La mirada obscena
Pudiendo ser una m¨¢s entre las muchas pel¨ªculas con prop¨®sitos redentoristas, Bajo el fuego logra trascender su destino para ser una muy honesta reflexi¨®n sobre la mirada y el punto de vista. Nadie mira impunemente. ?sa es la tesis que el filme desarrolla a partir de un protagonismo del mundo period¨ªstico. Lenta, calmosamente, Roger Spottiswoode va implicando al espectador, record¨¢ndole su papel de voyeur a base de compararlo a los periodistas. Como ellos, participa de la ficci¨®n vicariamente; como ellos, cree poder juzgar imparcialmente, sin ensuciarse las manos; como ellos, acaba encontr¨¢ndose en medio de un torbellino que no controla, decant¨¢ndose por unos en contra de otros.En un momento dado del filme, cuando el terceto de periodistas protagonista se halla instalado en Nicaragua para asistir, como corresponsales de guerra, al fin de Somoza, se hace evidente que es imposible continuar escud¨¢ndose en la neutralidad del objetivo fotogr¨¢fico. La realidad se venga, no admite la obscenidad de una mirada que se desentienda de lo que ve, y se cobra sus v¨ªctimas. El propio Gene Hackinan, mientras es encuadrado por su colega Nick Nolte, ser¨¢ asesinado por la guardia nacional y su cuerpo, derrumb¨¢ndose bajo el impacto de las balas, se transformar¨¢ en escandalosa acusaci¨®n contra el r¨¦gimen de Somoza.
Bajo el fuego
Director: Roger Spottiswoode. Int¨¦rpretes: Nick Nolte, Gene Hackman, Joanna Cassidy, Jean-Louis Trintignant. Gui¨®n: Ron Shelton, Clayton Frohman. Fotograf¨ªa: John A leott. M¨²sica: Jerry Goldsmith.Estreno: Roxy A, Windsor B.
Y la pel¨ªcula podr¨ªa quedarse aqu¨ª, como tambi¨¦n se habr¨ªa podido conformar con la aventura de Nolte resucitando a Rafael, el guerrillero m¨ªtico del que hace falta una imagen en vida para alimentar su leyenda de invencible. Bajo el fuego no se limita a esas dos opciones, sino que tiene tambi¨¦n el coraje y la honradez de abandonar el punto de vista colonizador de no jugar el tradicional juego americano seg¨²n el cual un solo marine vale m¨¢s que 1.000 vietnamitas, o un periodista de Nueva York, muerto en acto de servicio, es mucho m¨¢s cad¨¢ver que un mont¨®n de sandinistas a los que se incinera. Tampoco se trata, ni se pretende, de hacer una apolog¨ªa de la revoluci¨®n nicarag¨¹ense; a fin de cuentas, por mucha simpat¨ªa que despierte su causa, los periodistas volver¨¢n a su mundo, nunca llegar¨¢n a conocer plenamente la realidad sobre la que trabajan, porque no es la suya.
Roger Spottiswoode ha sabido dejar que la pel¨ªcula se tomara su tiempo, que fuera evolucionando la historia, que ¨¦sta siguiera el mismo proceso de cambio que afecta a sus h¨¦roes.
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