Posmodernidad: derecha e izquierda
Alfonso Sastre ha escrito con desd¨¦n acerca de la posmodernidad. Mi intenci¨®n, desde el retiro vacacional y en relato a vuelapluma, no es la del desd¨¦n contra el desd¨¦n, sino seguir el hilo, siempre interesante; de Sastre para ver si tiene m¨¢s hebras. Dos observaciones antes de nada. La primera es la de manifestar claramente mi admiraci¨®n y respeto por la persona de Sastre. La segunda es la de confesar que no voy a discutir si son correctos o no los rasgos definitorios que de la posmodernidad da Sastre. Tengo la impresi¨®n de que es demasiado osado atreverse a tal tarea. A lo sumo se, podr¨ªan dar nociones general¨ªsimas, estudiarla en parcelas muy concretas o contentarse con sugerencias y conjeturas. De ah¨ª que me centre, fundamentalmente, en algunas palabras finales de su ¨²ltimo art¨ªculo: "La posmodernidad... es uno de los desplazamientos a la derecha de la vida intelectual de los ¨²ltimos a?os". O, dicho en t¨¦rminos mucho m¨¢s duros, pero que reproducen la esencia de su acusaci¨®n: la posmodernidad es un tent¨¢culo m¨¢s del Ministerio del Interior y cobarde anuncio de tiempos peores.Aunque a Sastre conviene escucharle con atenci¨®n, lo que le ocurre y le pierde un tanto es que tiene demasiada raz¨®n. Y, como dec¨ªan los escol¨¢sticos, hay que sospechar de quod nimis probat. Quiero decir que mientras la denuncia de Sastre es denuncia no puedo por menos de sentir el mismo "crujir de dientes". S¨®lo que cuando de la denuncia se pasa a la oferta -y doy por descontado que ¨¦l la hace- oteo en el horizonte el peligro de la teolog¨ªa.
Divisiones
Que la sociedad est¨¢ dividida y que los intereses de todos se saldan a beneficio de algunos, que la justicia es una vieja palabra que s¨®lo consigue sonrisas o un comod¨ªn que sirve para justificar lo injustificable es algo dif¨ªcil de negar. Que Sastre lo recuerde es su m¨¦rito. Su insistencia en la raz¨®n hip¨®crita basada en la "unificidad y la funcionalidad" es un grito cada vez m¨¢s perdido, pero no por eso menos cierto. Y no es un lamento trivial traer a la memoria que la posmodernidad no se puede convertir en necio sistema de vida de espaldas a un pa¨ªs que se desvive en sumisi¨®n y macarradas y en el que los despose¨ªdos son los m¨¢s. Ser¨ªa como hacer eco a aquellos que cantaban al Tajo o al Duero mientras la gente sencilla mor¨ªa o se pudr¨ªa en la c¨¢rcel. Pero uno puede sancionar todo esto y sancionar igualmente muchas de las cosas que diga, por ejemplo, Lyotard.
En una sociedad dividida (por mucho que le pese a una sociolog¨ªa que nos coloca ante el fait accompli de la uniformidad formal o el simplismo de las opciones vitales ¨¢ la Dahrendorf), ?es obligado dar de lado a las divergentes batallas del entendimiento, a los fogonazos de la imaginaci¨®n, a la constante incitaci¨®n de lo diferente? Es toda una cuesti¨®n. Pero, si se da un paso m¨¢s y se afirma con rotundidad que tales actitudes son desviaciones de alienados o complicaci¨®n con el represor, entonces mucho me temo que se est¨¢ haciendo teolog¨ªa. Porque Dios era el ¨²nico ser Necesario que conten¨ªa en s¨ª todo lo Posible. Con esa tijera se cortaba toda la realidad. S¨ª es, por tanto, necesario que abandonemos, en la cuneta cualquier preocupaci¨®n o satisfacci¨®n que no corra por los ra¨ªles de la Revoluci¨®n Eterna; si no hubiera otra posibilidad que la que ¨¦sta nos dicta, no veo c¨®mo se puede distinguir este r¨ªgido discurso, por muy secular que se vista, del discurso descaradamente antisecular de la teolog¨ªa. Quienes pensamos que hay que acabar con esta sociedad dividida, que no hay que darla dividendos por la v¨ªa f¨¢cil del acomodo y, al mismo tiempo, nos interesa hasta Lyotard (y nos interesa no s¨®lo como una curiosidad pasajera, sino porque toca aspectos en los que nos va el vivir) es posible que acabemos no sabiendo d¨®nde estamos (?no lo dijo una vez pat¨¦ticamente Sastre de s¨ª mismo?). Preferimos, desde luego, ese no lugar a estar mal en alg¨²n sitio y afirmar, en una especie de sumisi¨®n metaf¨ªsica, que estamos bien.
