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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ?POCA
Tribuna
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Un plan de reorganizaci¨®n de la OTAN

L¨ªbano y la sucesi¨®n en la Uni¨®n Sovi¨¦tica han sido causa de preocupaci¨®n en las ¨²ltimas semanas, pero la Alianza Atl¨¢ntica debe seguir siendo el eje central de la pol¨ªtica exterior norteamericana. De su unidad depende la seguridad de los pueblos libres. De su cohesi¨®n depender¨¢ cualquier esperanza que los nuevos dirigentes sovi¨¦ticos ofrezcan para un nuevo di¨¢logo. Desgraciadamente, al igual que las tormentas se repiten una y otra vez en la naturaleza, las crisis surgen de cuando en cuando en la Alianza Atl¨¢ntica. Pr¨¢cticamente, toda una generaci¨®n de Gobiernos norteamericanos se ha vista implicada en alguna crisis. Sin embargo, las actuales pol¨¦micas en el seno de la OTAN no tienen precedente y resultan desestabilizadoras.En Alemania Occidental, Escandinavia, Holanda e incluso en el Reino Unido (aunque en menor grado), los movimientos pacifistas han estado arrastrando a sus Gobiernos hacia su pol¨ªtica, a pesar de que estos Gobiernos no est¨¢n de acuerdo con sus premisas. Adem¨¢s, los principales partidos de la oposici¨®n en Alemania Occidental y Reino Unido, que, por la naturaleza de la democracia, pueden l¨®gicamente estar en el poder dentro de cierto tiempo, defienden una pol¨ªtica que supone el desarme nuclear unilateral de sus pa¨ªses. Estos grupos tienen influencia sobre sectores clave de la opini¨®n p¨²blica, por lo que demasiados dirigentes europeos, incluso algunos conservadores, han cedido a la tentaci¨®n de demostrar sus intenciones pac¨ªficas de un modo f¨¢cil, fingiendo estar conteniendo, por medio de sus servicios, a una Norteam¨¦rica belicosa e insensible. En consecuencia, se da entre los responsables de conformar las actitudes p¨²blicas, y consecuentemente responsables de marcar los l¨ªmites de lo pol¨ªticamente posible, un menor acuerdo intelectual o filos¨®fico que en ning¨²n otro per¨ªodo anterior. Esto crea una situaci¨®n tremendamente peligrosa. Una Alianza no puede vivir ¨²nicamente de armas. Su mantenimiento exige un acuerdo b¨¢sico de objetivos pol¨ªticos que justifiquen y den direcci¨®n a la defensa com¨²n. Si los acuerdos militares son su ¨²nico nexo, la Alianza se estancar¨¢ antes o despu¨¦s. Ser¨¢, sin duda, incapaz de aprovecharse de las oportunidades diplom¨¢ticas para reducir las tensiones. ?se es tema central que la Alianza Atl¨¢ntica tiene hoy ante s¨ª. Exige una soluci¨®n que sea fundamental, incluso radical, en el sentido literal de ir a la ra¨ªz. Cuatro problemas en particular est¨¢n debilitando la Alianza:

1. Falta de una estrategia com¨²n cre¨ªbIe. Las diferencias entre la estrategia formal de la OTAN y lo que el p¨²blico est¨¢ dispuesto a apoyar han aumentado peligrosamente. La denominada respuesta flexible dise?ada en los sesenta sigue siendo la doctrina oficial de la OTAN. Cuenta, con una defensa de Europa que comienza con armamento convencional para ir escalando pelda?os en la escalada nuclear, hasta alcanzar el nivel que sea necesario para detener la agresi¨®n sovi¨¦tica. En las circunstancias actuales, esta doctrina tiene un punto d¨¦bil fatal: ni las fuerzas de tierra convencionales de la OTAN existentes ni las proyectadas son suficientes para repeler un ataque sovi¨¦tico convencional de importancia. Consecuentemente, la doctrina exigir¨ªa una. respuesta nuclear en una etapa temprana. Pero la paridad nuclear estrat¨¦gica quita gran parte de su credibilidad a la amenaza de una guerra nuclear estrat¨¦gica; no se puede presentar el suicidio mutuo como opci¨®n racional. Y, por ahora, no se ha desarrollado ninguna estrategia nuclear alternativa. Debido, en parte, a esto, la opini¨®n p¨²blica, que no encuentra oposici¨®n por parte de la mayor¨ªa de Gobiernos de la OTAN, se est¨¢ movilizando poderosamente contra cualquier dependencia de armamento nuclear, incluso t¨¢ctico.

La Alianza se encuentra, consecuentemente, atrapada en una combinaci¨®n precaria de a) n¨²mero insuficiente de fuerzas convencionales, que lleva a b) una dependencia de las armas nucleares en c) un entorno estrat¨¦gico que va debilitando m¨¢s y m¨¢s la amenaza de su uso y, consecuentemente, su valor como disuasivo, y d) un clima p¨²blico de creciente pacifismo nuclear que socava la poca credibilidad que le queda. La falta de una pol¨ªtica de defensa coherente deja a la Alianza, que posee un enorme arsenal de armas tremendamente destructivas, psicol¨®gicamente desarmada.

2. Las armas de alcance intermedio y el control de armamentos. La llegada de las nuevas armas de alcance intermedio norteamericanas a Europa, a finales del a?o pasado, fue aclamada, con toda raz¨®n, como un ¨¦xito importante. Si las manifestaciones populares y la presi¨®n sovi¨¦tica hubieran conseguido bloquear su instalaci¨®n, la Uni¨®n Sovi¨¦tica hubiera conseguido de hecho un veto sobre las disposiciones militares de la OTAN. Pero a menos que la Alianza clarifique el objetivo de estos misiles, el ¨¦xito ser¨¢ transitorio, ya que la actitud b¨¢sica europea hacia los misiles es la de un anfitri¨®n hacia un invitado ya no deseado al que ser¨ªa una torpeza retirarle a estas alturas la invitaci¨®n a la cena. Algunas destacadas personalidades europeas creen ver en la presencia de los misiles un objetivo oculto norteamericano de confinar la guerra nuclear a Europa. Otros los consideran una de esas extra?as aberraciones norteamericanas que peri¨®dicamente alteran el equilibrio de la Alianza. Muy pocos reconocen, y a¨²n menos est¨¢n dispuestos a admitir, que, en realidad, los misiles son el nexo de uni¨®n entre la defensa nuclear estrat¨¦gica de Europa y de Estados Unidos. Las armas capaces de alcanzar el territorio sovi¨¦tico comprometen a la naci¨®n norteamericana a la defensa de Europa; no permiten que Estados Unidos quede inmune.

