La cara oculta de un pintor
Raramente en la obra de un pintor un solo cuadro ha significado tanto, frente al futuro de su trabajo, como el titulado Paisaje catal¨¢n, realizado por Joan Mir¨® en el transcurso de los a?os 1923 y 1924. He aqu¨ª una obra clave del arte de nuestra ¨¦poca, que parece reunir a un tiempo pasado y futuro, resumiendo con s¨²bita y sint¨¦tica limpieza un trabajo anterior, todav¨ªa sometido al condicionamiento de la mirada objetiva, planteando adem¨¢s, con ins¨®lita capacidad prof¨¦tica, el futuro desarrollo de una obra tan extraordinaria como f¨¦rtil.Dos pinturas, Tierra labrada, de 1923, y especialmente El carnaval del arlequ¨ªn, de 1924-1925 -concebida esta ¨²ltima como una verdadera apoteosis formal-, podr¨ªan parecer m¨¢s estrechamente vinculadas con otro cuadro extraordinario,La mas¨ªa, realizado en 1921-1922. El an¨¢lisis de los ingredientes que componen estas pinturas, que se imbrican cronol¨®gicamente, provoca irremediablemente la fascinada detenci¨®n, no solamente debido a la complejidad laber¨ªntica de estos jardines de las delicias contempor¨¢neos y el acertijo sem¨¢ntico que entra?an, sino tambi¨¦n, y especialmente, por el hilado cambio formal operado en tan breve per¨ªodo.
Todos los signos tel¨²ricos presentes en La mas¨ªa, identificables con un lugar mediterr¨¢neo bien preciso y fijados en el tiempo en r¨ªgido ordenamiento y cristalina desecaci¨®n, quedan repentinamente traspuestos, bajo semejante y minuciosa elaboraci¨®n, en un f¨¦rtil y fluctuante terreno alejado de la representaci¨®n objetiva, en donde la multiplicaci¨®n de los focos de inter¨¦s y su propia concepci¨®n plana, decididamente no ilusionista, plantean una ruptura con los conceptos compositivos tradicionales.
Una zona in¨¦dita del arte contempor¨¢neo, en parte desvelada por Kandinsky entre 1911 y 1915, queda as¨ª afirmada, bajo planteamientos in¨¦ditos, en una metamorfosis extraordinaria de las formas, en donde la permanencia de la realidad se establece atrav¨¦s del vuelco de la raz¨®n.
Poder de s¨ªntesis
Mediante un extraordinario poder de s¨ªntesis, fertilizada por una poderosa pulsi¨®n subterr¨¢nea, aparece trastocado, en ins¨®lita c¨¢mara de resonancia, el eco, de una realidad espec¨ªfica que se desgaja, se disloca y reorganiza bajo la ¨¦gida del recuento irracional, en el que se transparenta ya con evidencia la necesidad deformatoria, el drama encubierto, el humor y la sexualidad, que estar¨¢n presentes en toda su obra posterior.
De repente, sin otros indicios, aparece ya formulado un concepto abierto de la pintura basado en la fragmentaci¨®n del conjunto, en el juego de tensiones circulando por todo el ¨¢mbito del cuadro, en la confusi¨®n voluntaria de las especies pl¨¢sticas.
Esa tranquila y minuciosa locura est¨¢ presente en el incre¨ªble. Paisaje catal¨¢n con mayor pureza pl¨¢stica a¨²n que en Tierra labrada y que en El carnaval del arlequ¨ªn, ofreci¨¦ndosenos esta ¨²ltima, desde esta perspectiva, como un frenazo frente a la audacia desmedida de la primera, situada entre ambas, y ciertamente como un verdadero crisol en el que se fragua y precisa un repertorio de im¨¢genes y un vocabulario pl¨¢stico que se prolongar¨ª¨¢n a lo largo de toda una vida.
En la obra de Mir¨® predominar¨¢ el juego preciso de las formas, cada vez m¨¢s definidas, extendidas sobre los espacios animados. Las pinturas con fondos predominantemente azules de 1925 ser¨¢n la culminaci¨®n de la ausencia; las Constelaciones, de 1941, la culminaci¨®n de la proliferaci¨®n invasora.
En 1928 aparece la tentaci¨®n de incluir el despliegue de formas flotantes en espacios bien definidos, pintando Mir¨®, adem¨¢s de los extraordinarios Interiores holandeses, en los que se manifiesta, de forma tambi¨¦n precursora, una actitud de recuperaci¨®n y transmutaci¨®n de una imagen del pasado; la prolongada serie de Playas, surcadas por seres fantasmag¨®ricos, en cuyo escenario se desarrolla el cap¨ªtulo m¨¢s extremo de su teatro de la crueldad.
