta un caso incestuoso en su ¨²ltima obra en verso (los incestos hay que cometerlos en verso, porque son una coch¨ªnez). En cambio, Adolfo Marsillach me explicaba este verano en mi dacha serrana, entre ciruelos est¨¦riles, sauces gigantes y parras v¨ªrgenes, su inminente Mata-Hari, aquella esp¨ªa/meretriz, hembraza que en Fatalidad -?recuerdas, Cueto?- se pinta los labios en el espejo de la bayoneta del soldado que va a fusilarla. Fernando, con su Delgadina, Ynma de Santy, nos aporta la ¨²ltima ninfa de una larga paz. Adolfo, con su Mata-Hari, reinaugura el ciclo (aunque me consta que tambi¨¦n le van las ninfas) de las mujeres fatales, las vampis y las esp¨ªas. La. guerra est¨¢ al caer. Claro que nunca se mata a gusto de todos, Juan, amor.
FRANCISCO UMBRAL
GARC?A CANDAU
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