Se acerca el 'gordo'
A s¨®lo cuatro d¨ªas de la rifa mayor cantada, las criaturas en paro original (condenadas a no poder ganar el pan con el sudor de su frente) esperan el milagro de la redenci¨®n. Una bolita del tama?o de una casta?a pilonga descender¨¢ de lo alto con la enorme gracia de 11.000 millones de pesetas.
Mucho m¨¢s que otros d¨ªas, el pasado mar tes 13, a las 13 horas, los clientes de La Herradura y el Trece (Alcal¨¢, 13) implora ban que se les vendiera el n¨²mero 13 para el sorteo de Navidad. La cola era inmensa y ordenada desde el amanecer. A la supre ma hora de la superstici¨®n, un p¨²blico ansioso trotaba arrancando chispas del pavimento. Fue entonces cuando un comprador aproxim¨® el hocico a un palmo del vendedor ?ngel Raspe?o (23 a?os re partiendo la suerte y sin que le toque) y, con relinchos de pura sangre, dijo: "?No me falle, don ?ngel, no me falle! ?Un trece sin ning¨²n cero, que sea bonito y p¨®ngamelo boca abajo!".Don ?ngel rasgaba los boletos cor¨ª ma nos de querub¨ªn y sin dejar de pesta?ear sus ojos en blanco introduc¨ªa, unas tras otras, las 2.500 pesetas de cada d¨¦cimo, en la bendita caja recaudatoria. La nota lo recordaba en un proverbio rimad¨®: "Ser pobre y rico en un d¨ªa, milagro es de la santa loter¨ªa".
Dos pisos m¨¢s arriba, el jefe de don ?ngel fumaba un cigarro puro, rodeado de tel¨¦fonos y pisapapeles, anticipando el ¨¦xito de ventas: "S¨®lo en el sorteo de Navidad pasaremos de los 900 millones de pesetas en ese cuchitril de abajo".
En ese cuchitril hab¨ªa de todo, como debe ser. Una herradura, el trece, tabacos, papel del Estado, sellos y parroquianos que escond¨ªan miles de duros debajo de la ropa interior. Tambi¨¦n estaba el jorobado. Dijo ¨¦ste: "?Qu¨¦ quiere que le haga? Igual tengo que aguantar mi chepa, as¨ª que los clientes que quieren pasarse el n¨²mero por mi desgracia, que da buena suerte, que lo pasen y yo me llevo un jornal a casa".
Estos clientes practicaban exc¨¦ntricos rituales. Primero adquir¨ªan el boleto a don ?ngel. Luego lo restregaban en la herra dura y el trece. Por ¨²ltimo, completaban los requisitos de la fortuna d¨¢ndole un rasponcillo a la giba del jorobado. De all¨ª sal¨ªan a la pata coja, con ¨¦l pie izquierdo por delante, toc¨¢ndose la nariz, aIzando un dedo hacia el cielo lleno de gases negros o sac¨¢ndole la lengua al primer peat¨®n que se cruzaba por la calle. Todo es suerte Ahora bien, si alguien raspaba al jorobado en su desgracia sin dejarle la voluntad nuestro infortunado hombre montaba en c¨®lera: "?Qu¨¦ se ha cre¨ªdo usted? ?Piensa que la tengo de cart¨®n y que no lo noto? ?Cien pesetas y menos cara, caballero!".
Desgarro del pueblo
El caballero pagaba las cien pesetas y, como otros muchos, era empujado por corrientes subterr¨¢neas hacia la Puerta del Sol, un polvor¨ªn de boletos. Aqu¨ª, cientos de mujeres embestidoras met¨ªan por la orejas de los viandantes sus ristras de par ticipaciones que coleaban. El grito era espasm¨®dico: "?Para Navidad! ?El gordo para Navidad!". Los compradores hac¨ªan ade m¨¢n de retroceder, pero se quedaban extraflamente hipnotizados en medio de aquel alegre cacareo. La puebierina plaza de la heroica villa se estrechaba hasta la asfixia de una alucinaci¨®n: la imagen infantil de hallarse en el corral de los abue los. En algunos balcones, mujeres muy en¨¦rgicas sacaban peque?as alfombras y las sacud¨ªan propin¨¢ndoles una paliza moz¨¢rabe.