Cambio conceptual
Al margen de este mundo flotante y plano, otras llamaradas crueles salpicar¨¢n una trayectoria tan consecuente como fruct¨ªfera: poderosas figuraciones de salvajes y sint¨¦ticas reducciones del ser humano -entre las cuales descuella la fant¨¢stica serie de pinturas al pastel realizadas durante la contienda civil- afirmar¨¢n su presencia, como indic¨¢ndonos, en su aislamiento desmesurado y preciso, la necesidad del saqueo de la historia y la domesticaci¨®n de la rabia.
A partir de 1953 se establece un cambio conceptual, como si a trav¨¦s de un acercamiento focal tratase el artista de penetrar en la pulcritud diseminada para ofrecemos la esencia de sus estructuras.
El contorno negro, tomando a veces aspectos verdaderamente caligr¨¢ficos, predominar¨¢ sobre la ingenier¨ªa, y a pesar de ello -y de la destrucci¨®n operada por la gestualidad, la simplificaci¨®n y la metamorfosis- perdurar¨¢n los signos de una realidad nunca abandonada, siempre dependiente de un inventivo sistema de trastrueque iniciado en sus obras lejanas.
Mir¨®, para muchos, ser¨¢, para siempre, el artista feliz que supo poblar los espacios con formas in¨¦ditas sin gravidez, utilizando el arco iris como paleta y la belleza placentera como objetivo. Reflejar¨¢, frente a la historia, la imagen ins¨®lita del pintor que supo preservar la inocencia y el impulso auroral, incluso la estereotipia del pintor l¨²dico por excelencia. En realidad, todo esto, aun siendo en parte cierto, no explica por entero una obra enigm¨¢tica y compleja, ocultada por su propio resplandor.
Queda la cara oscura del astro que conserva su secreto, la m¨¢scara perenne que disimula la convulsi¨®n y la duda, el arte de birlibirloque de quien grita callando. La trampa del color suaviza la convulsi¨®n demasiada de las formas; la ligereza y la rutilante virginidad de las apariencias encubren la meditativa actitud y la lenta desaz¨®n de un sentido silencio.
Juego del escondite
Tanta frescura y franqueza ocultan en realidad las sorprendentes dimensiones del instinto como las razones. de lo monstruoso. Incluso el erotismo y el humor se pervierten bajo el disfraz, obedeciendo en, realidad, tras su velo placentero, a la persistencia de la mirada cruel y a una angustia p¨²dica y refinada. En el terreno puramente pl¨¢stico, esta dualidad encubierta, cuyo peso espec¨ªfico se equilibra en la balanza, aparece reflejada al observar el sometimiento de los elementos aparentemente caprichosos al orden riguroso de las constelaciones.
He aqu¨ª, a nuestro entender, la cara oculta de Mir¨®, el juego del escondite, ya presente en la hermosa pintura de 1923, y que, perdurando en el tiempo bajo aspectos luminosos, celestes y mar¨ªtimos a un tiempo, nos ofrece el mantenimiento de una carga dram¨¢tica y emocional a trav¨¦s de un lenguaje subjetivo de sint¨¦tica claridad, de contenida y potente grafolog¨ªa. Su entroncamiento en las fuentes del arte y de los mitos, la salvaguardia de lo instintivo que aflora sobre el pozo cultural, no deben hacernos olvidar que tras la pantalla coloreada existe un hombre esencialmente angustiado, que fue, adem¨¢s, part¨ªcipe activo en momentos fundamentales de nuestra ¨¦poca. Como consecuencia de tan dif¨ªcil ecuaci¨®n, por tan pocos artistas resuelta, contemplamos hoy, a trav¨¦s de su obra, el cierre vertiginoso de la cortina del tiempo, aquel que nos lleva directamente a la modemidad, guardando a un tiempo, el misterio de la lejan¨ªa.
Como previni¨¦ndonos, el propio artista, en una hermosa entrevista, nos advert¨ªa sobre su condici¨®n natural tr¨¢gica y tacituma, afirmando tambi¨¦n que el humor presente en su piltura, nunca buscado conscientemente, proven¨ªa quiz¨¢ del deseo de escapar al aspecto tr¨¢gico de su temperamento.
En el d¨ªa en que perdemos a Joan Mir¨®, no podemos por menos que recordar, unido a su amistad y generosidad, este aspecto de su obra, encubierto bajo a belleza esplendorosa de su luz.
Antonio Saura es pintor.
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