La ambivalencia europea hace tremendamente dif¨ªcil definir el progreso en el control de armamentos, al tiempo que la actitud pr¨¢cticamente desesperada con la que se buscan los avances en este tema hace que su consecuci¨®n sea menos probable. Los sovi¨¦ticos se han negado incluso a discutir cualquier propuesta para equilibrar los misiles norteamericanos de alcance intermedio en Europa con el arsenal sovi¨¦tico de nivel inferior. Insisten en una total retirada de los misiles norteamericanos, pero manteniendo buen n¨²mero de los suyos. El objetivo de dejar a Europa vulnerable al chantaje nuclear sovi¨¦tico es obvio. Y a pesar de todo, sectores significativos de la opini¨®n europea siguen culpando a Estados Unidos por el punto muerto en las conversaciones. Tanto en Europa como en Estados Unidos tal actitud debe, con el tiempo, mermar el apoyo p¨²blico necesario no s¨®lo para el despliegue de los misiles, sino tambi¨¦n para un control de armamento coherente.

3. Las relaciones Este-Oeste. Tras las profundas diferencias en estrategia de defensa y control de armamento, subyace una disputa paralela sobre la posici¨®n de la Alianza respecto a la Uni¨®n Sovi¨¦tica- Demasiados europeos aceptan la caricatura de un Estados Unidos dirigido por vaqueros de dedo f¨¢cil cuya beligerancia ha provocado la intransigencia de los sovi¨¦ticos. Muchos norteamericanos, por otro lado, consideran ingenuas estas ideas europeas y creen que, junto con las manifestaciones pacifistas y neutrales, reflejan cierta tendencia a la pacificaci¨®n que anima a los sovi¨¦ticos a mostrarse intransigentes.

4. Las relaciones con el Tercer Mundo. La mayor parte de los dirigentes europeos creen que tienen una oportunidad especial para establecer relaciones de preferencia con los pa¨ªses del Tercer Mundo. En los puntos calientes de Oriente Pr¨®ximo, ?frica y Am¨¦rica Central ven la pol¨ªtica de Estados Unidos como totalmente impregnada de una obsesi¨®n con las ambiciones de los sovi¨¦ticos; algunos esperan ganar favor con el Tercer Mundo mediante una disociaci¨®n clara de Estados Unidos. Son muchos los norteamericanos que consideran tal comportamiento como un billete pagado con los sacrificios de Estados Unidos o como una incitaci¨®n positiva al radicalismo en el Tercer Mundo. Tales diferencias ser¨ªan saludables si llevaran a una pol¨ªtica compatible y constructiva para los a?os ochenta y noventa. Pero, por ahora, no es as¨ª. Las recriminaciones mutuas han dado oportunidades para la guerra pol¨ªtica de los sovi¨¦ticos, incluso durante el per¨ªodo de estancamiento de la direcci¨®n del Kremlin. El Politbur¨® est¨¢ sin duda convencido de que el Oeste est¨¢ tan paralizado en lo que respecta al armamento nuclear que no hay prisa alguna en controlarlo; los sovi¨¦ticos pueden sencillamente esperar un tiempo a recoger los frutos de los temores de Occidente. En contraste, puede que Mosc¨² se muestre preocupado por las medidas de la OTAN para acortar las diferencias existentes en fuerzas convencionales; de aqu¨ª su disposici¨®n a reanudar las conversaciones, que llevan 10 a?os agonizantes, so-

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bre la limitaci¨®n del armamento convencional. ?Refleja esto un aut¨¦ntico inter¨¦s por el control de armamento, o es una forma de impedir el urgentemente necesario reforzamiento de las fuerzas convencionales de Occidente creando las mismas condiciones por las que la opini¨®n p¨²blica se moviliz¨® por la cuesti¨®n de los misiles? ?Y qu¨¦ hay que pensar de los respetuosos ruegos de los principales pa¨ªses de la OTAN para la reanudaci¨®n de un di¨¢logo que los sovi¨¦ticos han interrumpido? ?O del alto rango de las principales delegaciones europeas, a excepci¨®n de la francesa, a los funerales, de Andropov, en comparaci¨®n con los de Breznev de hace 15 meses, sobre todo despu¨¦s de que el Gobierno de Andropov se viera marcado por el flagrante intento de influir en las elecciones alemanas, la retirada de las conversaciones de control de armamento y el derribo del avi¨®n surcoreano, por no citar los 15 a?os de Andropov al frente del KGB?

?Ver¨¢n los sovi¨¦ticos las peticiones occidentales de di¨¢logo como una manifestaci¨®n de buena voluntad, o van a sacar como conclusi¨®n de la necesidad de demostrar buenas intenciones tras meses de hostigamiento, que la intransigencia da buenos resultados porque Occidente tiene los nervios delicados?

?No vamos a conseguir relajar las tensiones porque los sovi¨¦ticos piensen que la situaci¨®n ambiental puede reemplazar cualquier negociaci¨®n sobre las verdaderas causas que dividen al mundo? Europa no est¨¢ moderando a Estados Unidos, y Estados Unidos no le est¨¢ apretando los clavos a Europa, tal como se puede pensar popularmente en cada uno de los bandos. Lo m¨¢s probable es que cada uno est¨¦ en peligro de paralizar y desmoralizar al otro. La falta de unidad en Occidente es quiz¨¢ el obst¨¢culo principal al progreso de las negociaciones Este-Oeste.