En la trastienda oculta de La Pajarita do?a Mar¨ªa Luisa Juste, de 70 a?os, recordaba a Valle-Incl¨¢n: "Compraba aqu¨ª, se pon¨ªa muy serio, digno como ¨¦l era, muy se?or, con sus barbas largas, y dec¨ªa cosas que hac¨ªan re¨ªr mucho a mi madre". Esta mujer, que se reclinaba ahora en su antigua mece dora, no conoci¨® otra vida ni escuch¨® otros gritos que los de la suerte a fecha fija: "Desde los doce a?os estoy aqu¨ª", dijo, "y toda v¨ªa no me he acostumbrado a esas voces tan desgarradas de las vendedoras".
La Loter¨ªa Nacional es desgarro del pueblo. Un hombre tocaba el saxof¨®n y ped¨ªa unos duros para pagarse el d¨¦cimo. Era la pescadilla que se, muerde la cola: "Doy m¨²sica, recibo dinero, entrego el dinero y me dan un boleto; pero si me toca el gordo, ?se imagina usted qui¨¦n tocar¨¢ el saxof¨®n el d¨ªa de autos?".
Incluso el polic¨ªa nacional que se apostaba en la esquina de Carretas, y que llevaba gafas oscuras, era un suertero como los dem¨¢s: apoyado en el muro de la D¨ªrecci¨®n General de Seguridad, con la porra, una condecoraci¨®n en el pecho y las manos rojas de fr¨ªo, tambi¨¦n parec¨ªa deseoso de repartir la suerte de un cup¨®n de ciegos.
Do?a Carmen G¨¢lvez ten¨ªa muy abiertos los ojos. En su despacho de La Hermana de Do?a Manolita (entre Mayor y Arenal), do?a Carmen admiraba la tenacidad de tantos n¨¢ufragos que acud¨ªan a su mostrador. Agarrados al madero, suplicaban combinaciones de n¨²meros mientras la representante en la tierra de la ya extinta y c¨¦lebre do?a Manolita (seis gordos desde el a?o 1951) inger¨ªa medicamentos. "Las dem¨¢s do?as Manolitas son falsas", dijo la hija de la hermana de la aut¨¦ntica do?a Manolita de Pablo Rodr¨ªguez; "la suerte nos la leg¨® mi antepasado el mismo d¨ªa de su muerte d¨¢ndonos el gordo, as¨ª como en el a?o de la muerte de Carrero Blanco, que en gloria est¨¦n".
Esta se?ora G¨¢lvez a?adi¨®, con un susurro, que Primitivo, su empleado de confianza, tuvo la revelaci¨®n de que el gordo terminar¨¢ este a?o en nueve. Y al decir esto, do?a Carmen miraba muy compasiva y maternal a los clientes que ped¨ªan n¨²meros acabados en siete y otros absurdos.
En la cola de La Hermana de Do?a Manolita, que adquiere forma y tama?o de drag¨®n oriental, se ha visto al ministro Mor¨¢n, titular de Exteriores, y a Gir¨®n de Velasco, titular de un bast¨®n nacionalsindicalista. Tambi¨¦n la frecuentan otros hombres p¨²blicos, y hasta mujeres p¨²blicas, pues no hay, fruto prohibido para el bolsillo del contribuyente.
En dos sillas de tijera, diminutas, hablaban con los zapatos los limpiabotas m¨¢s lustrosos de la plaza. Ellos tambi¨¦n venden boletos de una do?a Manolita descuartizada en muchos pedazos. Igual hacen los taxistas de la parada, los dependientes de las Seder¨ªas Sol, las empleadas de Mantones Benigna y los pordioseros que se apelotonan al principio de Preciados. En la plaza del Reino se compra o se vende loter¨ªa; otra cosa no se puede hacer.
Azar y gracia del cielo
Al Dobl¨®n de Oro acudi¨® temblando do?a Matilde Pinto, 76 a?os, quien extrajo de su sujetador 50.000 pesetas y compr¨® boletos para la reventa. "?Ay Jes¨²s!", exclamaba do?a Matilde. "?Casi me matan esta ma?ana unos j¨®venes que querian robarme cerca de mi barrio, en Manuel Silva! ?Qu¨¦ malos y ruines son!"
