Los l¨ªmites de la neutralidad
Cuando los movimientos pacifistas y antimilitaristas (confieso que prefiero con mucho esta segunda denominaci¨®n a la primera) protestan por el despliegue de cohetes nucleares en suelo europeo y abogan por la no alineaci¨®n de sus respectivos pa¨ªses en la maniquea l¨®gica militar de los dos grandes bloques, se les suele responder -entre otros dicterios menos atendibles- que "la neutralidad no es posible ni deseable". Se dice que no es posible porque la agresiva presi¨®n de los contendientes y la interdependencia econ¨®mica y por ende pol¨ªtica de todos los pa¨ªses, cualquiera que sea su grado de desarrollo, convierte cualquier intento de neutralidad en una inestable y oportunista ficci¨®n, previa a la definitiva toma de partido; se dice que es indeseable (aqu¨ª nos interrumpir¨ªa el viejo Arist¨®teles para decirnos quebasta con demostrar que es imposible, puesto que nadie puede realmente desear m¨¢s que lo posible) porque supone el abandono de los valores democr¨¢ticos gestados a lo largo de la revolucionaria historia de Occidente y la entrega al nihilismo abyectamente zool¨®gico del "?S¨¢lvese quien pueda."'. Creo que ambas objeciones son a su vez objetables, aun sin recurrir a dict¨¢menes ¨¦ticos o religiosos (la violencia exterminadora como medio intr¨ªnsecamente repugnante para cualquier conciencia sana) que pudieran l¨ªcitamente aportarse. No hace falta ir m¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica para refutar los antedichos planteamientos en pro del equilibrio del terror, siempre que se tenga de la pol¨ªtica una concepci¨®n menos organillera y m¨¢s imaginativa que la que habitualmente aqueja a los gobernantes. Por cierto, que suele aquejarles especialmente en cuanto gobernantes, porque cuando cierta izquierda se hallaba a¨²n en la oposici¨®n parec¨ªa mejor dotada... Me centrar¨¦ fundamentalmente en el caso de Espa?a, que, seg¨²n se nos dice ahora, no puede ni debe ser neutral, aunque ayer -es decir, antes de la acelerada decisi¨®n de incluirla "por huebos" en la OTAN- se le conced¨ªan otras opciones y m¨¢s exigentes miramientos.Para empezar, digamos que la neutralidad no es un concepto un¨ªvoco, sino m¨¢s bien anal¨®gico, es decir, que la hay de diversos tipos y talantes. Hay un tipo de neutralidad que pudiera calificarse como adolescente o pasota, pues viene a decir "a m¨ª todo me da igual, no creo en nada de lo que se cuece en las esferas pol¨ªticas de este mundo, abomino del Reino del Padre y de su coactiva administraci¨®n de lo real, lo ¨²nico que quiero es que no me maten ni me obliguen a matar con uno u otro pretexto". No es dif¨ªcil hallar contraindicaciones de todo orden a este "a m¨ª que no me zarandeen", pero en modo alguno puede ser despachado sin m¨¢s con denigratoria suficiencia. Despu¨¦s de todo, como bien sefial¨® hace tiempo Norberto Bobbio, el derecho a no llevar armas contra la propia voluntad (y a?ado yo, a que nadie las esgrima en nuestro nombre sin nuestro consentimiento) deber¨ªa ya formar parte de los inalienables derechos humanos. La mentalidad heroica y prometeica puede ser en ocasiones meritoria, pero ciertamente carecer de ella no halce a nadie culpable..., sobre todo cuando se trata de un "hero¨ªsmo" por el que puede pagar no s¨®lo el interesado, sino tambi¨¦n muchos inocentes. Otro modelo de neutralidad es el de quienes consideran que en nuestra situaci¨®n actual la ¨²nica verdadera potencia agresiva es el capitalismo expansionista americano, siendo el desarrollo militar sovi¨¦tico una desdichada consecuencia defensiva de este permanente hostigamiento. Desde esta ¨®ptica, conseguir que un pa¨ªs sea neutral significa sustraerle al compl¨® imperialista y por tanto convertirle, de modo m¨¢s o menos matizado, en una pieza de apoyo de la acosada Uni¨®n Sovi¨¦tica, aunque no precisamente en el estado actual de ¨¦sta, sino en una fase posterior, de socialismo plenamente regenerado por el fin de la amenaza capitalista. La inquietud pol¨ªtica e hist¨®rica de este planteamiento fomenta la sospecha de quintacolumnismo prototalitario que muchos tienen inter¨¦s en lanzar sobre los movimientos antimilitaristas, por lo que es dif¨ªcil que pueda ser aceptado por ning¨²n dirigente democr¨¢tico de un pa¨ªs occidental.
