Madrid te ata
Imagina que, en vez de llegar a Madrid con el tiempo corto y la gesti¨®n ministerial urgente entre ceja y ceja, aterrizas tranquilamente en un Barajas que no te es hostil porque dispones de un margen de ocio por delante. No hace falta mucho: nueve d¨ªas como m¨¢ximo y tres como m¨ªnimo. Lo importante es que rompas el tr¨ªptico infernal aeropuerto-Eurobuilding-ministerio, que busques otro paisaje que no ofrezca vest¨ªbulos impasibles, moquetas de alivio entre dos entrevistas y m¨¢rmoles de interminable espera.Si llegas a Madrid por los isidros, y no s¨®lo no eres de aqu¨ª sino que hasta el nombre de la ciudad lo sueles pronunciar tratando de evitar la dentera que ciertas reminiscencias del pasado te producen, la sorpresa de encontrar la calle convertida en una sand¨ªa abierta puede desmoronarte los palos del sombrajo. Las pepitas del verdadero Madrid, el que siempre ha sido, saltan con irreprimible regocijo, y te dejan un rastro de manchitas de luz en la cara.
Para empezar, ?qui¨¦n es toda esa gente que arrasa l¨¢ calle, que invade los parques que se instala en las plazas? ?D¨®nde est¨¢n los funcionarios, los bedeles, los ventanilleros adustos, los subsecretarias conspicuos? ?En d¨®nde se ha escondido el rostro gris de la cotidianidad capitalina? Esos cuerpos ungidos de colores, esas miradas v¨ªvidas, esa alegr¨ªa tendida a la lluvia o al sol, que poco importa el comportamiento de la naturaleza en unas fiestas que son fundamentalmente humanas: todo eso no lo ha visto antes el viajero de puente a¨¦reo, el visitante de suspiro.
S¨ª, hay jazz bajo la carpa callejera, y en las Vistillas y el parque del Oeste, verbenas gratuitas que no paran; y flamencos, rockeros, viejas glorias, cantautores en el Palacio de Deportes; y pregones, corales, recitales, coros, bandas, danzas y para qu¨¦ te quiero contar en la Plaza Mayor, la plaza m¨¢s de pueblo del pueblo m¨¢s encantadoramente puebleirino que tiene la tierra de Espa?a. De una jam session a un reencuentro con Aute, tan generacional ¨¦l, de una Miriam Makeba restanante a un diluvio de heavy, funkie y lo que quieras pedir.
Pero, sobre todo, la gente. Celebrando su fiesta de puertas afuera, apunt¨¢ndose a todo, parando en casa apenas, abandonando la jornada laboral con puntualidad demoniaca pata no perderse la movida ni el moverse.
Madrid es, estos d¨ªas, una historia completamente opuesta a la que encuentra habitualmente el visitador de ida y vuelta. Y es, sin, embargo, la verdadera historia: gente, gente que siempre sale a la intemperie, que nace, crece y vive para la calle, y que ya est¨¢ aprendiendo que ser as¨ª no es ning¨²n crimen.
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