Tal estado de cosas tiene causas m¨¢s profundas que la pol¨ªtica particular de cada bando. La actual estructura de la OTAN sencillamente no funciona; no logra ni definir la amenaza ni encontrar los m¨¦todos para hacerle frente. La situaci¨®n actual est¨¢ desequilibrada. Cuando un pa¨ªs domina la Alianza en todos los temas principales, cuando ese pa¨ªs elige las armas y decide su despliegue, dirige las negociaciones sobre control de armamento, marca la pauta en las relaciones Este-Oeste y crea el marco de relaciones con el Tercer Mundo, no hay mucho incentivo para hacer un serio esfuerzo com¨²n por redefinir las necesidades de seguridad o coordinar la pol¨ªtica exterior. Tales esfuerzos conjuntos suponen sacrificios y tienen costes pol¨ªticos. No es muy probable que los dirigentes hagan sacrificios ni que paguen los costes si no se sienten responsables de los resultados.

Un desequilibrio como el actualmente existente no puede corregirse simplemente mediante consultas, por muy meticulosas que ¨¦stas sean. A la larga, las consultas dan s¨®lo resultado cuando los consultados tienen capacidad de actuar con independencia. En ese caso, cada lado trata al otro con seriedad; cada lado sabe que tiene que ganarse el consentimiento del otro. De otra forma, las consultas se convierten en sesiones informativas. Y un acuerdo refleja no convicci¨®n sino conformidad por falta de otra alternativa.

El desequilibrio actual no es nuevo. Existe desde la segunda guerra mundial. Pero la dependencia militar de otro pa¨ªs tiene un efecto acumulativo. Cuando la dependencia no es ya el resultado de la destrucci¨®n causada por la guerra sino de una elecci¨®n pol¨ªtica, hecha en condiciones de relativa prosperidad, puede engendrar un sentido de culpabilidad, de odio a s¨ª mismo y un fuerte deseo de mostrar independencia de Estados Unidos siempre que hacerlo resulte seguro, especialmente en algunas cuestiones del Tercer Mundo y en ciertos aspectos de las relaciones Este-Oeste.

El problema se ha agudizado a¨²n m¨¢s porque la generaci¨®n de dirigentes que crearon la OTAN ha desaparecido virtualmente. Quienes gobernaban Europa durante los primeros a?os de posguerra estaban todav¨ªa psicol¨®gicamente en una ¨¦poca en que Europa dominaba el mundo. Para ellos pensar en t¨¦rminos globales era algo natural. Los dirigentes europeos asum¨ªan la responsabilidad de su propia pol¨ªtica de seguridad y la ced¨ªan de mala gana en circunstancias especiales. Pero han pasado casi 40 a?os desde el final de la segunda guerra mundial. Los nuevos dirigentes se formaron en una era en la que Estados Unidos era preeminente; les resulta pol¨ªticamente conveniente delegar en nosotros la defensa militar de Europa. Son muchos, demasiados, los que intentan situarse entre las superpotencias, primer paso para la neutralidad psicol¨®gica. De ah¨ª la esquizofrenia de Europa: el temor de que quiz¨¢ Estados Unidos no est¨¦ dispuesto a arriesgar su propia poblaci¨®n por una defensa nuclear de Europa, junto con la preocupaci¨®n de que Estados Unidos arrastre a Europa a un conflicto no deseado por su torpe tratamiento de las cuestiones del Tercer Mundo o de las relaciones Este-Oeste.

La prisa por condenar nuestras acciones en Granada por parte de muchos de nuestros aliados europeos constituye un ejemplo. ?Qu¨¦ podr¨ªan estar pensando sus dirigentes? Teniendo en cuenta, sobre todo en el caso del Reino Unido, una total falta de consultas, no pod¨ªan desear que fracas¨¢ramos. Eso hubiera afectado sin duda nuestra disposici¨®n a correr riesgos en defensa de otras ¨¢reas, incluyendo, en ¨²ltimo caso, a Europa. Por el contrario, debieron pensar que sus acciones eran irrelevantes y que no supon¨ªan coste alguno: que no nos disuadir¨ªan, que no impodr¨ªamos castigo alguno y que, consecuentemente, pod¨ªan, con seguridad, utilizar el incidente para apuntarse tantos con los progresistas de sus pa¨ªses y con los radicales del Tercer Mundo.

El cambio en la naturaleza de los dirigentes europeos ha sido paralelo al de Estados Unidos. Nuestras nuevas elites no rechazan a la OTAN m¨¢s de lo que lo hacen sus colegas europeos. Pero, para ellos, tambi¨¦n la Alianza es m¨¢s una necesidad pr¨¢ctica que emocional; m¨¢s un acuerdo militar que un conjunto de objetivos pol¨ªticos comunes.

A ambos lados del Atl¨¢ntico nos encontramos amenazados por el dominio de la pol¨ªtica nacional sobre la estrategia pol¨ªtica global. En Europa esto conduce, en demasiados pa¨ªses, a una neutralidad d¨¦bilmente disfrazada. En Estados Unidos acelera nuestra ya fuerte tendencia hacia el unilateralismo y el aislacionismo.

Los dirigentes norteamericanos han ajustado, en demasiadas ocasiones, su pol¨ªtica exterior a las presiones pol¨ªticas, a las peleas burocr¨¢ticas interiores o a las cambiantes modas intelectuales. La historia de la actitud norteamericana respecto a los misiles de alcance intermedio en Europa es un ejemplo. Se les propuso a los europeos en 19571958; se instalaron en el Reino Unido, Italia y Turqu¨ªa en 1960 y se retiraron en 1963. Volvieron a ecer posteriormente, en formando parte de la fuerza multilateral de la OTAN, y se volvieron a abandonar en 1965. Se le volvi¨® a proponer a la OTAN por tercera vez en 1978 y se volvieron a aceptar en 1979. No es sorprendente, pues, que los europeos que se est¨¢n organizando para detener el despliegue actual lo hagan animados por el conocimiento de que las anteriores decisiones norteamericanas no han sido inmutalbes.

