El Rey se interes¨® ante Chernenko sobre las posibilidades de que Samaranch medie en el conflicto de los Juegos Ol¨ªmpicos
F?LIX BAY?N / PILAR BONETEl rey Juan Carlos I se ha interesado ante el Kremlin por las posibilidades de mediaci¨®n del Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional (COI), que preside el espa?ol Juan Antonio Samaranch, sobre la retirada sovi¨¦tica de los Juegos Ol¨ªmpicos de Los ?ngeles. Samaranch confirm¨® anoche a EL PA?S desde su domicilio en Barcelona que permanecer¨¢ pendiente de trasladarse a Mosc¨² hasta recibir respuesta de que ser¨¢ recibido por las autoridades de la URSS. De confirmarse el viaje, el presidente del COI llevar¨ªa al Kremlin una carta que le entreg¨® el presidente de EE UU, Ronald Reagan, y cuyo contenido fue hecho p¨²blico ayer (ver p¨¢gina 35).
En la entrevista que Juan Carlos I mantuvo el jueves por la tarde con el jefe del Estado sovi¨¦tico, Konstant¨ªn Chernenko, en la Sala Roja del Gran Palacio del Kremlin, el rey de Espa?a pregunt¨® sobre las posibilidades de gesti¨®n del COI para solucionar el problema planteado ante la anunciada ausencia de la URSS en los pr¨®ximos Juegos Ol¨ªmpicos de Los ?ngeles (Estados Unidos).Justo un d¨ªa antes de la llegada del Rey, el Comit¨¦ Ol¨ªmpico de la Uni¨®n Sovi¨¦tica hab¨ªa anunciado que el equipo de su pa¨ªs estar¨¢ ausente en los Juegos del pr¨®ximo verano, ya que en las actuales circunstancias" su participaci¨®n era "imposible".
Chernenko asegur¨® al Rey, afirmaron ayer en Mosc¨² altas fuentes diplom¨¢ticas, que la retirada sovi¨¦tica nada tiene que ver ni con el COI ni con su representante, el espa?ol Juan Antonio Samaranch, que fue el primer embajador de Espa?a en Mosc¨².
Ofrenda al soldado desconocido
El rey Juan Carlos inici¨® ayer, a las nueve de la ma?ana (las siete en Madrid), su segundo d¨ªa en Mosc¨², acudiendo frente a las murallas del Kremlin a poner una corona al lado de la tumba al soldado desconocido. Frente a la llama que recuerda a los sovi¨¦ticos ca¨ªdos en combate durante la Segunda Guerra Mundial, don Juan Carlos deposit¨® una corona de claveles blancos y rojos con una cinta con los colores de Espa?a, en la que se pod¨ªa leer, en letras doradas: "Juan Carlos I, rey de Espa?a".
Don Juan Carlos recibi¨® honores militares de una compa?¨ªa en la que estaban representados los tres Ej¨¦rcitos. Mirando hacia lo alto de las murallas del Kremlin, el Rey escuch¨® los himnos de Espa?a y de la URSS y presenci¨® un breve desfile.
De ah¨ª, acompa?ado ya por la Reina, parti¨® a inaugurar la nueva sede en Mosc¨² de la Canciller¨ªa espa?ola, cuya apertura se ha venido retrasando durante los ¨²ltimos siete a?os por problemas burocr¨¢ticos.
Pasadas las 10.30 horas, el espectacular s¨¦quito automovil¨ªstico en el que eran conducidos los Reyes enfilaba hacia la hist¨®rica ciudad de Zagorsk. All¨ª, dos centenares de seminaristas del monasterio ortodoxo esperaban a los Reyes, alineados en riguroso orden jer¨¢rquico. Frente a ellos, popes orondos y barbudos y el exuberante obispo Alexandr Dimitrovski, que iba acompa?ado del Metropolita Filaret, de la ciudad bielorrusa de Minsk.
Cuando los Reyes de Espa?a llegaron al monasterio, las campanas empezaron a dar vueltas, entrecruzando sus ritmos y llenando de sonidos alegres la ma?ana destemplada. Muy sonrientes, don Juan Carlos do?a Sof¨ªa fueron recorriendo todos los rincones del recinto, mientras el obispo Alexandrov les explicaba la historia del lugar, apuntando sus indicaciones con un solemne bast¨®n de madera y plata labrada. Ancianas como las que acuden a diario al monasterio, alg¨²n turista espa?ol que gritaba "?Viva Espa?a!" y p¨¢lidos seminaristas embutidos en uniformes negros miraban con curiosidad a los Reyes.
Aplausos
A varios de ellos se les escaparon aplausos al verles salir del edificio del seminario, una casa en la que se forman unos 500 futuros popes. La Reina -cuya religi¨®n de origen era la oxtodoxa griega- no pudo evitar su sorpresa: "Esto es de una riqueza impresionante", dijo. En cada una de las iglesias, los coros -formados s¨®lo por hombres, como es costumbre- iniciaban c¨¢nticos cuando entraban los Reyes. Para la ocasi¨®n se hab¨ªan desempolvado viejas casullas que no hab¨ªan perdido el brillo del oro y de la plata. La m¨¢xima autoridad de la Iglesia ortodoxa rusa, el anciano patriarca Pimen IV, recibi¨® a los Reyes al final de su visita.
En esos mismos momentos, el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Mor¨¢n, conversaba en el Kremlin con su hom¨®logo sovi¨¦tico, Andrei Gromiko.
Optimismo
El olor y el color de la vieja Rusia estaban ausentes de la funcional habitaci¨®n en la que ambos diplom¨¢ticos dialogaban sentados en tomo a una mesa. Mor¨¢n sali¨® optimista del encuentro, viendo posibilidades de que las dos grandes potencias alcancen a ponerse de acuerdo, al menos, en la Conferencia de Seguridad de Estocolmo, sobre nuevas medidas de confianza (procedimiento por el que cada bloque informa al otro con antelaci¨®n de las maniobras militares que proyecta realizar).
Despu¨¦s de un almuerzo privado, los Reyes recibieron al cuerpo diplom¨¢tico en los salones de su eventual residencia del Kremlin.
De ah¨ª salieron hacia el hotel Sovietskaya, en el que se encontrar¨ªan con m¨¢s de la mitad de los 1.150 espa?oles que viven diseminados por la URSS, como ¨²ltimo resto en este pa¨ªs de la guerra civil espa?ola. La jornada -en la que no faltaron calor ni color despu¨¦s del escueto recibimiento protocolario del d¨ªa anterior- concluy¨® en el Teatro Bolshoi.
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