Pero la se?ora Pinto venci¨® el p¨¢nico, que es peor que la muerte, y ocult¨® los billetes de loter¨ªa en el sost¨¦n, iniciando una marcha hacia donde se recuesta, cuando hay m¨¢s p¨²blico, ese mendigo, con huesos como astillas, que de milagro sobrevive al pisot¨®n humano. Cuando do?a Matilde estuvo a la distancia oportuna, dej¨® caer una moneda de 50 pesetas en el peri¨®dico.
Todo es azar y gracia del cielo. En la Administraci¨®n 43 hab¨ªan entronizado los loteros a Nuestra Se?ora de la Soledad rodeada de una multitud de billetes. ?Qu¨¦ soledad ser¨ªa aqu¨¦lla? Y en la Administraci¨®n 10, cerca de la otra, el n¨²mero 107 que rechazaban todos se lo compr¨¦ el c¨®mico Gila, y le toc¨® premio. "Vino a por sus dos millones, hizo dos chistes y nos re¨ªmos las dos vendedoras", dijo una tal Feli.
Las ambulantes ponen el gesto de sufrir dolorosas varices en las piernas. Pepa Uni¨®n, 57 a?os, dec¨ªa que el p¨²blico se ha vuelto ego¨ªsta y desconfiado: "Antes no te preguntaban cosas raras, compraban y daban propina; hoy sospechan que si sale el premio te vas a fugar, y no dejan ni un detalle". Para su colega Mar¨ªa Pascua, de 70 a?os y muchas intemperies, ya no vale la pena este sacrificado oficio: "Mire usted a esa ciega, Antonia Benito: el otro d¨ªa vinieron los de una revista que se llama Nueva Empresa y la fotografiaron con la loter¨ªa y el tabaco. ?Sabe qu¨¦ han hecho con el retrato? Pues, m¨ªre lo, han puesto esto: Espa?a, para¨ªso del contrabando.
Lejos de la Puerta del Sol (en Fern¨¢n Gonz¨¢lez, 44) acababa de abrir sus puertas una nueva administraci¨®n, la n¨²mero 76, y su joven encargado estaba esc¨¦ptico: "Dicen que los novatos damos suerte, pero ?cree alguien que pueda caer un n¨²mero como el 00498?" Entr¨® un comprador optimista: "Lo que sea; d¨¦me lo que quiera, que aqu¨ª va a salir el gordo".
Todo pudiera pasar. La cuenta atr¨¢s ya empez¨®. La rifa mayor, cantada y de pontifical, se aguarda este a?o con los brazos en cruz. Una bolita del tama?o de una castafla pilonga descender¨¢ en el bombo para transformarse en un todopoderoso premio de 11.000 millones de pesetas. Las criaturas castigadas a no ganar el pan con el`sudor de su frente por culpa del paro original esperan la redenci¨®n. Todos los mandamientos econ¨®micos han sido quebrados.
El pueblo est¨¢ en la ruina de unos salarios fam¨¦licos. El des¨¢nimo es general luego de la sarta de bofetadas que nos dio Europa.
Por eso queda el milagro. Para remediar tanto defecto patrio, disfrutemos el consuelo de ese gran exceso nacional que es la loter¨ªa. ?Existe otro pa¨ªs en el mundo que reparta 80.000 millones de pesetas en una sola mailana? ?Ah, que grandes somos!
Luis Miguel Pati?o, 13 a?os, colegial de San Ildefonso, interrumpi¨® aquella noche pr¨®xima al sorteo su ceremonioso ensayo. Se volvi¨® hacia el tutor y le dijo: "?Yo voy a cantar el gordo, lo noto aqu¨ª dentro!", y se?alaba su coraz¨®n. Pero Luis Miguel no, sab¨ªa el n¨²mero, ni siquiera su terminaci¨®n. Estas cosas suelen suceder. Por eso el maestro le tranquiliz¨® y pidi¨® a los otros 10 ni?os cantores que prosiguieran su trabajo. Pati?o insist¨ªa: "S¨ª, se?or, estar¨¦ tranquilo; pero, cr¨¦ame, noto que el gordo lo doy yo este a?o".
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