De manera similar, nuestros aliados han tenido que acomodarse de la apasionada defensa por parte de Estados Unidos de las SALT II a su rechazo, y, posteriormente, al hecho de que hemos tenido que cumplir un tratado que nos negamos a ratificar; de una doctrina estrat¨¦gica de represalia masiva a otra de respuesta flexible; de una pol¨ªtica de distensi¨®n a otra de confrontaci¨®n, y, m¨¢s tarde, de vuelta a la conciliaci¨®n, por no mencionar los cambios en nuestra pol¨ªtica sobre Oriente Pr¨®ximo. Y todo ello adem¨¢s de los reajustes que se producen con los cambios de gobierno. Todo cambio de direcci¨®n deja v¨ªctimas entre los dirigentes europeos que han comprometido su situaci¨®n nacional con una pol¨ªtica que Estados Unidos abandona posteriormente. Cada bandazo anima una especie de neutralismo, pues los europeos intentan evitar quedar presos en los repentinos vaivenes de la pol¨ªtica norteamericana.

La continuaci¨®n de las tendencias actuales tiene por fuerza que conducir a la desmoralizaci¨®n de la Alianza occidental. Hace falta una acci¨®n de Estado expl¨ªcita para dar un nuevo significado a la unidad occidental y una nueva vitalidad a la OTAN. En mi opini¨®n, tal esfuerzo debe tener tres componentes: a) un papel m¨¢s importante de Europa en la OTAN; b) una reforma de la organizaci¨®n de la OTAN, y c) una revaluaci¨®n de los actuales efectivos de fuerzas de la OTAN.

Un nuevo papel para Europa

Durante la totalidad del per¨ªodo de posguerra, un axioma de la pol¨ªtica norteamericana ha sido que, a pesar del malestar temporal que podr¨ªa producimos, una Europa fuerte y unida era un componente esencial de la Alianza Atl¨¢ntica. Hemos aplicado ese principio con dedicaci¨®n e imaginaci¨®n, en lo que pod¨ªa depender de nosotros,en todos los aspectos a excepci¨®n del de seguridad. Con respecto a la defensa, Estados Unidos se ha mostrado, en el mejor de los casos, y al menos desde el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa, indiferente a cualquier forma de europeizaci¨®n. Muchos norteamericanos parec¨ªan temer que una Europa militarmente unificada podr¨ªa poner menos ¨¦nfasis en las relaciones transatl¨¢nticas o podr¨ªa chapucear sus esfuerzos de defensa, debilitando de esta forma la seguridad com¨²n. En realidad es todo lo contrario. En el campo econ¨®mico, la integraci¨®n ten¨ªa que llevar a la competici¨®n entre ambos lados del Atl¨¢ntico, e incluso a cierta discriminaci¨®n. Lo que define un mercado com¨²n, al fin y al cabo, es que sus barreras exteriores son m¨¢s altas que las interiores.

En el campo de la defensa, en contraste, un aumento de la responsabilidad y unidad de Europa fomentar¨ªa una cooperaci¨®n m¨¢s estrecha con Estados Unidos. Una Europa que analiza sus necesidades de seguridad de una manera responsable tendr¨ªa por fuerza que considerar esencial su asociaci¨®n con Estados Unidos. Una mayor unidad en la defensa contribuir¨ªa, asimismo, a superar la pesadilla log¨ªstica causada por el intento de cada naci¨®n europea de extender sus ya insuficientes esfuerzos de defensa a lo largo de toda la gama de armamento. Por ejemplo, hay por lo menos cinco tipos diferentes de tanques en la OTAN, diferentes tipos de artiller¨ªa y diferentes normas para calcular el ¨ªndice de consumo de munici¨®n. En un conflicto importante ser¨ªa casi imposible mantener abastecida a esta mezcolanza de fuerzas.

He aqu¨ª, pues, la paradoja: la vitalidad de la Alianza Atl¨¢ntica exige que Europa desarrolle una mayor identidad y coherencia en el campo de la defensa. No me refiero al tradicional reparto de las cargas, a que paguen m¨¢s por los esfuerzos actuales. Pienso en algo m¨¢s estructural, un equilibrio m¨¢s racional de las responsabilidades. El presente reparto de responsabilidades no consigue que los aliados reflexionen de manera natural sobre sus objetivos de seguridad o sobre sus objetivos pol¨ªticos. Todos han tenido miedo en llevar la iniciativa para el cambio de la situaci¨®n actual, por temor a echar abajo toda la empresa. Pero como la falta de rumbo debe sin duda conducir a su derrumbamiento, si bien de una manera m¨¢s imperceptible, las razones de Estado exigen un nuevo enfoque.

Reforma estructural

La reforma estructural no puede reemplazar a un sentido de prop¨®sito y a una doctrina clara. Pero, si se lleva con cuidado y tacto, puede servir para catalizar el desarrollo de unos objetivos pol¨ªticos compartidos. Estos objetivos comunes exigen que los juicios europeos sobre seguri-

Contin¨²a en la p¨¢gina 13Viene de la p¨¢gina 12

dad, relaciones Este-Oeste y otras cuestiones surjan del propio an¨¢lisis europeo. La simple aceptaci¨®n de las decisiones norteamericanas, de sus informaciones y presiones, dan una fachada de unidad; unos objetivos compartidos exigen un mayor sentido de participaci¨®n. Para ser m¨¢s espec¨ªfico:

1. En 1990, Europa deber¨ªa asumir la responsabilidad principal de la defensa terrestre convencional. Tal tarea est¨¢ dentro de las posibilidades de un grupo de pa¨ªses con m¨¢s del 150% de la poblaci¨®n y el doble del PNB de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Adem¨¢s, los sovi¨¦ticos tienen que dividir sus fuerzas en por lo menos dos frentes.