Pero tambi¨¦n se puede ser neutral de otra manera, que me parece mucho m¨¢s compatible con las responsabilidades pol¨ªticas de un Gobierno progresista europeo. Esta tercera v¨ªa se basa en la distinci¨®n entre neutralidad militar y neutralidad pol¨ªtica. Puede aceptarse -y, a mi juicio, deber¨ªa reconocerse as¨ª que Espa?a no es pol¨ªticamente neutral, es decir, que los dem¨®cratas progresistas espa?oles prefieren la f¨®rmula de organizaci¨®n del Estado parlamentaria y pluralista de pa¨ªses como Suecia, Austria o el Reino Unido que la Ce Ruman¨ªa o Albania, sin desconocer sus evidentes defectos ni renunciar en absoluto a modificarla incluso radicalmente. La protecci¨®n jur¨ªdica de las libertades y derechos individuales, las garant¨ªas de intervenci¨®n en la gesti¨®n p¨²blica, la tolerancia institucional de costumbres y creencias diversas, la posibilidad permanente de control social de la labor de las autoridades, etc¨¦tera, son conquistas pol¨ªticas siempre amenazadas por la presi¨®n maquiav¨¦lica de la raz¨®n de Estado, pero efectivas en una medida desconocida en cualquier otro tipo de sociedad anterior, o contempor¨¢nea. La lucha por los grandes objetivos comunitarios ahora planteados -superaci¨®n de la consideraci¨®n exclusivamente productivista y explotadora del trabajo, gradual reabsorci¨®n del Estado como poder separado en la sociedad civil, b¨²squeda de alternativas eficaces a la violencia institucional y antiinstitucional, etc¨¦tera - debe encuadrarse en tal organizaci¨®n de libertades p¨²blicas y servirse de ellas, nunca abolirlas como meras formalidades prescindibles sin las cuales pudiera caminarse m¨¢s deprisa hacia la realizaci¨®n de la utop¨ªa. No se trata de melindres de intelectuales resabiados ante las inevitables y nobles brusquedades de las revoluciones "triunfantes". La ¨²nica revoluci¨®n pol¨ªtica de nuestra historia es el proyecto democr¨¢tico de desacralizaci¨®n del poder que se inici¨® hace 200 a?os y que a¨²n est¨¢ lejos de verse concluido. Las otras llamadas revoluciones, sea la de octubre en Rusia o la de Cuba, la de China o la de Jomeini, son guerras civiles o golpes de Estado que en ocasiones han acabado con seculares tiran¨ªas, pero que muchas veces han dado lugar a formas a¨²n peores del mal que pretend¨ªan extirpar. En una palabra, cuando se trata de elegir entre la v¨ªa democr¨¢tica y la v¨ªa totalitaria de organizaci¨®n social, la neutralidad es todo menos elogiable, y no cabe sino felicitarse de que Espa?a por fin no tenga dudas a la hora de optar.
