Ajedrez
En esta partida de ajedrez, el rey va al supermercado en bicicleta, vacuna a terneras suizas en una granja experimental, hace excavaciones de arqueolog¨ªa en una loma donde sus antepasados celebraron victoriosas batallas, impone medallas a un h¨¦roe de la biolog¨ªa, participa en regatas, restaura incunables, veranea en una isla del mar Egeo, da a la patria v¨¢stagos de oro que se apacientan en praderas inglesas, echa discursos morales en una feria de maquinaria agr¨ªcola, da la mano a unos alpinistas que acaban de coronar el Everest e indulta a los condenados a muerte.En esta partida de ajedrez, los alfiles pol¨ªticos, que avanzan escoradamente, discuten, se abrazan, pactan, viajan, se insultan, firman comunicados conjuntos, se odian entre ellos, pero almuerzan de forma unitaria poderosos solomillos. Los caballos de sangre o de vapor aran la tierra y mueven las m¨¢quinas. Desde las torres, vislumbran los vig¨ªas la llegada de piratas berberiscos con un parche en el ojo. Los peones trabajan en el campo, en las f¨¢bricas, en los edificios en construcci¨®n, en las oficinas, en los laboratorios, y algunos sue?an con hacer la revoluci¨®n social. As¨ª est¨¢n las cosas. Dentro de 100 a?os, cuando los espele¨®logos supervivientes sobre el panorama de los Campos El¨ªseos con hierba hasta la rodilla o de Nueva York en ruinas bajen a los estratos de nuestro tiempo, podr¨¢n comprobar que el hombre de 1983 ten¨ªa una oportunidad de salvarse y en cierto modo a¨²n era feliz. A la sombra de un alcornoque, los pedagogos cubiertos con pieles de cabra contar¨¢n a sus disc¨ªpulos extraterrestres una buena historia: la de aquel mono que un d¨ªa derram¨® en el suelo las piezas de ajedrez, que estaban en tablas, y se erigi¨® en emperador de un tute subastado bajo la corona de un hongo nuclear. Mont¨® en el pescante de una carroza radiactiva planeando en el cielo y vaci¨® su intestino llen¨® de pestilentes ¨¢tomos sobre la geopol¨ªtica. Este atleta orangut¨¢n ahora est¨¢ entre nosotros. Sonr¨ªe con muelas de esta?o y ha empezado a jugar echando miasmas contra los pacifistas tumbados en la carretera. Como juego, es demasiado juego; como ciencia, es poca ciencia -ha dicho alguien del ajedrez- Pero de esta partida que se est¨¢ jugando ahora quedar¨¢ un recuerdo en la futura biblioteca de Alejandr¨ªa.
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