2. Esto exige que la planificaci¨®n de la defensa de Europa sea una misi¨®n expl¨ªcitamente europea. Hasta ahora, el comandante jefe del Mando Supremo Aliado para Europa ha sido un norteamericano. En la nueva organizaci¨®n, ese puesto tradicionalmente norteamericano deber¨ªa ocuparlo un oficial europeo, probablemente con un ayudante norteamericano. Tal cambio dar¨¢ tambi¨¦n probablemente una nueva perspectiva a la planificaci¨®n estrat¨¦gica de la Alianza. Estados Unidos ha obtenido sus ¨¦xitos, por lo general, gracias al peso del material que nuestro inmenso potencial industrial ha puesto en nuestras manos. Ello ha tendido a tentar a nuestros dirigentes militares a igualar estrategia con log¨ªstica. Los pa¨ªses europeos no han tenido casi nunca tal superioridad de material; por el contrario, han tenido que confiar en una mejor direcci¨®n y formaci¨®n, en la iniciativa y en las t¨¢cticas; precisamente lo que necesita la OTAN en una ¨¦poca de paridad nuclear y de nuevo ¨¦nfasis en la defensa convencional.

3. Desde el inicio de la OTAN, el secretario general, responsable (le dirigir la maquinaria pol¨ªtica de la Alianza, ha sido europeo. En la nueva estructura, con mayor ¨¦nfasis en la coordinaci¨®n pol¨ªtica, tendr¨ªa m¨¢s sentido que este cargo lo desempe?ase un norteamericano, claro est¨¢, cuando el nuevo secretario general, lord Carrington, decida retirarse. Entretanto, no hay ning¨²n otro dirigente occidental mejor cualificado para guiar la transici¨®n de la OTAN que el prudente y precavido Carrington.

4. Europa deber¨ªa encargarse de las negociaciones sobre control de armamento que hagan referencia a las armas instaladas en suelo europeo. Hasta ahora, las negociaciones INF con los sovi¨¦ticos. (sobre misiles de alcance medio) y las negociaciones MBFR (sobre fuerzas convencionales) han sido llevadas por delegaciones norteamericanas. Habr¨ªa que europeizar tales negociaciones lo antes posible, con un presidente europeo, un vicepresidente norteamericano y una delegaci¨®n mixta, aunque predominantemente europea.

La estructura que propongo permitir¨ªa a los europeos hacer frente, par propia iniciativa y en su propio contexto, a cuestiones que se llevan evadiendo desde hace lo menos dos d¨¦cadas la definici¨®n exacta de una defensa convencional suficiente; la naturaleza del denominado umbral nuclear, el punto en el cual no hay otra alternativa que la derrota convencional o la escalada nuclear; la relaci¨®n entre la estrategia y el control de armamento. Ya que se supone que las armas nucleares se emplear¨ªan solamente en caso de que fallara la defensa convencional, Europa tendr¨ªa la responsabilidad de marcar el umbral nuclear por s¨ª misma; aliviar¨ªa sus temores nucleares por el sencillo expediente de aumentar sus defensas convencionales.

Del mismo modo, la direcci¨®n europea de las negociaciones MBFR e INF dejar¨ªa la responsabilidad final tanto para los niveles de fuerzas convencionales como para el despliegue de misiles de alcance medio en Europa con los dirigentes de los pa¨ªses que tendr¨¢n que soportar la carga, para bien o para mal, del resultado de estas negociaciones. Esto es especialmente importante con respecto a los misiles de alcance medio norteamericano en Europa. Su instalaci¨®n tiene sentido ¨²nicamente si los aliados creen de verdad que la posibilidad de un golpe nuclear de Europa contra territorio sovi¨¦tico servir¨¢ para disuadir a los sovi¨¦ticos de un ataque convencional o del chantaje nuclear. Si nuestros principales aliados no comparten tal creencia, la base psicol¨®gica del despliegue de los misiles se evaporar¨¢.

La presidencia europea de las conversacions INF obligar¨ªa a los dirigentes europeos a hacer frente a la cuesti¨®n de manera directa; sus oponentes nacionales no podr¨ªan argumentar, tal como hacen ahora, que el principal obst¨¢culo al control de armamento es la intransigencia de Estados Unidos.

En cuanto a Estados Unidos, participar¨ªa, naturalmente, en tales deliberaciones, desde una situaci¨®n menos dominante, a trav¨¦s de su participaci¨®n en el mando integrado, de su responsabilidad en la defensa nuclear y a trav¨¦s de sus fuerzas de tierra, mar y aire en Europa.

Un nuevo despliegue

La cuesti¨®n del nuevo despliegue de fuerzas norteamericanas les pone nervios¨ªsimos a los europeos. La menor sugerencia de un cambio en la situaci¨®n actual hiere su sensibilidad; evoca temores de una retirada norteamericana y la posibilidad de una neutralidad europea. Pero de continuar la tendencia actual, no hay duda de que ser¨¢ una de las cuestiones centrales de las relaciones entre los pa¨ªses de la Alianza. Hay que repasar ciertos hechos antes de tratar la cuesti¨®n en el contexto de un programa de reforma de la OTAN:

1. El actual despliegue en el seno de la OTAN de cinco divisiones norteamericanas con fuerzas de apoyo por mar y aire data de los a?os cincuenta, cuando la doctrina de la OTAN era la represalia masiva, reaccionar a la agresi¨®n con un golpe nuclear inmediato y apabullante contra territorio sovi¨¦tico.

La represalia masiva requer¨ªa, parad¨®jicamente, mantener el total de las fuerzas instaladas en el continente europeo por debajo del nivel exigido para una defensa convencional. La OTAN no quer¨ªa tentar una agresi¨®n convencional sovi¨¦tica haciendo nada que sugiriera que la respuesta occidental se limitar¨ªa a medios no nucleares. De aqu¨ª que el despliegue de fuerzas convencionales norteamericanas reflejara criterios pol¨ªticos, no militares: su intenci¨®n era no dejar ninguna otra alternativa que la respuesta nuclear y dejar bien claro a los sovi¨¦ticos que tales ser¨ªan las consecuencias incluso de una guerra no nuclear. Las fuerzas convencionales europeas representaban una decisi¨®n pol¨ªtica semejante: estaban concebidas como el detonante de nuestra respuesta nuclear. Desde el nacimiento de la OTAN, la plena defensa convencional no ha formado parte ni de su estrategia ni de sus es fuerzos de guerra.