Sastre se refiere casi exclusivamente a Lyotard al hablar de la posmodernidad. No soy, en modo alguno, un conocedor del fil¨®sofo de Vincennes. Adem¨¢s, me molesta su acento de esot¨¦rico franc¨¦s que impide saber si cuando habla de dilema no lo confunde con una contradicci¨®n o cuando compara la paradoja de Russell con el sistema totalizador de Hegel est¨¢ siendo genial o simplemente trivial. Cosas m¨¢s sustanciosas, por cierto, dice Rorty en su libro La filosof¨ªa y el espejo de la naturaleza, incluso m¨¢s sanamente posmodernas, y el fil¨®sofo americano no conseguir¨¢ el nivel de popularidad que est¨¢ obteniendo el franc¨¦s. Pero vayamos a ¨¦ste.
Su ¨²ltimo libro, Le differend, parece ser un esfuerzo por seguir hablando all¨ª donde no se deja agujero alguno, donde se ha robado la palabra, donde, en suma, no se puede hablar. Para colmo, la pol¨ªtica habr¨ªa culminado su jugada definitiva, su jaque mate: tomar las armas del resistente, infiltrarse en sus trincheras, transfigurarse, eliminando as¨ª el ¨²ltimo hueco por donde escapar al gran c¨ªrculo del dominio. La partida, parece decir Lyotard, y no sin raz¨®n, est¨¢ perdida. Y cuando la partida se ha perdido, a?adir¨ªa yo, lo mejor es comenzar otra.
La influencia de Wittgenstein
Alguien ha se?alado recientemente la influencia del segundo Wittgenstein en Lyotard. La idea wittgensteiniana de "juego de lenguaje", puede padecer una metamorfosis nada deseable: pasar de la insulsa anal¨ªtica a los posposnietzscheanos y artistas del no s¨¦ qu¨¦. Suele ser este un mal que acompa?a a la "ca¨ªda de los dioses". Pero no es esta toda la histona. En Wittgenstein y, probablemente, en la pragm¨¢tica de Lyotard, hay m¨¢s aire fresco del que reconoce Sastre. Que se presente bajo el ropaje del cuento o de la ignorancia no qur¨ªa un apice a que su diagn¨®stico sea verdadero. Los que creemos que Wittgenstein, entre otros, acierta en su rechazo de una sociedad enferma -el mal du si¨¨cle otra vez- y pormenorizadamente nos va desentra?ando las ilusiones culpables, los falsos espejos, la mentira disimulada, la debilidad moral y el miedo a s¨ª mismo, no quisi¨¦ramos ser confundidos con la idea que de la posmodernid¨¢d se hace Alfonso Sastre. Una utop¨ªa heterodoxa, una filosof¨ªa de la historia radicalmente antidogm¨¢tica y una revuelta contra arquetipos a los que fatalmente habr¨ªa que agarrarse son signos de cierta liberaci¨®n. Y de rehacer la pol¨ªtica. Si ello es posmodernidad -m¨¢s all¨¢ de una Raz¨®n que por sus frutos la hemos conocido-, ?es justo ridiculizarla o tacharla de poco original?
Una palabra, antes de acabar, acerca del marxismo. A Sastre le importa, como me importa a m¨ª. Dice Lyotard que "... le marxisme n'a pas fini, comme sentiment du differend". No es poco. Si el marxismo alienta a¨²n la pasi¨®n por evitar una universalidad ficticia, por recomponer, en una tarea inacabada e inacabable, todos los lugares de las v¨ªctimas y de las razones contra el enga?o, el marxismo sigue vivo. M¨¢s vivo que como una escuela de segundo orden dentro de la teolog¨ªa. Alfonso, amigo, t¨² puedes mucho m¨¢s.
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