Ahora bien, los valores democr¨¢ticos en ninguna parte se presentan puros y sin mezcla, resplandeciendo inequ¨ªvocamente como la cota de mallas de sir Galahad. Luchar por la democracia no es s¨®lo oponerse al totalitarismo, sino tambi¨¦n a lo que dentro de cada pa¨ªs democr¨¢tico obstaculiza la profundizaci¨®n -y aun la utilizaci¨®n pura y simple- de la democracia: las exigencias autoritarias y agresivas del viejo Estado-naci¨®n, la identidad beligerante llamada "patriotismo", el crudo af¨¢n de rapi?a, la man¨ªa persecutoria de los jefes, etc¨¦tera. Cuando Reagan cabalga por Centroam¨¦rica o la CIA interviene en sabotajes antisandinistas podr¨¢n invocar a gritos las libertades democr¨¢ticas, pero sus fechor¨ªas tienen tan escasamente que ver con ellas como el se?or Andropov con la solidaridad de la clase obrera. Y aqu¨ª llegamos al tema de la neutralidad militar. El desarrollo del militarismo, el predominio de la l¨®gica militar en los presupuestos de los pa¨ªses y en los corazoncitos ideol¨®gicos de los s¨²bditos, el equilibrio del terror, etc¨¦tera, son los principales obst¨¢culos a la realizaci¨®n del proyecto democr¨¢tico aut¨¦ntico. La carrera de armamentos y la l¨®gica militar son tan totalitarias como la m¨¢s feroz invasi¨®n rusa imaginable y amenazan mucho m¨¢s que esta ¨²ltima hip¨®tesis a las democracias occidentales. Buscar la neutralidad militar para Europa no es poner en peligro los valores democr¨¢ticos y las libertades p¨²blicas de Occidente, ni tampoco dudar de su importancia, sino, por el contrario, dar decisivos pasos hacia su consolidaci¨®n efectiva. La defensa de la v¨ªa democr¨¢tica no puede realizarse a costa de lo que supuestamente se pretende salvaguardar.
Espa?a, obviamente, no est¨¢ en la OTAN por fidelidad abstracta a los valores pol¨ªticos de Occidente. Presiones ajenas nada democr¨¢ticas nos metieron en la Alianza Atl¨¢ntica, de la que ahora va a costarnos salir por razones tan escasamente sublimes como ¨¦stas: se teme que si Espa?a, pese a ser miembro reciente y cauteloso de la alianza militar, decide salirse de ella, otros la sigan por el mismo camino... ?Tal es el com¨²n entusiasmo atlantista! Y, claro est¨¢, a¨²n hay mayor temor de que Estados Unidos, antes de permitir que se inicie esta reacci¨®n en cadena, tome alguna disposici¨®n punitiva contra los socialistas, es decir, contra la legalidad democr¨¢tica de este pa¨ªs.
Pero cuanto m¨¢s se retrase el refer¨¦ndum sobre nuestra permanencia en la OTAN -que no se puede omitir sin perturbar definitivamente la credibilidad del Gobierno-, m¨¢s van a ir enred¨¢ndose los nudos de los intereses creados, de modo que lo que hoy a¨²n puede solventarse con un discreto y hasta estimulante esc¨¢ndalo, ma?ana quiz¨¢ resulte una aut¨¦ntica provocaci¨®n. Poco ha hecho la OTAN por la amistad y el intercambio cultural o pol¨ªtico no mediatizado entre los pa¨ªses del pacto: la l¨®gica militar se las arregla para desunirlo todo incluso entre aliados, salvo los estados mayores de los ej¨¦rcitos que se someten al mando unificado. ?No ser¨ªa hora de buscar una f¨®rmula diferente de cohesi¨®n y otro concepto de defensa, como reclaman los movimientos pacifistas y antimilitares? ?No podr¨ªan las autoridades espa?olas explicar nuestra posible neutralidad militar bas¨¢ndose precisamente en su decidida toma de partido pol¨ªtica por la deincoracia occidental y sus mejores; posibilidades? Quiz¨¢ en este, como en tantos otros aspectos, una cierta fuerza ilustrada sea incluso m¨¢s prudente que la simple y sumisa prudencia. Como dijo una vez Alejandro Herzen y repiti¨® despu¨¦s alguien tan poco sospechoso de extremismo como sir Isaiah Berlin: "Comprender la validez relativa de nuestras convicciones y sin embargo sostenerlas sin cejar es lo que distingue al hombre civilizado del b¨¢rbaro".
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