2. Esta situaci¨®n result¨® an¨®mala cuando el crecimiento de las fuerzas estrat¨¦gicas sovi¨¦ticas priv¨® a una guerra nuclear general de gran parte de su credibilidad. No obstante, los efectivos de fuerzas convencionales d la OTAN no se han visto esencialmente afectados por el cambio. La OTAN ha mejorado su fuerzas convencionales pero no ha conseguido salvar las diferencias en ese terreno. Tal como dej¨® claro el actual comandante supremo de la OTAN hace poco, contando incluso las cinco divisiones norteamericanas que se han mantenido en Europa, la Alianza sigue sin estar preparada para resistir un fuerte ataque sovi¨¦tico por tierra durante unos cuantos d¨ªas. La ambivalencia europea se mantiene a¨²n en pie 35 a?os despu¨¦s de la creaci¨®n de la OTAN. Nuestros aliados siguen indecisos a crear unas fuerzas lo suficientemente fuertes como para resultar una alternativa a las armas nucleares, y, sin embargo, gran parte de su opini¨®n p¨²blica no quiere ni siquiera pensar en la disuasi¨®n nuclear.

3. Si tuvi¨¦ramos que volver a empezar de nuevo, no creo que repetir¨ªamos la decisi¨®n de los a?os cincuenta en las circunstancias actuales. Imaginemos que un grupo de hombres y mujeres sensatos de ambos lados del Atl¨¢ntico se reunieran para planear una estrategia global sin verse constre?idos por el pasado. Imaginemos que surgiera de la premisa de que, en ¨²ltima instancia, la defensa de Occidente es indivisible y que la seguridad europea hab¨ªa que contemplarla bajo el aspecto de la defensa de Occidente en Europa, tal como se?al¨® un inteligente observador franc¨¦s, Fran?ois de Rose. Este grupo llegar¨ªa sin duda a la conclusi¨®n de que la divisi¨®n m¨¢s sensata de responsabilidades supondr¨ªa que Europa, con una poblaci¨®n y unos recursos econ¨®micos muy superiores a los de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, se dedicara a la defensa convencional del continente europeo. Para mantener el equilibrio de poder global, tan esencial por definici¨®n para Europa como para Norteam¨¦rica, Estados Unidos pondr¨ªa ¨¦nfasis en unas fuerzas convencionales altamente m¨®viles capaces de apoyar a Europa y de contribuir a la defensa de, por ejemplo, Oriente Pr¨®ximo, Asia y el hemisferio occidental.

Esta divisi¨®n de responsabilidades permitir¨ªa tambi¨¦n a nuestros militares trasladar parte de sus energ¨ªas intelectuales e investigaci¨®n cient¨ªfica de una hipot¨¦tica guerra esot¨¦rica en un ¨¢rea en la que contamos con grandes aliados a la defensa de regiones en las que hay mayor probabilidad de conflicto. En estas regiones, nuestros aliados no suelen ver sus intereses directamente en peligro, y los pa¨ªses amenazados est¨¢n en una mala situaci¨®n como para contribuir al esfuerzo de defensa.

Incluso si empez¨¢ramos de nuevo, habr¨ªa una causa irrefutable para mantener un n¨²mero importante de fuerzas de tierra norteamericanas en Europa. Ser¨ªan esenciales para que nuestros aliados no se sintieran abandonados y para despejar cualquier malentendido por parte de los sovi¨¦ticos de que la defensa de Europa no supone ya un inter¨¦s norteamericano vital. En un nue-

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vo reparto de responsabilidades deber¨ªamos tambi¨¦n mantener y, si es posible, reforzar la actual fuerza a¨¦rea norteamericana con base en el continente europeo. Y deber¨ªamos seguir siendo responsables de la defensa nuclear tanto estrat¨¦gica, como t¨¢ctica, suponiendo que pudi¨¦ramos llegar a un acuerdo con los europeos en este ¨²ltimo caso. Los misiles de alcance medio norteamericanos deber¨ªan permanecer en suelo europeo a fin de unir las defensas nucleares de ambos lados del Atl¨¢ntico, siempre que lo quieran los dirigentes europeos. No habr¨ªa ning¨²n cambio en los efectivos navales.

Entonces, ?por qu¨¦ no se lleva a cabo este reparto de responsabilidades? El obst¨¢culo principal es psicol¨®gico. A pesar de todas las cr¨ªticas a la pol¨ªtica norteamericana, los europeos temen una vuelta al aislacionismo en Estados Unidos. Los norteamericanos temen que cualquier cambio en los actuales efectivos conducir¨ªa a Europa a una neutralidad expl¨ªcita. Y algunos miembros del Pent¨¢gono prefieren mantener nuestras tropas en Europa en una situaci¨®n menos racional antes que devolver una parte a Estados Unidos, donde est¨¢n m¨¢s expuestos a los recortes del presupuesto por parte del Congreso.

En mi opini¨®n, el mantenimiento de una situaci¨®n que est¨¢ perdiendo su l¨®gica aumenta estas actitudes. El pacifismo y el neutralismo est¨¢n avanzando en Europa incluso en la situaci¨®n actual; el aislacionismo en Norteam¨¦rica no es a¨²n muy general pero est¨¢ siendo fuertemente fomentado por las interminables disputas entre los aliados. Una alianza que no puede ponerse de acuerdo en sus premisas pol¨ªticas no puede mantenerse aferr¨¢ndose a acuerdos militares decididos hace una generaci¨®n en unas circunstancias totalmente diferentes. Con las tendencias actuales, la cuesti¨®n de la l¨®gica del despliegue de efectivos de la OTAN se convierte en una cuesti¨®n inevitable. Si surge, no como un componente integral de una idea general, sino como una cuesti¨®n aislada sobre si mantener el estacionamiento de tropas norteamericanas en Europa, se impondr¨¢n cambios unilaterales de manera arbitraria por los medios m¨¢s destructivos potencialmente, los recortes en el presupuesto norteamericano. En ese caso podr¨ªa darse en Norteam¨¦rica un alejamiento psicol¨®gico de Europa, y en Europa un resentimiento un tanto asustadizo contra Estados Unidos. Un cambio en los efectivos norteamericanos sin un objetivo pol¨ªtico y estrat¨¦gico positivo, la retirada sin m¨¢s, podr¨ªa conducir a nuestros aliados a la neutralidad; podr¨ªa confundir a nuestro enemigo y tentarle a una agresi¨®n.

No hay una necesidad urgente de reexaminar, con seriedad y rapidez, la doctrina de la OTAN, la situaci¨®n de sus fuerzas y su pol¨ªtica, dirigida por hombres y mujeres conocidos por su entrega a la unidad de Occidente. El grupo, que deber¨ªa formarse inmediatamente despu¨¦s de las elecciones de nuestro pa¨ªs, debe comenzar con una de las cuestiones m¨¢s divisivas que tiene ante s¨ª la Alianza: un acuerdo sobre la naturaleza y el alcance de la amenaza. Este grupo debe evitar la tendencia de intentos anteriores, en los que se marcaron unos objetivos poco realistas, aumentando consecuentemente el problema. Habr¨ªa que fijar una fecha tope para la tarea, que no deber¨ªa ser superior a dos a?os.

Te¨®ricamente, un estudio de este tipo deber¨ªa producir uno de los siguientes resultados:

1. El grupo podr¨ªa llegar a las mismas conclusiones sobre la mejor manera de repartir las responsabilidades en una estrategia global acordada, tal como ha sido esbozada m¨¢s arriba. Dados los desacuerdos sobre la naturaleza de los intereses implicados en regiones no europeas y las prioridades nacionales de la mayor¨ªa de los pa¨ªses europeos, tal conclusi¨®n, por muy l¨®gica que parezca, es altamente improbable.

2. El grupo podr¨ªa acordar que los intereses estrat¨¦gicos de Occidente exigen una plena defensa convencional, pero que, por razones pr¨¢cticas y psicol¨®gicas, Europa s¨®lo puede llevar a cabo el esfuerzo exigido si los actuales efectivos de tierra norteamericanos instalados en Europa permanecen intactos.

3. El grupo podr¨ªa decidir que las realidades de las pol¨ªticas nacionales europeas excluyen todo lo que no sea la actual mejora gradual y marginal de los esfuerzos de defensa.

Espero que Europa elegir¨ªa la segunda alternativa. Si Europa estuviera de acuerdo en crear una plena defensa convencional y estuviera dispuesta a expresar ese compromiso con una obligaci¨®n clara de aumentar anualmente sus fuerzas, Estados Unidos aceptar¨ªa la opini¨®n de que sus actuales fuerzas de tierra en Europa son un componente indispensable. Una decisi¨®n de este tipo podr¨ªa de hecho dar una nueva fuerza a las conversaciones sobre reducci¨®n de armamento convencional y llevar con el tiempo a una estabilidad en los niveles inferiores. Pero si Europa opta por el mantenimiento de la actual ambivalencia o por una mejora simb¨®lica, entonces Estados Unidos, por razones de las exigencias de la defensa global, tendr¨¢ que sacar ciertas conclusiones. Si Europa, por su propia decisi¨®n, se condena a la inferioridad convencional permanente, no tendremos otra alternativa que optar por un despliegue de fuerzas norteamericanas en Europa que tenga sentido desde el punto de vista de estrategia y pol¨ªtica. Si las armas nucleares siguen siendo el disuasivo final incluso a un ataque convencional, una retirada gradual de una parte importante, quiz¨¢ la mitad, de nuestras actuales tropas de tierra ser¨ªa el resultado l¨®gico. Para dar tiempo a los ajustes necesarios, tal retirada deber¨ªa hacerse a lo largo de cinco a?os. Para facilitar a¨²n m¨¢s la transici¨®n, podr¨ªamos, si Europa se muestra de acuerdo, mantener el sobrante de tropas de tierra en Europa durante alg¨²n tiempo m¨¢s en una situaci¨®n similar a la de las fuerzas francesas, preparadas para su actuaci¨®n en Europa pero tambi¨¦n disponibles para cualquier emergencia fuera de sus fronteras. S¨®lo tendr¨ªa sentido una retirada si las fuerzas retiradas se sumaran a nuestra reserva estrat¨¦gica; si se disolvieran, dar¨ªan como resultado la debilitaci¨®n de la defensa global.

La reorganizaci¨®n de las tropas propuesta mantendr¨ªa en su situaci¨®n actual a las fuerzas de aire y mar, lo mismo que los misiles de alcance medio, en tanto Europa los desee. Una resultante ¨²til del proceso ser¨ªa una reevaluaci¨®n sistem¨¢tica del inventario existente de armas nucleares de muy corto alcance, que constituyen una herencia de tres d¨¦cadas de decisiones improvisadas; tales armas representan en la actualidad tanto un aumento de la disuasi¨®n como el mayor peligro de una guerra nuclear no intencionada ya que, al estar desplegadas en una posici¨®n tan avanzada, se ven desacostumbradamente sometidas a las exigencias de la batalla.

En este plan, la retirada no ser¨ªa un objetivo en s¨ª mismo, tal como lo ser¨¢ si aumentan las frustraciones a ambos lados del Atl¨¢ntico, sino un componente de una adaptaci¨®n a las nuevas circunstancias que se dar¨¢n a lo largo de ocho a?os, que vuelve a consagrar a Estados Unidos a la Alianza para un futuro indefinido.

La psicolog¨ªa es tremendamente importante en las relaciones internacionales, sobre todo cuando la pol¨ªtica depende no ¨²nicamente de una valoraci¨®n fr¨ªa, profesional del inter¨¦s nacional hecha por dirigentes pol¨ªticos expertos, sino de la opini¨®n p¨²blica. Me gustar¨ªa creer que la reorganizaci¨®n de la alianza con el fin de dar a los europeos una mayor responsabilidad por supropia defensa, al tiempo que se mantiene un n¨²mero importante de fuerzas norteamericanas en Europa, no se considerar¨¢ como un abandono, sino como un nuevo abrazo a Europa. Es una forma de alistar a los europeos como socios de pleno derecho en el proceso de decisi¨®n del cual depende tanto su seguridad como la nuestra. Para un hijo de Europa criado en la ortodoxia de la OTAN actual, es dolorosa hasta la misma idea de una reorganizaci¨®n parcial de las fuerzas; mucho m¨¢s despu¨¦s de L¨ªbano. Pero no cumpliremos con nuestras obligaciones hacia Occidente si no conseguimos presentar una iniciativa que prevenga la crisis a la que, de otra forma, tendr¨ªamos que hacer frente en circunstancias mucho peores.

Objetivos pol¨ªticos

Por s¨ª mismas, ni las adaptaciones organizativas ni doctrinales pueden remediar la incoherencia pol¨ªtica que desgarra la OTAN. Este art¨ªculo ha resaltado las cuestiones de seguridad. Sin embargo, son necesarias algunas observaciones generales sobre los problemas pol¨ªticos de la alianza.

1. Aquellos dirigentes a ambos lados del Atl¨¢ntico que valoran la Alianza, con todos sus defectos, como el guardi¨¢n final de la libertad de Occidente, deben buscar urgentemente un fin a las disputas pol¨ªticas sobre las relaciones Este-Oeste y la pol¨ªtica Norte-Sur, y sobre todo al comportamiento de Occidente en los puntos calientes de conflicto en el Tercer Mundo. La tendencia a querer obtener el aplauso de sus respectivas poblaciones, al creciente sentido de tener cada uno la raz¨®n, convertir¨¢n con el tiempo en una burla la idea clave de la Alianza Atl¨¢ntica: que compartimos un enfoque com¨²n de seguridad. La defensa exige, al fin y al cabo, alg¨²n tipo de objetivo pol¨ªtico acordado en el nombre del cual se ejecuta. La Alianza Atl¨¢ntica debe desarrollar urgentemente una estrategia global para los problemas del Este-Oeste y de las relaciones con el Tercer Mundo que sirva para lo que queda de siglo. De otra forma, se atraer¨¢ sobre s¨ª continuas presiones y crisis.

2. Estados Unidos no puede encabezar la Alianza ni siquiera contribuir a su cohesi¨®n si no restauramos el bipartidismo en nuestra pol¨ªtica exterior. Desde la guerra de Vietnam hemos venido inquiriendo a nuestros amigos y confundiendo, cuando no envalentonando, a nuestros enemigos por los grandes vaivenes peri¨®dicos de los elementos esenciales de nuestra pol¨ªtica. Pero el inter¨¦s nacional no cambia cada cuatro u ocho a?os. Llega un momento en que nuestro pueblo debe aceptar el inter¨¦s nacional como un objetivo claramente reconocible y constante. De otra forma, nos convertiremos en fuente de peligrosa inestabilidad, todav¨ªa relevante para nuestra fuerza pero irrelevante para nuestras ideal. Puede que un a?o de elecciones presidenciales no sea el momento ideal para forjar un consenso bipartidista. Pero quienquiera que gane las elecciones tendr¨¢ como desaf¨ªo m¨¢s importante y urgente la restauraci¨®n de ese elemento de bipartidismo en nuestra pol¨ªtica exterior.

3. Los Gobiernos europeos deben hacer frente de manera directa a las tendencias preocupantes hacia el pacifismo y la neutralidad en sus pa¨ªses. Al frente de estos movimientos hay gente con creencias; no se van a desmovilizar por compromisos. S¨®lo se les puede hacer frente con una convincente visi¨®n de un nuevo futuro. Si los Gobiernos europeos siguen complaciendo a quienes afirman ver el peligro a la paz en una Norteam¨¦rica belicosa, no en una Uni¨®n Sovi¨¦tica intransigente, se encontrar¨¢n haciendo concesi¨®n tras concesi¨®n y se convertir¨¢n en rehenes de sus oponentes.

La situaci¨®n actual de la Alianza exige un replanteamiento de su estructura, de su doctrina y de sus objetivos unificadores. La creatividad y el valor con que enfoquemos este desaf¨ªo determinar¨¢ el que la Alianza entre en un nuevo per¨ªodo de dinamismo o el que se marchite poco a poco.

He esbozado las propuestas para dar nuevo vigor a la cohesi¨®n de la Alianza definiendo unas responsabilidades claras para cada lado del Atl¨¢ntico, que deber¨¢n ponerse en pr¨¢ctica en un n¨²mero de a?os. Sobre esa base, los dirigentes europeos podr¨ªan defender la cooperaci¨®n con Estados Unidos como algo deseado por sus propias creencias y por el inter¨¦s de sus pa¨ªses. Los dirigentes norteamericanos tendr¨ªan que defender una pol¨ªtica racional y comprensible y se beneficiar¨ªan al tener que entenderse con un socio m¨¢s igual. Una nueva era de creatividad de los aliados y de dedicaci¨®n norteamericana podr¨ªa servir de inspiraci¨®n para la generaci¨®n que ha llegado a su madurez desde la segunda guerra mundial y desde las crisis del per¨ªodo de posguerra que dio a los fundadores de la OTAN su sentido de un objetivo com¨²n.

No debemos permitir que nuestro futuro quede, por abandono, en manos de los neutrales, pacifistas y neoaislacionistas que intentan sistem¨¢ticamente socavar todo esfuerzo conjunto. Los pa¨ªses que bordean el Atl¨¢ntico norte necesitan, sobre todo, fe en s¨ª mismos y voluntad para resistir los cantos de sirena de quienes usan el terror y el p¨¢nico como instrumentos de pol¨ªtica o de debate nacional. A fin de cuentas, tenemos que cumplir con nuestra obligaci¨®n: mantener y fortalecer una alianza del Atl¨¢ntico norte que representa la esperanza de la dignidad humana y de la raz¨®n en nuestro mundo.

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